2- Elección de temas. El amante, de Marguerite Duras.

1.4K 119 32
                                    

  El amante, de Marguerite Duras

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

  El amante, de Marguerite Duras.

He elegido a esta autora, además de por su forma de escribir tan peculiar, porque esta novela es autobiográfica y una forma de enfrentarse a los recuerdos dolorosos. En ocasiones narra en primera persona, y, cuando se distancia de los hechos, en tercera. 

  La actitud de Marguerite, me atrevería a decir, es similar a la de los escritores trágicos del Romanticismo, que dejaban la vida con cada letra. Se volcaban en el alcohol y en otras actividades destructivas porque creían que en el sufrimiento se hallaba la inspiración. 

 Hay hasta cierto regodeo en la destrucción, os transcribo el comienzo:

  Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: «La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado».

  Pienso con frecuencia en esta imagen que solo yo sigo viendo y de la que nunca he hablado. Siempre está ahí en el mismo silencio, deslumbrante. Es la que más me gusta de mí misma, aquella en la que me reconozco, en la que me fascino.

  Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al trasponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, se quedaron impresionados al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido[1].

   [...] Ahora comprendo que muy joven, a los dieciocho, a los quince años, tenía ese rostro premonitorio del que se me puso luego con el alcohol, a la mitad de mi vida. El alcohol suplió la función que no tuvo Dios, también tuvo la de matarme, la de matar. Ese rostro del alcohol llegó antes que el alcohol. El alcohol lo confirmó. Esa posibilidad estaba en mí, sabía que existía, como las demás, pero, curiosamente, antes de tiempo. Al igual que estaba en mí la del deseo. A los quince años tenía el rostro del placer y no conocía el placer. Ese rostro parecía muy poderoso. Incluso mi madre debía notarlo. Mis hermanos lo notaban. Para mí todo empezó así, por ese rostro evidente, extenuado, esas ojeras que se anticipaban al tiempo, a los hechos.

  En El amante  toma momentos de su infancia y de su adolescencia en Indochina y de la juventud en París durante la Segunda Guerra Mundial. Para ella significa una manera de analizarlos y de encontrarles sentido, una forma de sobrellevar un pasado que muchas décadas después todavía le sigue doliendo. 

  Estoy en un pensionado estatal, en Saigón. Duermo y como ahí, en ese pensionado, pero voy a clase fuera, a la escuela francesa. Mi madre, maestra, desea enseñanza secundaria para su niña. Para ti necesitaremos la enseñanza secundaria. Lo que era suficiente para ella ya no lo es para la pequeña. Enseñanza secundaria y después unas buenas oposiciones de matemáticas. Desde mis primeros años escolares siempre oí esa cantinela. Nunca imaginé que pudiera escapar de las oposiciones de matemáticas, me contentaba relegándolas a la espera. Siempre vi a mi madre planear cada día el futuro de sus hijos y el suyo. Un día ya no fue capaz de planear grandezas para sus hijos y planeó miserias, futuros mendrugos de pan, pero lo hizo de manera que también tales planes siguieron cumpliendo su función, llenaban el tiempo que tenía por delante[2].

  Una madre unida de forma malsana al hermano mayor, el complejo de Edipo de este, un carácter violento que se ve agudizado porque la mujer lo deja decidir sobre todo. 

  Quería matar, a mi hermano mayor, quería matarle, llegar a vencerle una vez, una sola vez y verle morir. Para quitar de delante de mi madre el objeto de su amor, ese hijo, castigarla por quererle tanto, tan mal, y sobre todo para salvar a mi hermano pequeño, mi niño, de la vida llena de vida que ese hermano mayor plantada encima de la suya, de ese velo negro ocultando el día, de la ley por él representada, por él dictada, un ser humano, y que era una ley animal, y que a cada instante de cada día de la vida de ese hermano menor sembraba el miedo en esa vida, miedo que una vez alcanzó su corazón y lo mató[3]. 

  El escape de Marguerite en esa época fue la rebeldía e iniciar una relación con un millonario chino doce años mayor que ella, que se hallaba prometido a otra persona. Sabían que la pasión tenía fecha de caducidad. Asimismo, rozaba lo prohibido debido a la edad de ambos y a las diferencias sociales y raciales de la época.

  Ella le mira. Se pregunta quién es. El hombre le dice que regresa de París donde ha cursado sus estudios, que también vive en Sadec, en el río exactamente, la gran casa con las grandes terrazas de balaustradas de cerámica azul. Le pregunta qué es. Le dice que es chino, que su familia procede del norte de China, de Fu-Chuen. ¿Me permite que la lleve a su casa, en Saigón? Está de acuerdo. El hombre dice al chófer que recoja del autocar el equipaje de la chica y que lo meta en el coche negro. 

  Chino. Pertenece a esa minoría financiera de origen chino que posee toda la inmobiliaria popular de la colonia. Él es quien aquel día cruzaba el Mekong en dirección a Saigon.

  Entra en el coche negro. La portezuela vuelve a cerrarse. Una angustia apenas experimentada se presenta de repente, una fatiga, la luz en el río que se empaña, pero apenas. Una sordera muy ligera, también, una niebla, por todas partes.

  Nunca más haré el viaje en autocar destinado a los indígenas. En lo sucesivo, tendré a mi disposición una limusina para ir al instituto y para devolverme al pensionado. Cenaré en los locales más elegantes de la ciudad[4]. 

   La relación terminó, pero nunca cayó en el olvido: Marguerite escribió este libro, él se lo confesó mucho tiempo más tarde.

  Años después de la guerra, después de las bodas, de los hijos, de los divorcios, de los libros, llegó a París con su mujer. Él le telefoneó. Soy yo. Ella le reconoció por la voz. Él dijo: solo quería oír tu voz. Ella dijo: soy yo, buenos días. Estaba intimidado, tenía miedo como antes. Su voz, de repente, temblaba. Y con el temblor, de repente, ella reconoció el acento de China. Sabía que había empezado a escribir libros. Lo supo por la madre a quien volvió a ver en Saigón. Y también por el hermano menor, que había estado triste por ella. Y después ya no supo qué decirle. Y después se lo dijo. Le dijo que era como antes, que todavía la amaba, que nunca podría dejar de amarla, que la amaría hasta la muerte[5].

  La vida de Marguerite, por desgracia, siempre fue una caída en los infiernos. 


[1] Páginas 9, 10, 15 y 16 de El amante. Publicado por Tusquets Editores S.A, Barcelona 1997.

[2] Páginas 11 y 12 de la obra citada.

[3] Extraído de las páginas 13 y 14.

[4] Páginas 45, 46.

[5] Página 146.


Mis experiencias en la escritura.Where stories live. Discover now