Errantes

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Las Largas Escaleras

El pequeño pueblo, con sus casas apuntando al mar y su buen clima, se llenaba de gente deseando disfrutar de las vacaciones.

     Sofía, la hermana mayor, quería ir a la playa e insistió quedarse a cargo de sus hermanos pequeños y después de ser muy pesada, obtuvo lo que quiso. Aunque tuviera que cuidar de Alicia y Ernesto, no le importaba mientras pudieran jugar. Prometió regresar antes del atardecer y no separarse de sus hermanos bajo ningún concepto.

     El hotel en el que se hospedaban se encontraba en lo más alto de la escalinata que conectaba con el paseo marítimo y de allí a la playa solo había unos pasos. No había pérdida.

     La coleta de Sofía se movía de izquierda a derecha mientras bajaba los escalones dando saltitos, la bolsa de mimbre que llevaba parecía no pesarle de lo feliz que iba. Justo delante Alicia caminaba fascinada por las casas de colores que bordeaban las escaleras, como arco iris con ventanas y puertas. Ernesto por su parte, como buen niño de 9 años que era, usaba de tobogán la barandilla azul que cruzaba la escalera, a pesar de ser reprendido por sus hermanas mayores en más de una ocasión.

     Cuando los niños llegaron abajo enseguida notaron el bullicio, las sombrillas clavadas en la arena y el olor a crema solar. Pudieron colocar la toalla en un buen rincón donde hacer el cabra sin molestar, ni ser molestados.

     Los padres, aprovechando la ausencia de sus hijos, fueron a explorar las tiendas y cafeterías de la zona nueva del pueblo, gozando del paisaje que ofrecía la calle alta.

***

Los niños jugaron durante horas, tanto que no se dieron cuenta de lo tarde que era. Nada más notar que la playa se estaba vaciando, Sofía miró el reloj.

    ─ Oh no, son casi las 8 ─ dijo indicando a sus hermanos que era hora de irse.

    Alicia y Ernesto se vistieron a desgana mientras Sofía metía el resto de bártulos en la bolsa de mimbre.

     Los tres hermanos comenzaron el regreso al hotel subieron las escaleras, dejaban caer sus pies sobre los peldaños como peso muerto, ninguno estaba contento, habrían preferido seguir jugando en la playa. Sofía quiso meterles prisa pero no estaba motivada.

     La parsimonia de los tres fue interrumpida por el llanto de una niña pequeña. Apareció de pronto bajando las escaleras al otro lado de la barandilla. Ninguno vio de dónde había salido, lo que sí vieron fue a la pequeña tapándose el rostro, sola y ahogándose en sus propias lágrimas.

     Cuando la niña sobrepasó a los tres, alejándose cada vez más, Sofía le entregó la bolsa de mimbre a Alicia.

     ─ Sujeta esto y quedaos aquí. No os mováis ─ pronunció sin prestarle atención a la sorprendida Alicia.

     ─ ¿Y tú a dónde vas?─ preguntó Ernesto apoyado en la barandilla.

     Sofía ya había empezado a bajar los escalones, giró la cabeza para echar un último vistazo a sus hermanos y confirmar que prestaban atención.

     ─ Alicia estás al mando. Voy a ayudar a esa niña y ahora vuelvo ─ dicho esto, Sofía bajó corriendo las escaleras.

     Los dos hermanos se miraron confusos pero obedecieron. Alicia dejó la bolsa en el suelo para usarla de taburete mientras esperaba y Ernesto se puso a jugar colgándose de la barandilla.

***

La niña había llegado lejos para llevar la cara tapada, estaba cruzando la calle hacia el paseo marítimo cuando Sofía logró alcanzarla.

ErrantesWhere stories live. Discover now