La Pérdida

21 5 0
                                    

Me despierto en una habitación que no reconozco

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Me despierto en una habitación que no reconozco. Parece una cabaña de madera, de esas que encontrarías por casualidad en los montes blancos de Tempros. El olor a humedad y el polvo asentado sobre los muebles me confirma que no está habitada, más que por mí en esta extraña situación. Me incorporo, miro a mi alrededor y no hallo más muebles que una mesa, una silla y la cama sobre la que estoy sentada. ¿Qué hago aquí?

Trato de hacer memoria, pero la cabeza me da una puntada. Me llevo las manos a la sien, me la acaricio y siento como se desvanece el dolor. ¿Habré salido con Orph a algún sitio y me desmayé? No entiendo nada. Lo siento todo tan difuso, tan extraño... Algo no está bien.

Un súbito escalofrío hace que descubra que estoy vestida sólo con mi ropa interior deportiva. Al examinarme veo en mi costado derecho tres cortes cicatrizados que parecen ser las consecuencias de un zarpazo de algún animal de gran tamaño.

—¡Ah! —exclamo al sentir de nuevo una puntada.

¡Qué me está pasando!

La puerta se abre y por ella se introduce un hombre de aspecto joven, pero cuya mirada parece tener cientos de años. Doy dos pasos atrás. Sus ojos violetas me asustan. No parece sorprendido de verme. ¿Me conoce? ¿Lo conozco yo?

—¿Estás bien, Zhora?

—¿Sabes quién soy? —pregunto abrumada por aquella voz reverberante.

—¡Vaya! Así que ese fue el precio del agua de Lavos.

—¿A-agua de Lavos?

Instantáneamente empiezo a temblar. Lavos es la contraparte de Thelos, la deidad que la mayor parte de Tie-Galam adora. Siempre he considerado que hay algo ahí que puede estar rigiendo nuestro futuro, no sé si llamarlo Thelos o Nâtar —la diosa de Hidria—, pero lo que sí no me agrada nada es que alguien me dé a beber algo que lleva el nombre del dios que simboliza al mal.

Eso me recuerda a pasajes de un libro que siempre me gustó de niña: La Rosa Negra. Eran los eremaven quienes tenían ese líquido de propiedades regeneradoras, pero que siempre se llevaban algo a cambio. Ese era el dilema que te enfrenta a tomar esa agua, si la bebes sanarás, pero algo perderás: las fuerzas, tu cordura, algún sentido o, en mi caso, mis recuerdos. Ya no me queda duda de que eso ha sido lo que me impide recordar qué diablos estoy haciendo aquí.

—Eres un eremav.

—¿Voy a tener que presentarme de nuevo? —pregunta retóricamente con tono cansado—. Mi nombre es Erenz de la casa de Valdemir.

Mis ojos se abren de par en par. Miro a mi alrededor buscando algo con lo que defenderme. Él no hace el amago de atacarme y siento, por un momento, que he vivido esta escena antes.

—No tengo intención de hacerte daño, Zhora —dice, levantando las manos en señal de rendición.

—¿Por qué estoy aquí contigo? —No hay ventanas en la habitación así que tampoco sé dónde me hallo—. ¿Estamos en Dëkifass?

El Bosque de los DiosesWhere stories live. Discover now