Capítulo 63. Una pequeña bendición

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Al entrar, se anunció en atención al cliente como Martina Ricci. Los boletos de avión, la reservación del transporte, la cita en el banco y la cuenta que tenía abierta ahí, todo ello estaba a ese nombre. Era una identidad falsa que había usado ya hace mucho, y de la que sólo Lyons y ella tenían conocimiento, pero dudaba de que el primero siquiera la recordara. En el banco ya la esperaba un ejecutivo de nombre Ronnie Shrift, por lo que no tardó mucho en ser atendida.

Signora Ricci, benvenuta —le saludó Ronnie Shrift con un fluido italiano, aunque con un acento difícil de ignorar. Amable de su parte el recibirla en italiano, pues por supuesto Martina Ricci era italiana. Y, técnicamente, Ann igualmente lo era, pero de aquello hacía tanto que prácticamente le parecía un sueño lejano—. La estábamos esperando. ¿Tuvo un buen viaje?

—Bastante cómodo, gracias —le respondió Ann con una fría sonrisa.

—¿Gusta que le traiga algo de beber? ¿Un café, quizás?

—Un café estaría bien. Pero quisiera primero pasar a mi caja de seguridad, sino es mucha molestia. Como les indique en mi mensaje, me urge sacar algo de ella cuanto antes, y tengo poco tiempo.

Certo, certo. Sígame entonces. Trajo su llave, ¿verdad?

—Por supuesto.

Ronnie Shrift la guio hacia su oficina, o quizás una sala para clientes internacionales muy bien arreglada y decorada para impresionar. Se sentaron cada uno a un lado de una mesa rectangular para seis, y Ronnie le pasó los papeles que tenía que firmar para poder hacer el retiro de la caja. Ann les dio una leída por encima, y los firmó a nombre de Martina Ricci en todas las partes que era necesario. Ronnie los revisó justo después para darle un visto bueno.

—Muy bien, todo se ve bien. Entonces, ¿bajamos?

—Por favor —pronunció Ann despacio, manteniendo aún esa sonrisa que cada vez le resultaba más difícil.

Ronnie y Ann bajaron por unas escaleras, custodiadas tanto al principio como al final de éstas. El segundo guardia hizo que ambos firmaran su hora de entrada, y Ann tuvo que dejar una identificación en su puesto; una licencia falsa de Roma a nombre a Martina Ricci, por supuesto. Entraron entonces al área de las cajas privadas, un gran espacio alumbrado con luz blanca, con diferentes paneles metálicos enumerados en las paredes que asemejaban a cajones o casilleros. Todos tenían dos aberturas para dos llaves; una para la llave del cliente, y otra para la llave del banco. Se ocupaban ambas para poder abrir la gruesa puerta del casillero.

Caminaron por el pasillo central del aquella área, buscando la caja que concordara con el papel que Ronnie tenía en sus manos con la información de la cuenta abierta hace unos cinco años atrás. La caja en cuestión era la 2327.

—Aquí está —señaló sonriente el ejecutivo, apuntando hacia la caja en cuestión, aproximadamente a la mitad del muro. Tomó entonces la llave del banco que traía consigo. Ann portaba la suya propia colgada de su cuello y sujeta a una cadena, algo que a Ronnie no le extrañó tanto pues algunos clientes lo hacían. Dependiendo de qué era lo que la gente guardaba en esas cajas, podía tener un gran valor monetario o sentimental.

Ronnie tomó las dos llaves e introdujo cada una en su respectiva abertura. Las giró tres veces hacia el mismo lado, y se pudo escuchar como los candados internos se movían, terminando con un sonoro click. Ronnie tomó la manija de la puerta y la abrió, revelando dentro una caja rectangular que casi ocupaba todo el espacio del interior, también marcada con el número 2327. El ejecutivo la tomó de una manija que sobresalía y la sacó de casillero; su apariencia era similar a la de un maletín metálico grueso. Pareció sorprenderse un poco al inicio por el peso (que resultó ser más de lo esperaba), pero se repuso.

Resplandor entre TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora