Algo le sucede, es obvio.

Quiero que lo diga, pero no la presionaré.

Tras conseguir una mesa continúo bajo la mirada culposa de Audrey; ella se mueve, juguetea con sus dedos, busca mi rostro y se acomoda el cabello para cubrir el chupón que tiene en el cuello.

Fiorella, la mesera, llega a nuestra mesa con la bandeja.

—Aquí está su orden —nos dice con una sonrisa. Una mirada rápida es lo que obtengo de su parte y se marcha tras agradecerle.

Tomo una papa frita y la entierro en mayonesa, se ve deliciosa. Audrey, al contrario, se acomoda para rezar.

—Oh, cierto, hay que dar la graaan bendición.

Dejo la papa sobre las otras y espero a que termine.

Se ve adorable con la cabeza gacha y sus manos palma contra palma, unidas en una silenciosa oración, con su estúpido anillo de castidad en el dedo. Ella emana cierta energía pura, blanca e hipnótica. No sé si es consciente de lo que provoca, de su extraña atracción.

Probablemente no, por eso lucía tan sorprendida cuando le llamé linda.

¿Qué haré contigo?

Empieza a comer y yo le sigo. No se me da respetar creencias y esperar para llenarme las tripas, no obstante, con ella, tengo que hacerlo.

No puedo perder.

Mientras come su mirada cae en mí con cierta preocupación. Vacila, huye y luego vuelve. En varias ocasiones abre la boca para tomar una bocanada de aire, o quizás de valor, y luego no dice nada.

Está extraña, y eso no me gusta.

Vamos a darle un empujón.

—Deja de mirarme así —le digo y ella se mantiene absorta en lo repentino que ha sido.

—¿Disculpa?

La apunto con una papa. Que no se atreva a desviar el tema.

—Me miras como si hubieras hecho algo muy malo.

Toma un sorbo de su bebida y vuelve a su lado sensible, retraído y apagado.

—Debo confesarte algo —dice en voz baja y el mentón escondido en su cuello—. Es estúpido pero necesito soltarlo.

—Entonces escúpelo.

Toma aire y abre los labios pronunciando en silencio las palabras. Se arma de valor y confiesa:

—Te fui infiel.

Exhalo de golpe y mis hombros casi caen sobre la mesa.

—¿Qué?

—Anoche, Dhaxton estaba en la baranda, equilibrándose, pensé que caería y lo arrastré al balcón. Creo que estaba ebrio. O quizás no... No lo sé. Me cuestionó un par de cosas y... y me besó. Yo respondí a su beso y luego me hizo esto. —Me muestra con torpeza su cuello—. Sé que para ti esto ser novios es algo absurdo, y créeme que para mí también lo es, pero no puedo evitar sentir culpa por lo que ocurrió.

—Y lo hiciste en mi cumpleaños —hablo con voz ronca para recalcar el pesimismo que ha demostrado—. A solo unos pocos metros de donde yo me encontraba.

—Lo lamento.

Se muerde lo labios. Está angustiada, es real que lo siente, y es lamentable saber que aquello a mí no me afecta en lo más mínimo. ¿Debería decírselo? No es lo mejor pero me daría una ventaja.

—¿Por qué? —interrogo.

—Yo...

Al diablo, si Dhaxton lleva la ventaja, entonces se lo diré.

—¿Es que no te has dado cuenta ya? Él y yo estamos jugando contigo. Felicidades, has decidido participar en este juego.

Su rostro se estira en tensión, en sorpresa y, a continuación, en decepción.

—Yo no elegí ser parte de ningún juego —formula por lo bajo.

Me pongo serio, no quiero darle la impresión de que miento.

—¿Estás segura de ello? Retrocede tus recuerdos a unas semanas atrás. Tú me besaste.

—Porque me arrinconaron —se defiende, casi echando un grito.

—La elección fue tuya, ya estás dentro, metida hasta la coronilla —le hago saber—. Eres una jugadora más, por eso ten presente que solo hay una regla: esto acaba cuando elijas a uno de nosotros. Pero todo juego tiene su trampa, y es que uno de nosotros te romperá el corazón. Tu deber será escoger al correcto.

Ahora está molesta, con su barbilla temblorosa y los ojos demostrando furia.

—Son unos cerdos —rechista con voz baja.

Sonrío y le hago un puchero.

—Ow..., no me digas que te encariñaste de nosotros.

De pronto se pone de pie, toma su vaso con soda y me lo tira encima, marchándose lo más rápido posible del lugar. Al instante me pongo de pie y la sigo detrás.

—Audrey —la llamo mientras se aleja— ¡Drey!

Doy un paso. Dos. Tres.

Me detengo. Vuelvo a mis cabales, a la entrada del restaurante, en lo mojado que estoy por su culpa.

¿Qué mierda intentaba con llamarla?

Ingreso al restaurante y me dirijo a mi sitio. Toda la mesa está llena de soda, la cual gotea al suelo.

Esto es un desastre.

Fiorella llega con un trapero y su compañero con un paño para secar.

—Felicidades —me dice Fiorella—, la cita te ha salido de oro.

—Seguro contigo me saldría mejor, ¿no? —Ella se sonroja y yo me paso la mano por el cabello y meneo mis cejas.

Suspiro y saco lo rescatable de la comida. Ya no vale la pena quedarse aquí.

Me despido y me meto en el auto. En la comodidad en mi asiento, hago una llamada a Dhaxton. El maldito tarda un puto mundo en contestar.

—Ese ha sido un truco muy sucio.

Toma aire, se queda en silencio y responde:

Explícate.

—Lo del chupón. Eso.

Ya puedo imaginármelo sonriendo.

Eso —repite— ¿Te ha sentado que arruinara los planes?

—Estás adelantándote a las cosas.

Me gusta ganar.

Tan confiado como siempre.

Sonrío.

—Veremos si eres el vencedor ahora que le he dicho lo del juego.

Cuelgo y me quedo mirando el camino por donde ella se fue.

Creo que estoy siendo demasiado compasivo.

LA OPCIÓN CORRECTA EAM#1 | A la ventaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora