I| Corazón negro

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Cole

Nuevo día, nueva lista de comentarios sarcásticos que le podré decir al profesor de matemáticas.

Claro, porque eso es lo que me motiva despertar cada mañana. Pensé con sarcasmo.

Me levanté de un salto de mí cama, fui al baño e hice mis necesidades básicas. Una vez que salí, me vestí lo más rápido posible con el estúpido uniforme de la escuela. Bajé a la cocina en busca de algo para desayunar y me encontré a papá, con su usual periódico en la mano y su taza favorita.

—Buen día, hijo—. Saludó papá, bebiendo algo que no tenía ni idea de lo que era. Parecía café.

—Buen día. —respondí en seco.

—¿Te llevo? Voy de camino al trabajo.

—Vaya, pensé que el oficial no tenía tiempo de llevarme. —dije con sarcasmo, bebiendo un poco de leche.

Mí padre ha trabajado muchos años para lograr el puesto de oficial, eso conlleva a no pasar casi nada de tiempo con su único hijo, cuando mamá murió, se quiso dar la cabeza contra una pared al ver qué había sido un imbécil durante diecisiete años.

—Por favor hijo, no discutamos. —suplicó cansado de mí actitud.

—De acuerdo, llévame.

Salí de casa y me senté enseguida en el auto, acomodé mí gorro sobre mí cabeza y me puse mis auriculares a esperar que mí padre decidiera aparecer de nuevo.

Pasaron apenas unos instantes cuando ya estaba adentro del auto, se acomodó y condujo hasta la escuela que quedaba a tan solo cuatro cuadras de mí casa y el trabajo de mí viejo a dos cuadras del colegio.

Bajé del auto, antes de entrar me detuvo mí padre.

—Hoy no llegaré a comer, tengo bastante trabajo, prepárate algo cuando llegues.

—Como digas.

Arrancó el auto, me ajusté mí mochila e ingresé al colegio tratando de pasar desapercibido. No tengo amigos y no los necesito, soy un chico solitario. Ingresé al aula y me senté en el último lugar escuchando música.

Estaba a punto de dormirme cuando apareció la peor pesadilla del pueblo: Charly.

—Miren a quien tenemos aquí, el perdedor solitario ¿Qué pasó? ¿Nadie quiere ver tu feo rostro?

—¿Qué quieres, Charly?

—De ti nada, cariño. Ah, por cierto ¿Oíste los rumores?

—¿Rumores?

—Ya sabes, Declan es un pueblo chico y todos se enteran de todo. ¿En serio no oíste los rumores?

—¿Tienes algo que decirme sí o no? —pregunté irritado de tantas preguntas.

—Todo el mundo sabe de tu amorío con Jeremy ¿En serio creíste que no se iba a saber?

—¿Qué?—. Mi cara de incredulidad era mortal ¿Cómo era posible? Me aseguré de tener todo escondido.

—Mí vida, no lo sabía, bueno ahora lo sabes, pero no te preocupes, eras solo un juego.—dijo retirándose con su séquito de taradas.

Maldita sea, para este entonces ya todos saben de lo mío con Jeremy, es decir, desde que estoy en cuarto de secundaria he sido abierto a mí orientación sexual, me gusta experimentar, y hoy con diecisiete años, puedo decir que soy abiertamente gay.

Cuando terminó la hora, me levanté de mí lugar y caminé hacia la cancha de fútbol, divisé a Jeremy con su equipo. En cuanto nuestras miradas se cruzaron le hice señas hacia el vestuario, me encamine hasta ahí a esperarlo.

Al cabo de unos minutos llegó él idiota con su cara de inocente

—¿Qué pasó, cole?

—Pasa que todos se han enterado de lo nuestro maldita sea. —dije agarrándolo de su camisa.

—¿Qué? ¿Cómo?—. Su rostro mostraba que no sabía de qué le estaba hablando. Es más parecía aterrado, maldición, yo y mi fetiche con meterme con los que aún están dentro del closet. Y peor aún con personas como Jeremy Di Santo, el imbécil y heterosexual capitán de futbol, muy cliché, lo sé.

—No lo sé, pero por nuestro bien, lo mejor es seguir cada uno su camino. Además tu sigues metido en el clóset ¿Para qué sacarte, no?

—Tienes razón, adiós—. Y el muy cobarde se fue. Dios, sabía que era un imbécil pero tampoco tanto.

Salí del vestuario con mí cabeza gacha pensando en la pérdida de tiempo que fue Jeremy. De pronto sentí un gran impacto que sacudió todo mí sistema, resulta que había chocado con alguien.

—¡Maldición! —exclamé ante el diminuto dolor.

Levanté la vista, encontrándome con un chico bastante alto, tenía los ojos de color negro y su cabello color blanco, que desde mi punto de vista era lo que más resaltaba, lo hacían ver increíblemente: sexi.

—¿Por qué no te fijas por dónde vas? —Interrogué con brusquedad.

—¿Yo? Eso debería decirte yo a ti, eras tú quien venías con la mirada en cualquier lado.

—Vete al infierno.

Comencé a caminar cuando su voz me detuvo, sentí su presencia demasiado cerca de mí persona.

—Veo que eres alguien rudo, no se encuentran muchos chicos así. —dijo. Sentí su aliento rozando mí cuello, logrando que me estremeciera.

—Bueno, eso es porque soy único.

Solo soltó una risa. Giré quedando cara a cara con el grandote, tenía una sonrisa en el rostro.

—¿Y a quién tengo el placer de conocer? —preguntó elevando una ceja.

—Cole Miller.

—¿Miller? ¿Eres algo del Oficial Miller, el jefe de Policías?

Asentí, no dijo nada, estaba por darse vuelta cuando lo detuve.

—¿Quién eres?

Se dio vuelta y giró su rostro mirándome por encima de su hombro.

—Suelen decirme Anthon. —dijo guiñándome el ojo y colocando su chaqueta en su hombro, traía puesta una musculosa negra de modo que quedó a la vista un tatuaje de una carta de poker con un corazón negro.

Comenzó a caminar y yo no pude hacer otra cosa más que seguir viendo su tatuaje.

Ese corazón... Ese símbolo... Solo significaba una cosa: Mafia y no cualquier mafia ¿Qué hacía un pandillero en este lado de la ciudad?

Caminé a su lado opuesto, y regresé al aula volviendo a mí lugar.

Tenía la mirada atenta de todos, y eso me molestaba al cien por ciento.

—¿No tienen otra cosa mejor que hacer? —pregunté elevando mí tono de voz, todos me miraron sorprendidos pero nadie me dijo nada.

«Como siempre» pensé

El resto de mí día pasó igual que siempre, mirando por la ventana y evadiendo las preguntas del profesor de matemáticas.

—Señor Miller ¿Podría prestar atención a mí clase?

—Lo haría si no fuera aburrida— contesté mirando hacia la ventana.

—Señor Miller, váyase de la clase, por favor.

—Con mucho gusto. —dije agarrando mí mochila y saliendo de la clase.

Estaba sentado bajo el único árbol que había en el colegio, saqué de mí bolsillo un cigarrillo y mí encendedor. No era de fumar, pero a veces las situaciones sobrepasaban mí límite. Cuando tocó el timbre decidí irme del colegio antes de terminar mis clases.

Todo lo ocurrido con Jeremías y la discusión con mí padre hizo que se me fueran las ganas de vivir, al menos por el día de hoy.

Llámenme exagerado, pero es la verdad.

Entré a mí casa golpeando la puerta, preparé un sándwich para almorzar, una vez satisfecho, me acosté en mí cama quedando casi al instante dormido.

Anthon Onde histórias criam vida. Descubra agora