-Sí -dije bajando la voz, para que Leah, que seguía enfrascada en los cristales, no pudiera oírme-, y al principio pensé que se trataba de Pilot, pero Pilot es incapaz de reírse y yo estoy segura de que fue una risa lo que llegó hasta mis oídos: una risa muy extraña.

Grace cogió un nuevo ovillo de hilo, lo deshizo cuidadosamente, enhebró la aguja con mano firme, y después replicó, sin dar la menor muestra de agitación:

-En mi opinión, es poco probable que el señor se riera en medio de esa situación de peligro. Debió de soñarlo, señorita.

-No fue un sueño -repuse, irritada por su cínica frialdad.

Ella volvió a mirarme, y en sus ojos penetrantes brillaba otra vez ese destello de sospecha.

-¿Le ha contado al señor que oyó esa risa? -preguntó.

-No he tenido oportunidad de hablar con él esta mañana.

-¿No se le ocurrió abrir la puerta de su habitación y asomarse al corredor? -siguió preguntando.

Parecía un interrogatorio; intentaba sonsacarme sin que yo me diera cuenta. Esa idea me hizo pensar de repente que, si dejaba traslucir mis sospechas, podría convertirme en la siguiente víctima de sus bromas macabras. Decidí, por lo tanto, proceder con cautela.

-Al contrario -contesté-. Cerré la puerta con llave.

-¿Es que no suele cerrar su puerta con llave antes de acostarse?

«¡Diablos! ¡Quiere conocer mis costumbres y así poder trazar sus planes!» La indignación pudo más que la prudencia y respondí en tono cortante:

-A menudo olvidaba hacerlo. La verdad es que nunca creí que fuera necesario, ni temí que nada malo pudiera sucederme en el interior de Thornfield Hall. No obstante, en el futuro -y enfaticé cuanto pude estas tres palabras-, me aseguraré de hacerlo antes de meterme en la cama.

-Hará usted muy bien -respondió-. Este vecindario es de los más tranquilos que conozco y nunca se han oído por aquí historias de ladrones, pese a que todo el mundo sabe que la plata del aparador vale cientos de libras. Además, a pesar de ser una casa grande, el servicio es escaso, debido principalmente a las frecuentes ausencias del señor y a que, siendo soltero, no requiere demasiado personal. Pero yo siempre me inclino por pecar de prudente: no cuesta nada correr el cerrojo, y siempre es mejor que haya una puerta cerrada entre una y cualquier peligro que pueda acecharla. Mucha gente prefiere confiar sus vidas a la Providencia, señorita, pero lo que yo digo es que la Providencia no prescinde de los medios, sino que a menudo los bendice cuando se usan con inteligencia.

Así puso fin al discurso, que por otro lado había sido de una longitud sorprendente para una persona de tan pocas palabras, y se hundió después en un silencio tan solemne como el de un pastor cuáquero.

Todavía no me había recuperado de la perplejidad que despertaron en mí su milagroso autocontrol y su tremenda hipocresía cuando la cocinera entró en la habitación.

-Señora Poole -dijo, dirigiéndose a Grace-, la comida de los criados pronto estará lista. ¿Bajará a comer con nosotros?

-No. Sírvame solo una jarra de cerveza negra y un pedazo de pudding; póngalo en una bandeja y yo me encargaré de subirlo.

-¿Quiere un poco de carne?

-Un pedazo muy pequeño, y una loncha de queso. Nada más.

-¿Y el sagú?

-De momento no se preocupe. Bajaré antes del té y yo misma lo prepararé.

La cocinera se volvió hacia mí para informarme que la señora Fairfax me esperaba, así que fui a su encuentro.

Jane EyreWhere stories live. Discover now