Paseo de Los Estudiantes.

18 4 0
                                    

A veces la musica llega a ser gloria pura, una caricia al corazón cansado que palpita en nuestro pecho, sin embargo, en otras ocasiones, las canciones se encuentran vacías y no hacen más que ayudar a cavar nuestra propia tumba. Son sólo sonidos correctamente ordenados, incluso pueden carecer de ritmo y se vuelven los líderes de una orgía vanal y sin sentido que destruye todo a su paso con letras llenas de blasfemias y sonidos obsenos.
La música es preciosa o es horrorosa, no hay punto intermedio; sólo existe un cielo y un infierno, el limbo no existe en este plano y eso es todo lo que sé.

▪︎

Corría por la calle "El Paseo de los Estudiantes" cuando su madre llamó a su celular; llegaba tarde.
Su madre, una mujer hermosa al borde de la catástrofe, no había querido revelar el por qué era tan importante su visita al hospital, pero bien sabía que era primordial estar allí con ella.

Llevaban más de tres meses dando vueltas en ese juego sin fin, un vaivén de preguntas sin respuestas.
La mujer no se encontraba nada bien y de su mirada salía un destello de temor ante la última situación. Algo grande se avecinaba y no mostraba indicios de ser positivo.

Estaba girando en la esquina del vagabundo Gorrión cuando el autobus que debía tomar para llegar al hospital encendía su motor y se alejaba de la parada, a una cuadra de distancia; no pudo detenerlo.

Emitió un suspiro antes de apoyarse sobre sus rodillas y descansar de su maratón fallido a la luz del sol caliente de sequía. A unos metros de sí, se encontraba el viejo Gorrión, apodado así por los habitantes cercanos (la mayoría adolescentes), debido a sus conciertos en emisión las 24 horas del día, día y noche, todas las semanas y todo el año.
El hombre se encontraba recostado sobre la vereda con la espalda reposando en el muro de una vieja casa en la que vendían paletas heladas.

Cantaba, sin mirar un punto específico, esperando a que su rasposa voz atrajera un par de monedas a caer en el vaso de cartón a sus pies, que estaban a su vez extendidos sobre la acera sucia y llena de colillas de cigarrillos y chicles negros aplastados sobre el pavimento. Cantaba.

Y no hables más muchacha
corazón de tiza
cuando todo duerma
te robaré un color.

Había llamado un taxi, gastaría de más pero, a fin de cuentas, aceptaba la culpa de tanto embrollo.
De todas formas nadie le había dicho que echara una cabezada en la biblioteca unas horas antes. Ya pasaban de ser las tres de la tarde cuando despertó de golpe y, luego de ver su reloj, en un parpadeo se encontraba corriendo por las calles y rezando a un dios para que detuviera el tiempo y así evitar que a los 40 minutos de retraso ya transcurridos se les sumaran más.

Muchacha, voz de gorrión
¿a dónde vas?
Quédate hasta el día

El vagabundo seguía entonando esa canción cuando el taxi se paró frente a ambos, y siguió cantando aún cuando este se alejaba sobre el asfalto.

Muchacha, pechos de miel
no corras más, quédate hasta el día

Un par de niños cruzaron la calle frente al auto y este se detuvo por unos segundos.

Duerme un poco y yo entre tanto construiré
un castillo en tu vientre hasta que el sol
muchacha, te haga reír
hasta llorar, hasta llorar...

Y entonces, ya estaba muy lejos para oír.

Corría por un callejón estrecho cuando su celular emitió el tono de llamada por séptima vez en los 30 minutos que llevaba de haber huido del hospital, sin mirar atrás, empujando a todo aquél en su camino y con lágrimas que le nublaban la vista y la cordura.
Ignoró la llamada y una vez esta finalizó le quitó ferozmente la batería y metió las piezas en su bolsillo.

Tierras de JacobOnde as histórias ganham vida. Descobre agora