-Entonces tú crees que tengo que rechazarle- dijo Harriet, bajando los ojos.

-¿Qué si tienes que rechazarle? ¡Querida Harriet!, ¿qué quieres decir con eso? ¿Es que tienes alguna duda? Yo creía... pero, en fin, te pido mil perdones porque tal vez estaba equivocada. Desde luego, si dudas acerca de lo que tienes que contestar es que yo te había comprendido mal. Yo me imaginaba que sólo me consultabas sobre la manera de redactar la contestación.

Harriet callaba. Emma, adoptando una actitud más reservada, prosiguió:

-Según veo piensas darle una contestación favorable.

-No, no es eso; quiero decir, yo no quiero... ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué me aconsejas que haga? Por favor, Emma querida, dime qué es lo que debo hacer...

-Harriet, yo no puedo darte ningún consejo. No tengo nada que ver con eso. Ésta es una cuestión que debes decidir tú sola, según rus sentimientos.

-Yo no tenía la menor idea de que le atrajese tanto- dijo Harriet, contemplando la carta.

Por unos momentos Emma siguió guardando silencio; pero empezó a comprender que el halago seductor de aquella carta podía llegar a ser demasiado poderosos, y pensó que era preferible intervenir:

-Harriet, para mí hay una norma general que es la siguiente: si una mujer duda si debe aceptar o no a un hombre, lo evidente es que debería rechazarle. Si puede dudar en decir "Sí", debería decir "No", sin pensárselo más. El matrimonio no es un estado en el que se pueda entrar tranquilamente con sentimientos vacilantes, sin tener una plena seguridad. Creo que es mi deber como amiga tuya, y también por tener algunos años más que tú, el decirte todo esto. Pero no creas que quiero influir en su decisión.

-¡Oh, no! Estoy segura de que me quieres demasiado para... Pero, sólo si pudieras aconsejarme qué es lo mejor que podría hacer... No, no, no quiero decir eso... Como tú dices, debería de estar completamente segura... No se puede vacilar en estas cosas... Es algo demasiado serio... Quizá será más seguro decir que no; ¿crees que hago mejor diciendo que no?

-Por nada del mundo- dijo Emma sonriendo graciosamente- te aconsejaría que tomaras una u otra decisión. Tienes que ser tú el mejor juez de tu propia felicidad. Si prefieres al señor Martin más que a cualquier otra persona; si te parece el hombre más agradable de todos los que has tratado, ¿por qué dudas? Te ruborizas Harriet. ¿Es que en este momento piensas en algún otro a quien convendría mejor esta definición? Harriet, Harriet, no te engañes a ti misma; no te dejes llevar por la gratitud y la compasión. ¿En quién piensas en este momento?

Los indicios eran favorables... En vez de contestar, Harriet volvió la cabeza llena de turbación, y se quedó pensativa junto al fuego; y aunque seguía con la carta en la mano, la iba enrollando maquinalmente, sin mirarla. Emma esperaba el resultado con impaciencia, pero sin grandes esperanzas. Por fin, con voz vacilante, Harriet dijo:

-Emma, ya que no quieres darme tu opinión, procuraré expresar la mía lo mejor que sepa; estoy totalmente decidida, y la verdad es que casi me he hecho a la idea... de rechazar al señor Martin. ¿Crees que hago bien?

-Haces muy bien, querida Harriet, te aseguro que haces muy bien; haces lo que debes. Mientras estaba vacilando, yo me reservaba mis sentimientos, pero ahora que te veo tan decidida, no tengo ningún inconveniente en aprobar tu actitud. Querida Harriet, no sabes cuánto me alegro. Me hubiera apenado mucho perder tu amistad y dejar de tratarte, y ésta hubiera sido la consecuencia de que te casaras con el señor Martin. Mientras te hubiera visto dudosa, aunque hubiera sido en lo más mínimo, no te hubiera dicho nada acerca de esta cuestión, porque no quería influirte; pero para mí hubiera significado perder a una amiga. Yo no hubiera podido visitar a la señora de Robert Martin en Abbey-Mill Farm. Ahora estoy segura de no perderte nunca.

Emma.  Jane Austen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora