Capítulo 13.

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Marcela me miraba entre lágrimas, con su cabello desordenado y sus mejillas sonrosadas. Por la expresión de su rostro sabía que quería gritarme, reclamarme por lo estúpido que fui, y comprendería si decidía marcharse y dejarme ahí, con el corazón hecho pedazos.

Se acercó, cuidando cada uno mis movimientos, con temor a que la empujara de nuevo, pero me mantuve quieto, observándola con dolor. Se veía terriblemente preciosa, y éso sólo conseguía que mi pecho ardiera. 

—¿Qué demonios fue todo éso? —preguntó con la voz temblorosa.

—¿Tienes el descaro de preguntarlo? 

—No sé a qué te refieres —sus ojos suplicaban que me calmara. 

Noté que mis puños seguían tensos a mis costados y los relajé, dejando escapar un suspiro de frustración.

—Estabas conmigo cuando llegó ese imbécil y no dudaste en irte con él —declaré con la voz ronca. 

—¿Perdona? —preguntó confundida, arqueando las cejas. —Yo no fui quien corrió a una habitación para revolcarme con alguien. 

—¡Maldición!  —la sujeté por los hombros con fuerza—. Te vi ahí coqueteando con tu exnovio. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que esperara a que terminaran su charla?

Cuatro chicos con latas de cervezas y cigarrillos en sus manos, pararon por nuestro lado mientras cuchicheaban y nos dedicaban divertidas miradas. 

Uno de ellos se detuvo a mirar, con el descaro de hacer ademán de sacar su celular para grabar nuestra pelea. 

—¡¿Y tú que mierda estás viendo?! —grité alterado. 

—Mejor vayámonos Max —dijo uno de ellos—. No valen la pena.

—¡Mierda! ¡Lárguense de aquí antes de que acabe con ustedes! 

Intercambiaron rápidas miradas antes de huir asustados.

De nuevo centré mi atención en Marcela, quien había palidecido considerablemente y me miraba aterrada. Me di cuenta de la tensión en los músculos de sus hombros y cuello, por lo que me aparté asustado.

¿De nuevo la había lastimado?

—Lo lamento, no quise....  

 —Daniel —negó por lo bajo—, estás actuando como un verdadero imbécil. 

—Sólo quiero que me expliques qué fue lo que ocurrió allá adentro —pedí con voz temblorosa—. Te vi sonriendo con él.

—Estaba tratando de decirle que estoy interesada en alguien más y que debía de alejarse de mí —respondió agachando la mirada—. Entonces llegaste emberrinchado a atacarlo. 

—¿Estás interesada en alguien más? —pregunté con un hilo de voz.

—Sí —Suspiró—. Bueno, o por lo menos así era hasta hace cinco minutos.

—¿Quién... quién es esa persona?

Clavo su mirada en la mía.

—¿Acaso eres idiota?

Se limpió las lágrimas con brusquedad, realmente enfadada y tiró de mi camisa para que me acercara a ella. Entonces, sus labios se cerraron sobre los míos, y una corriente de pura electricidad nubló mis sentidos. 

Todos mis músculos se sintieron derretidos, mi respiración se cortó de golpe, mis ojos perdieron la visión cuando mis párpados se cerraron involuntariamente, la sangre palpitaba en mis oídos, mi olfato sólo era consciente del perfume de Marcela y mi tacto sólo funcionaba para sentir el calor de ella sobre mi cuerpo.

 Mis brazos se cerraron alrededor de su cintura, olvidando por completo sus heridas y las mías, la abracé tan fuerte que un ligero gemido brotó de sus labios, y la levanté varios centímetros del suelo. Era una sensación que jamás había experimentado y no quería que terminara, pero ella se apartó de mí con un pequeño empujo. 

—Eras tú —susurró con la respiración entrecortada.

Mi corazón dio un vuelco que me causó náuseas.

—No —dije con melancolía—. Escucha, sólo olvidemos esto y volvamos a casa. Fue un estúpido error.

—¿De nuevo con éso? —preguntó sollozando—. ¿Por qué quieres cambiarlo todo?

Sentí que el piso debajo de mis pies temblaba. Mi peor temor era perderla y por mi estúpida decisión de esconder mis sentimientos, la estaba perdiendo. 

Era ahora o nunca. 

Todo dependía de las siguientes palabras que pronunciaría, pero no sabía cuáles eran las indicadas. 

De nuevo las lágrimas se escaparon de mis ojos y se mezclaron con la sangre que manchaba mi rostro. 

—Porque tú me enseñaste a ser diferente. Porque te quiero, como jamás podré querer a alguien. Y porque... —tragué saliva—, quiero cuidarte cuando la oscuridad venga. 

Se limpió el rostro con la manga de su abrigo, en un mal intento por disimular su tristeza.

—Me estaba enamorando de ti y creí que tú sentías lo mismo —dijo negando por lo bajo—, pero cuando fuiste a esa habitación con Pamela... todo se destruyó.

De nuevo esa sensación en el pecho. De nuevo la falta de aire. De nuevo la impotencia. 

—Marcela, fue un error —declaré con voz ronca—. Yo no siento nada por ella.

—Y yo no siento nada por ti —dijo furiosa.

Todo dentro de mí se volvió ceniza. Las ilusiones de poder compartir con ella el tiempo que el destino tuviera planeado para nosotros; las esperanzas de poder salvar su vida; el sentimiento de tranquilidad al mirar sus ojos al despertar. Todo se había derrumbado. 

—Entonces ese beso... ¿Qué fue?

—Fue una despedida —respondió con seriedad.

Un coche viejo frenó justo a su lado. Enloquecí al creer que se trataría de Alan, pero en el interior del vehículo estaba su madre, mirándonos asustada por nuestras apariencias. Supuse que mi rostro estaba hinchado y ensangrentado, al igual que mi ropa y mis puños. 

—Mi madre volvió a casa hoy, pero no quería decírtelo —comentó avergonzada—. Mi idea era quedarme contigo por un tiempo.

Aunque Marcela no me haya tocado, sentí un puñetazo en el estómago.

—Por favor —supliqué como imbécil—. Vuelve a casa conmigo. 

—Daniel, lo lamento —dijo con melancolía—. Iré por mis cosas mañana.

—Marcela... —hice ademán de tomarle la mano pero ella negó por lo bajo.

—Dijiste que no me lastimarías —comentó al mismo tiempo en que me mostraba sus manos lastimadas por el impacto de la caída cuando la derribé junto con Alan—. Y fue lo primero que hiciste.

Un estúpido nudo en la garganta obstruyó mis palabras. 

Marcela me dedicó una lacónica mirada antes de subirse al auto, después comenzó a cerrar la portezuela con lentitud, como si estuviese dudando de su decisión, pero terminó por dar un portazo.

—Lo lamento —articuló desde el otro lado de la ventanilla. 

Su madre puso el vehículo en marcha y, antes de que Marcela se perdiera de mi vista, noté que le dijo una palabras a su progenitora, la cual aceleró de una manera sorprendente hasta perderse en la distancia. 

Caí de rodillas en el pavimento, ignorando el dolor que se expandió por todo mi cuerpo. 

La había perdido.

Cuando la oscuridad venga [1]Where stories live. Discover now