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Hermione

Tenía la espalda apoyada al balcón de uno de los edificios mientras hablaba con uno de sus alumnos para ayudarle a despejar una de las tantas dudas que él tenía, pero entonces un sonoro grito la hizo callarse y volver el cuerpo hacia el frente. Fue entonces que vio a Pansy Parkinson corriendo con una sonrisa radiante y a dos personas siguiéndola con las caras rojas de furia: Argus Filch, el portero gruñón que blandía una escoba de madera, y Minerva McGonagall, la subdirectora del colegio. 

Los alumnos que se habían quedado rezagados salieron de inmediato de sus salones y se empujaron unos con otros para ganarse un lugar en el balcón, fue entonces que algunos rieron con sonoras carcajadas y otros soltaron gritos de algarabía. 

Hermione los siguió con la mirada hasta que se perdieron de vista (muchos estudiantes bajaron corriendo las escaleras para no perderse el espectáculo), le quedó claro que Pansy había vuelto a hacer de las suyas y ahora estaba huyendo por su vida pero era en vano, ¿cuán lejos pensaba llegar la muchacha? Iban a atraparla de todas formas, aunque quizá, pensó Hermione, Pansy lo hiciera solo para enojarlos más.     

Era extraño para ella pensar así, en las seis horas a la semana que dictaba clases en el salón de Pansy, la muchacha no se portaba como el resto de profesores contaban, al contrario, se quedaba en su asiento quieta, tomaba nota de cada palabra que Hermione decía y siempre tenía una respuesta para cualquiera de sus preguntas; presentaba con puntualidad todos sus trabajos (impecables, además) y sus notas eran destacables. La muchacha era brillante, Hermione lo sabía, y, como el resto, no entendía porque su clase era la única que le interesaba. 

Pero los profesores consiguieron sacar provecho de la situación y relegaron a Hermione la tarea de vigilar a Pansy en las detenciones de después de clases.  Ella estuvo tentada de negarse al principio, pero después de escuchar las súplicas de Flitwick además de los de Sprout y ver los ojos llorosos de la profesora Trelawney (incluso Snape hace mucho que había perdido la correa de Parkinson) no tuvo otra opción que ceder. No creía que fuera tan malo.

Y no lo era, descubrió Hermione. Todas las tardes, cuando la campana anunciaba el término de clases y estudiantes y maestros abandonaban el colegio, Pansy se aparecía bajo el marco de la puerta (de uno de los salones que no se utilizaban) con una sonrisa radiante. Su uniforme nunca estaba como establecían las reglas: sus zapatos estaban blancos por el polvo, la camisa arremangada y fuera de la falda además del cabello despeinado; pero ella estaba feliz, la saludaba contenta y se iba al fondo del salón, se sentaba en la última mesa, sacaba sus cuadernos y se ponía a escribir con total tranquilidad. 

Esa tarde no fue la excepción: llegó tan puntual como siempre, con el aspecto descuidado de todos los días con la única diferencia de que tenía las manos manchadas de rojo. Hermione ya sabía la razón, McGonagall no se había contenido de contar, a la hora del almuerzo en la sala de profesores, como Parkinson había intentado teñir de rojo el pelaje de la Señora Norris, la gata de Filch, además de pedir en voz alta paciencia y salud porque temía que la muchacha le provocara un infarto un día de esos. Hermione tenía la sospecha de que la subdirectora parecía más dispuesta a soportar otros cinco años con los gemelos Weasley que uno más con Parkinson, al menos a ellos podía tenerlos a raya cuando alertaba a su madre, Molly Weasley; pero con Pansy no, sus padres nunca atendían los desesperados pedidos de auxilio de McGonagall. Y la agotada subdirectora no podía hacer más que dejar a Pansy todas las tardes en el colegio.

Así pasó una semana de las supuestas dos que Pansy tenía que cumplir, pero la muchacha consiguió hacer explotar un tubo de ensayo en la clase de química de Snape y este, molesto y harto, la mandó a limpiar el desastre además de darle otras dos semanas más de castigo y tarea para todo el año. Y Pansy aceptó su destino contenta y Hermione resignada. No es que le desagradara la compañía de Parkinson (muchas veces apenas sí notaba que la tenía al frente), sino que temía que luego también le encargaran vigilar al resto de alborotadores del colegio y Hermione no creía que ellos imitaran el pacífico comportamiento de Pansy en las horas de detención.  

Entonces Hermione sintió que era observada y levantó la mirada del escritorio (estaba corrigiendo exámenes de unos alumnos de tercero), miró a Parkinson pero ella seguía en la posición de siempre, miró a la puerta y a las ventanas y no había nadie. Volvió la vista hacia su escritorio. 

—Ya terminé, profesora.

La muchacha se había acercado a ella con tanto sigilo que sus palabras tomaron por completa sorpresa a Hermione, quien no pudo evitar dar un saltito hacia atrás y levantar la vista aterrada. Sus mejillas de inmediato se tiñeron de rojo.

—Bien, Pansy—dijo ella recuperando la compostura e irguiéndose en el asiento—. Puedes irte.

Después de decir eso, Hermione volvió la vista a las hojas pero la muchacha no se movió un ápice. Al darse cuenta, levantó la mirada otra vez y clavo sus ojos marrones en Parkinson.

 —El viejo Filch no me deja irme antes de las siete, lo tiene prohibido—explicó la muchacha con los ojos clavados en sus zapatos—. Tiene que darme una nota… o ir a hablar con él—susurró levantando lentamente la cabeza y mirando Hermione—. Por favor.

Había un sutil atisbo de súplica en su mirada y Hermione sintió pena por ella. Cogió una de las hojas blancas que tenía encima del escritorio y empezó a escribir en ella. Luego le entregó la nota a Parkinson y la muchacha la cogió feliz.

—Dásela a Filch. Estaré viéndote desde el balcón.

—Gracias—murmuró ella—. Hasta mañana, profesora.

Y salió casi corriendo del salón y Hermione la siguió a paso lento. Se asomó al borde del balcón y apoyó los brazos; Parkinson ya había llegado con Filch y le mostraba la nota, él la cogía con recelo y la miraba una y otra vez sin poder disimular su odio por la muchacha, no parecía creerle pero Pansy le señaló el balcón, justo donde estaba ella mirando todo, y Hermione asintió a Filch y él, muy a su pesar, abrió la puerta y dejo a Parkinson marchar hacía la libertad.

Siempre | Pansmione |Where stories live. Discover now