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ABCD...; Mi primera gran obsesión.

Tenía siete años creo, aproximadamente. Un grupo de mí clase no se había comportado adecuadamente y en el pasadizo de vuelta a clase nos encontramos un niño un año mayor.  

Nuestro profesor le inquirió si los de su curso —uno superior al nuestro—, sabían ya el abecedario. Su respuesta fue afirmativa y doy por supuesto que el interrogador se dio por satisfecho por su gran lección de que algunos de mis compañeros deberían cambiar su actitud si querían seguir el ritmo de estudios. 

Y es que realmente solo era eso, una comparación estúpida, nada más. Una riña que ni iba conmigo. 

Sin embargo, después de ese episodio no fui capaz de cesar de pensar en que mí clase todavía no había aprendido el abecedario. Solo faltaba un curso para que fuera necesario, para llegar al del niño del pasillo. 

Y yo apenas recordaba el orden de las cuatro o cinco primeras letras.

Creo que ahí fue cuándo nació mí primera gran obsesión. 

Desde mi pupitre del aula se avistaba un amplio póster que abarcaba el reverso de la puerta y que contenía el orden de letras que en mí cabeza necesitaba saber. 

Y desde ese instante, cada día me aprendí una letra. 

Sufriendo cuándo la puerta permanecía abierta, y por lo tanto, el abecedario se ocultaba ante mí campo de visión. 

A, B, C, D… A, B, C, D, E… A, B, C, D, E, F… A, B, C, D, E, F, G… A, B, C, D, E, F, G, H… 

Mí primera gran obsesión; o quizás el auge de la asfixia que acabaría ahogandome.

Asfixia Where stories live. Discover now