Vómito de Fanta

Začít od začátku
                                    

Con un último impulso de valentía equivocada, lo miro directo a los ojos y digo antes de salir:

―Métete tus insulsos apodos por el agujero que ya sabemos y cómprate lentes, idiota, mi cabello no es naranja.

Aferro mi bolso contra mi pecho y camino con rapidez metiéndome entre la gente.

Sé que estoy siendo una cobarde corriendo hasta el aula como si me persiguiera una horda de zombies, pero no puedo evitarlo

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Sé que estoy siendo una cobarde corriendo hasta el aula como si me persiguiera una horda de zombies, pero no puedo evitarlo. Creo que voy a hundirme aquí mismo, cavaré mi propia tumba y me tiraré de clavado.

Le he respondido al idiota de Mittchell y no sé cómo diablos sentirme.

Yo siempre he sido una chica pacifista. No hago lo que no me gustaría que me harían a mí, jamás atenté con mal contra la vida de nadie, pero tampoco soy una santa. Veo lo que pasa, mas no he intervenido en ningún asunto. Por un lado, me siento aterrorizada por lo que he hecho. Me dejé llevar por mi enojo, por todas las cosas que he tenido que soportar, y ahora deberé pagar las consecuencias.

No quisiera que el autobús "Bromitas Exprés" me atropelle. Quiero pensar que soy lo suficientemente inteligente para no caer en eso, pero vete tú a saber. Son mentes criminales, casi nunca te las ves venir.

En mi camino, me choco con varios alumnos, quienes me miran con fastidio. Me disculpo a cuestas y entro en la clase de Química. Otra asignatura que me encanta. Siempre fui muy devota a los números y las fórmulas. Tienen un por qué, un final, una resolución rápida y sencilla. Muchos compañeros me piden las tareas y mis resúmenes, aunque la gran mayoría está en mi cerebro. Debería cobrar por mis servicios, me haría rica.

Callo mis pensamientos cuando el profesor Calvin entra. Y no, no porque se llame así signifique que deba estar calvo. De hecho, tiene una melena demasiado abundante para un hombre y la amarra con una goma. Es uno de los pocos profesores que me defiende cuando tengo problemas.

―Buenos días, jóvenes ―saluda jovial. Tiene alrededor de treinta años y las féminas babean por él―. Haremos ejercicios introductorios para recapitular lo que hemos visto el año pasado a modo de repaso.

Mi compañera de banco no le quita los ojos de encima y suspira, risueña. La codeo para que saque la carpeta y se concentre.

De repente, la puerta se abre y entra un Mittchell muy relajado, con un simple cuaderno en la mano. Mi corazón se acelera en mi pecho y tengo que contener la respiración cuando pasa a mi lado y toma el asiento vacío que hay detrás de mí.

―No creíste que te librarías de mí tan fácil, ¿verdad? ―susurra. Gruño por lo bajo, sintiendo la necesidad de estirar mi puño y estrellarlo en su perfecta cara. En cambio, tiro mi cuerpo para adelante y apoyo la barbilla en mis brazos.

Imploro porque se quede en silencio, pero es Mittchell Raymond, no sabe cerrar la puta boca.

―¿Quieres repetirme lo que me dijiste antes? ―murmura. Sus dedos hacen un recorrido incómodo por las hebras de mi cabello. Lo saco, agarrándolo con mi mano sobre el hombro―. Eso fue muy estimulante, no sabía que te preocupara mi salud. ¿Crees que debería hacerme una endoscopía?

Deseo deseo ©Kde žijí příběhy. Začni objevovat