El viaje de Lena

PROLOGO

ANIBAL

Estoy frente a Lena, rememorando cómo pasamos de ser una pareja que se amaba con la vida a esto: Un divorcio.

No es fácil. Me duele saber que no somos capaces de darnos el mismo amor que al principio, me duele sentir que pude hacerlo mejor cuando sé que esto no tiene que ver solo conmigo.

Ella tiene una mirada de nostalgia y cariño, solo cariño; y de seguro es la misma mirada que yo le puedo ofrecer a ella. Este es el motivo por el que yo le propuse esta solución, esta fue mi última opción pues ya no sabía qué hacer.

—Aníbal De Lafuente, ha sido un completo placer compartir este tiempo contigo —dice ella con lágrimas en los ojos —. Yo te aseguro que, a pesar de los problemas, eres una persona que definió una etapa en mi vida.

Estamos en un restaurante donde acordamos reunirnos para darle un final digno a una etapa importante en nuestras vidas, pero que ya no somos capaces de mantener. La miro y sé que ella es tan importante para mí como yo para ella; ella contará conmigo y yo con ella, pero no seremos amigos: no caeremos en ese error.

—Alena Jakov, estoy completamente seguro de poder decir lo mismo —Agarro su mano y acaricio sus nudillos para decir una de las últimas palabras que le dedicaré en muchísimo tiempo: —. Eres una mujer excepcional, una a la que lamentablemente no tendré más a mi lado y solo te diré que espero con cuerpo, alma y corazón que encuentres a alguien que te haga mucho más feliz de lo que yo logré hacerlo en estos seis años.

Beso sus nudillos, me levanto y ella hace lo mismo. La cuenta ya fue pagada, pero necesitábamos un tiempo para realizar que esta ya no será nuestra rutina y que está completamente bien; es sano. Me acerco y le doy un último abrazo: uno que confirme todo lo que acabo de decirle, uno que ella me devuelve con la misma fuerza.

Me alejo.

Se acabó.

Beso su mejilla y la acompaño hasta su auto, ella sube y una vez enciende el auto asiento con mi cabeza hacia ella.

Arranca.

Suspiro.

Vaya que esto dolió, pero fue liberador. Fue lo mejor para los dos.

Me limpio las lágrimas en mis mejillas y, con un sentimiento de melancolía, me dirijo a mi auto. Una vez adentro, lo enciendo, miro mi rostro a través del retrovisor y finalmente, arranco. Me voy.