Capítulo 35

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Si una persona de su entorno dijera que era tenaz y fuerte, le diría que no lo era.

 No lo era cuando estuvo a punto de perderlo, eso quería decir, haberlo perdido todo. Porque él era su mundo. Y aún podía sentir andando sobre un estrecho camino que solo le alejaba unos centímetros de su precipicio, sabiendo que quizás esos ojos no se abrirían después de una eterna pesadilla. 

Porque estaba vivo, pero podía cambiar su estado para otro en un tris tras y sin preveerlo. Eso era lo que le mantenía desvelada, casi histérica. 

Agachó el rostro, apoyándose en su mano, que apretaba con la suya. Si él supiera que ella estaba bien, estaría aliviada. Bien por puro milagro, porque tardó bastante en despertarse. Fue un despertar intranquilo y doloroso ya que el eco de un grito, en el que decía que estaba muerto, perduraba en su cabeza como un mal canto. Cuando la señora Greg le comunicó que su esposo estaba vivo, pudo respirar, y más al verlo con sus propios ojos, aunque malherido. Pero luego vino los remordimientos. 

 ¿Qué hacía ella ahí en una habitación que apenas tenías recuerdos de estar en ella?  ¿Cómo se enteró? ¿Por qué vino?

No tuvo dificultades en descubrir que una carta hubiera originado aquel desastre. Perkins se la enseñó porque no la había tirado. La repugnancia que le creó al leerla fue tanto que tardó en reconocer la letra de su primo. Tal fue la impresión que se desmayó. El segundo despertar trajo decisiones. Una muy dura. 

No iba a descansar a que su primo pagara por su cometido, si tuviera que pegarle un tiro lo haría sin temblores. Pero ya no contaría jamás con su amistad, y no le dirigiría más la  palabra. Ya que había descubierto su treta en que su matrimonio se derrumbara para siempre. 

¿Con qué fin?

No lo supo.

De mientras, dio la orden de traer a un médico para que lo examinara. Su mayor sorpresa fue que ya estaba allí para examinarla y examinar a su marido. La ama de llaves, se había encargado de ello. Fue más sorprendente todavía cuando le comunicó que debería cuidarse bien por el bien de la criatura que estaba naciendo en su vientre. Tanto estrés podía perjudicarla.

Aun así, contenta por la buena noticia, estaba más preocupada por su marido. Le dijo que estaba estable tras su comprobación, pero no sabía hasta qué grado le había afectado el golpe, si tendría consecuencias graves. Al menos respiraba. Eso era lo más importante, mas si se despertaba, su corazón se llenaría de dicha.

Rozó su frente con los nudillos de su marido, queriendo transmitirle su deseo de que volviera a aquellos días en los cuales compartían risas, besos y caricias. Se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Por qué su primo les había hecho tanto daño? No lo entendía.

¿Por qué?

Alzó sus ojos hacia el rostro inmóvil de su marido. Tan relajado como mortalmente quieto. Se limpió una lágrima que se deslizó por su rostro.

- Despierta, por favor. 

Pero no despertó, desalentándola aún más.

- Te amo. No nos puedes dejar solos ahora; te necesitamos. 

Iba a arrasar con la casa nada menos con sus lágrimas. Alguien tocó la puerta y vio con la mirada empañada al amable de Perkins entrar.

- No pretendía molestarla. Pero hay un asunto que creía que debería atender ya que me dijo que debería hacérselo conocer de inmediato en cuanto apareciera.

- ¿Cuál es?

Se limpió como pudo las lágrimas y le dolió apartarse de él, pero le prometió en silencio que regresaría. Salió de la estancia y miró fijamente al mayordomo, que de pronto, estaba con una expresión acerada.

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ