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Aquello era prohibido; pero como lo disfrutaban, como se amaban.
¿Cómo reaccionaría su abuelo si se enterara de su noviazgo con Tomioka-sensei, su profesor de educación física?
Tan sólo imaginar el desprecio que recibiría por parte del anciano lo ponía cada vez más nervioso. También se imaginaba los posibles insultos que le brindaría su hermano mayor. Era querido por ambos, estaba consciente de ello; pero eso no quitaba que lo que estaba haciendo con su profesor era prohibido ante los ojos de cualquiera.
Caminó restándole atención a su entorno, se encontraba tan sumido en sus pensamientos que no vió a Tanjirō en ningún momento, aquel chico había intentado llamar su atención desde ya hace un rato, este simplemente le ignoraba.
— Nos vemos luego, Tanjirō — dijo sin más. Se alejó del joven que ahora lo miraba con preocupación.
Llegó al almacén, aquel lugar en el que se guarda todo lo perteneciente a la clase de deportes. Dudó en entrar, siempre que lo veía era inevitable el controlarse; pero está vez debía ser diferente, debía acabar con todo. Estaba mal.
Entró sin más rodeos, estaba un poco obscuro. Estornudó por el polvo que yacía en el lugar, si que necesitaba de una limpiada.
Sintió como alguien le abrazó por la espalda, no se inmutó en moverse, sabía de quién se trataba.
— Tomioka-sensei — quería acabar con todo; pero sus palabras fueron cortadas por aquel hombre; dueño de sus suspiros y más profundos deseos.
— Tenía muchas ganas de verte, — habló el mayor — cada vez me es más difícil tenerte cerca y no poder besarte.
Lo volteó bruscamente y comenzó a besarlo de manera salvaje y apasionada; se encontraba deseoso, incapaz de reaccionar. De hecho a ninguno de los dos les importaba nada ahora, sólo eran ellos, no existía nadie más.
— To-Tomioka-sensei — gimió Zenitsu al sentir los cálidos besos de su amante desplazarse por su delgado cuello. Sintió como el más grande empezaba a desatar su corbata, perteneciente al uniforme escolar—. Giyū, a-aquí no, no-nos verán...
— No, no lo harán — aseguró. Recostó poco a poco a Agatsuma en el frío suelo, dejándose caer encima de él, continuando con sus besos, ahora, en el pecho del menor. Su piel era tan suave, tan adictiva, le fascinaba. No podía contenerse, no ahora.
Se quitó su sudadera deportiva para posteriormente retirar su polera. Zenitsu lo miraba atentamente, le encantaba aquel escultural cuerpo que portaba Tomioka, era jodidamente ardiente.
— ¿Te gusta lo que ves? — habló el profesor "odiado por todos" — todo esto es tuyo, Agatsuma.
Colocó la mano del chico rubio en su pecho desnudo quien no desperdició ni un segundo; acarició cada parte de aquellos pectorales, oh como le encantaba.
