La Cadenita de Oro

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…tenía las uñas clavadas en el cráneo. Las manos pequeñas, aferradas, enredadas en ese abundante pelo crespo y esponjoso. Los brazos… sus cortos y delgados brazos de niña de 11 años, zarandeaban a esa mujer negra y bajita al vaivén de su ira. Como le dio la gana la arrastró de aquí para allá como una bandera, y barrió con ella toda la cocina. Zoraida le sujetaba las manos para quitársela de encima, pero más se aferraba la niña a aquel matojo de pelo. Mientras la negra más apretaba, más tiraba la niña hacia afuera como queriendo llevarse toda su cabellera de un solo tirón. La jalaba con el esfuerzo con que se sacan yucas de la tierra. Zoraida sintió que le estaba arrancando el cuero cabelludo y no halló de otra, más que clavarle también las uñas de sus pulgares a los brazos de aquella muchachita.

No le importó que aquel pequeño engendro fuera la hija de la patrona, ni que la echaran a la calle con lo necesitada que estaba, ni que fuera una niña. No pensó. Sólo quería librarse de aquel dolor que rasgaba su cráneo. Pero como los perros que cierran su mandíbula opresora, y no sueltan hasta que no han triturado el hueso del oponente con la fuerza de sus fauces, así Mariana siguió aferrada  a Zoraida, transfiriéndole a su cabeza todo el dolor que ella sentía por las uñas de la otra rasgándole la piel. Hasta que, con un último alarido Mariana por fin se soltó.

Empujada por el grueso brazo de Zoraida salió disparada hasta la estufa. Tan pronto como se vio liberada, la negra se tocó la cabeza, sintiendo una zona trasquilada en la coronilla. Al levantar la mirada encontró a la niña como atontada por el golpe; sentada en el piso frente a ella a escasos metros, con los ojos desorbitados, brillantes de rabia, babeando y bufando como un toro por nariz y boca. Como si estuviera en un trance empuñaba el manojo de pelo que había logrado arrancar.

-         Devolvémela, negra malparida. – Le exigió Mariana, exhausta, ya sin alientos.

-         Por Dios niña, tenga un poquito de compasión, mire que puedo perder la criatura.

-         Qué me importa, usted siempre está embarazada.- le contestó Mariana con resentimiento.

Zoraida aún no podía creer que ese ser, contenido en ese recipiente tan pequeño, pudiera albergar tanta ira. Que esos ojitos negros, grandes y saltones, pudieran destellar tanto odio y desprecio.

-         Devolvémela negra hijueputa, y no le cuento a mi mamá.- le decía de nuevo Mariana, tomando aire, alimentando una creciente oleada de rabia.

-         La que le va a contar soy yo, maldita culicagada… y no sabe lo que me voy a reír cuando la enciendan a rejo y la hagan llorar hasta sangre.- Le contestó Zoraida asfixiada.

Trató de levantarse poniendo una mano en su redondo vientre… creyendo hallar un refugio…

-         Devolémelaaaaaaaaa- le gritó Mariana lanzándose hacia ella. Interceptándola para evitar que se metiera al cuarto de la alacena.

Cuando Zoraida iba tocar el pomo de la puerta, cayó de espaldas al piso por el empujón de la niña. Lo único que alcanzó a hacer, y eso que por instinto, fue caer de lado, poniendo el brazo de su vientre para amortiguar la caída. Un sonoro TOC sonó en la baldosa cuando su cabeza  la impactó.

La niña se arrodilló sobre el antebrazo de la Negra, descargó todo el peso de su cuerpo, sometiéndola de nuevo y arremetió la cara con arañazos, elevando un grito gutural. Zoraida sintió que los dedos de la niña trataban de sacarle los ojos, y con su única mano libre le lanzó un contundente puño. Sintió el choque seco de sus nudillos contra la pequeña nariz de su agresora.

La niña cayó de espaldas, y se sentó en guardia. Se palpó la nariz y al retirar su mano vio escandalizada sus palmas manchadas de sangre. Ahí entró en un verdadero pánico y no tardó en gritar y llorar como loca. En ese preciso instante llegó Socorro.

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⏰ Última actualización: Jan 02, 2015 ⏰

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