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Alzo la vista, buscando algún rastro del sol en el cielo grisáceo y nublado. Últimamente los días son así de nostálgicos y silenciosos, como si realmente en aquel pueblo no viviera nadie más. 

Poco a poco voy volviendo la vista al frente, deseoso de llegar finalmente a casa. 

La parada de autobús, al igual que el resto de los lugares públicos a las 4 y media de la tarde, se encuentra totalmente sola. Las personas allí son muy reservadas con sus asuntos y no suelen deambular a altas horas por los alrededores, eso aprendí apenas llegué a la ciudad.

Frente a la parada, justo al otro lado de la carretera, se encuentra el extenso y espeso bosque. Los árboles allí brindan tanto sombra como frescura, es por eso que el clima no es tan elevado y es realmente raro sentir calor.

Escucho un ligero siseo proveniente del bosque acompañado por el viento en su suave pasar. De pronto una chica aparece en mi campo de visión, sus ojos totalmente negros me hacen fruncir el ceño.

Se encuentra de pie justo al otro lado de la carretera, al borde del bosque y observándome fijamente. La brisa hace que su cabello baile frente a su rostro y de momento oculte la perturbadora sonrisa en ella. Suelto un jadeo, moviéndome incomodo en el asiento sin saber exactamente que hacer.

La imagen de ella queda tapada por el autobús que se detiene frente a mi. El conductor abre sus puertas y me observa desde arriba, entre curioso y cansado; la misma expresión de todos en la ciudad a esa hora. Sujeto la mochila con una mano y subo rápidamente, sin ser capaz de observar por la ventana luego de tomar asiento en el tercer puesto detrás del conductor. 

Allí adentro solo hay cuatro personas más, de las cuales sólo reconozco a una pero al no tener mucha comunicación con ella simplemente permanezco quieto en mi asiento a la espera de llegar a la parada más cercana a mi casa.

Bajo del autobús mientras voy acomodando la mochila en mis hombros. Sonrío hacía Santiago en cuanto lo veo de pie, recostado del poste adyacente a la parada.

— ¿Qué tal? —murmuro alzando la diestra para chocar las palmas con mi amigo.

— Se me había olvidado esperarte y tomé el primer autobús que llegó —soltó entre ligeras risas, avergonzado.— disculpa.

Niego suavemente, dejando dos palmadas en su hombro antes de avanzar calle abajo para ir a mi casa. Pronto sus pasos se sincronizan con los míos y empezamos a andar a la par.

— Alex dijo que podríamos quedarnos hoy en su casa, ¿Qué opinas?

Le miro de soslayo antes de asentir.

— Él me escribió anoche y ya hablé con mi mamá —respondo sin dejar de caminar, ocultando las manos en los bolsillos de mi jean.— sí voy a ir.

— ¡Genial! —aplaude con una amplia sonrisa— ahora solo falta Darío.

— ¿Y Felipe? —cuestiono, reduciendo la velocidad hasta detenerme.

Me giro hacía Santiago, quien poco a poco cruza la calle y ahora se encuentra del otro lado.

— Él siempre está dispuesto y disponible —dice con simpatía, encogiéndose entre hombros—. Me buscas a las seis, para ir juntos.

— De acuerdo.

Alzo la diestra y la sacudo suavemente en su dirección, antes de girarme y encaminarme a la entrada de mi hogar.

Los padres de Santiago y mi madre son amigos de infancia, aunque ahora también comparten negocios. Ambas familias deciden mudarse a Hilván cuando Santi y yo cumplimos diez años, al principio fue un poco complicado hacer amigos. Después de todo la ciudad es demasiado pequeña y hermética, a muchos les cuesta aceptar gente nueva, pero con el tiempo conocimos a Felipe, quien rápidamente nos presentó con Alexander y Darío.

Legión Sempiterna; Los Sacrificados ©Where stories live. Discover now