Festín de Cuervos_2

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BRIENNE  

Al este de Poza de la Doncella, las colinas se alzaban indómitas; los pinos se cerraban en torno a ellos como un ejército de silenciosos soldados de color gris verdoso.  

Dick el Ágil decía que el camino de la costa era el más corto y también el más fácil, de modo que rara vez perdían de vista la bahía. Los pueblos y aldeas que se encontraban a lo largo de la orilla eran cada vez más pequeños y más distantes entre sí. Cuando caía la noche buscaban alguna posada. Crabb compartía el alojamiento común con otros viajeros, mientras que Brienne pagaba una habitación para Podrick y para ella.  

-Sería más barato si todos compartiéramos una cama, mi señora -solía decir Dick el Ágil-. Podéis poner la espada entre nosotros. El viejo Dick es inofensivo: cortés como un caballero y tan honrado como horas de luz tiene el día.  

-Los días se van haciendo más cortos -señaló Brienne.  

-Vale, es posible. Si no os fiáis de mí en la cama, me podría acostar en el suelo, mi señora.  

-No será en mi suelo.  

-Cualquiera diría que no confiáis en mí.  

-La confianza se gana. Como el oro.  

-Como desee mi señora -replicó Crabb-. Pero más al norte, cuando se acabe el camino, tendréis que confiar en Dick. Si quisiera robaros el oro a punta de espada, ¿quién me lo impediría?  

-No tenéis espada. Yo sí.  

Cerró la puerta entre ellos y se quedó allí, a la escucha, hasta que se aseguró de que se había marchado. Por ágil que fuera, Dick Crabb no era Jaime Lannister, ni el Ratón Loco, ni siquiera Humfrey Wagstaff. Estaba flaco y desnutrido, y su única armadura era un casco abollado lleno de óxido. En lugar de espada llevaba un puñal viejo y mellado. Mientras estuviera despierta, no representaba ningún peligro para ella.  

-Podrick -dijo-, llegará un momento en que no encontraremos posadas en las que refugiarnos. No me fío de nuestro guía. Cuando montemos campamento, ¿podrás vigilar mientras duermo?  

-¿Que me quede despierto, mi señora? Ser. -Podrick meditó un momento-. Tengo una espada. Si Crabb intenta haceros daño, lo puedo matar.  

-No -replicó ella con firmeza-. Nada de luchar con él. Lo único que quiero es que lo vigiles mientras duermo y me despiertes si hace algo sospechoso. Ya verás: me despierto muy deprisa.  

Crabb mostró sus cartas al día siguiente, cuando se detuvieron para que abrevaran los caballos. Brienne se escondió tras unos arbustos para vaciar la vejiga.  

-¿Qué hacéis? -oyó gritar a Podrick mientras estaba allí en cuclillas-. ¡Apartaos de ahí!  

Terminó con lo que estaba haciendo, se subió los calzones y volvió al camino, donde Dick el Ágil se estaba limpiando la harina de los dedos.  

-No encontraréis dragones en mis alforjas -le dijo-. El oro lo llevo encima.  

Una parte la tenía en la bolsa que le colgaba del cinturón; el resto, escondido en un par de bolsillos cosidos en el interior de la ropa. El abultado monedero de las alforjas estaba lleno de cobres grandes y pequeños, estrellas y otras monedas menudas... Y de harina, para que pareciera todavía más grande. Se la había comprado al cocinero del Siete Espadas la mañana en que salió del Valle Oscuro.  

-Dick no pensaba hacer nada malo, mi señora. -Le mostró los dedos sucios de harina para demostrar que no iba armado-. Sólo quería ver si tenéis esos dragones que me prometisteis. El mundo está lleno de mentirosos dispuestos a engañar a un hombre honrado. No me refiero a vos, claro.  

Festin de CuervosWhere stories live. Discover now