Pʀᴏ́ʟᴏɢᴏ

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La álgida brisa sacude con fuerza los mechones lacios color chocolate de la morena. Ella mantiene su espada oculta entre las sombras de un hechizo mientras corre en dirección opuesta a la que su compañero elige.

El pelinegro de ojos café oscuro permite que en su sangre circule el calor que estuvo conteniendo firmemente desde el comienzo de la persecución. En un parpadeo, tan rápido e inesperado, sus ojos cambian de color. Aquel café oscuro pronto se vuelve un ámbar demasiado acentuado.

Sus hombros se ensanchan, en su pecho empiezan a expandirse sus costillas y sus dientes se alargan considerablemente. La transformación a estas alturas no le ocasiona dolor, de hecho, disfruta de poder hacerlo abiertamente. Aúlla en cuanto finalmente toma su forma animal. 

Es él el primero en llegar al cementerio y, con su olfato, localizar al demonio de alas caídas. Salta por encima éste y se gira para enfrentarlo, deteniéndose y gruñendo.

El demonio en ningún momento se detiene, por el contrario, se abalanza sobre el lobo para atacarlo con sus puntiagudas garras. Antes de que pudiera finalmente caer sobre el animal, la espada envuelta en sombras de la bruja atraviesa al demonio por la mitad, volviéndolo polvo escarchado negro esparcido en el aire.

Diego se había impulsado, dispuesto al encuentro con la bestia, y su mordisco se dio al polvo escarchado negro en que se convirtió el demonio. Tan pronto como los restos entran a su boca, éste vuelve a su forma humana y se arrodilla atacado en tos.

— ¿Tenías que abrir la boca? —regaña Julieta en un tono ligeramente burlón, con la hoja de la espada al rojo vivo por el recién corte.

El hechizo de sombras en su espada le permite un sólo ataque, así que la precisión resulta necesaria. Entierra la hoja en la tierra para que la neutralidad de la naturaleza enfríe el material y pueda usarla nuevamente.

— Cállate —gruñe él sin alzar la mirada, tragando fuerte para pasar el sabor metálico que dejó el polvo en su boca.

— Vuelves a mandarme a callar y te entierro vivo, Diego —brama ella en un tono acerbo, con la mirada oscureciéndose. Él suelta una pequeña carcajada antes de levantarse.

La sonrisa en su rostro es totalmente amplia, como si hace unos instantes no se hubieran hablado toscamente, como si no hubieran dado caza a un demonio de clase media. Sus ojos brillan bajo la luz de la luna, el color café oscuro en ellos hacen que la figura de ella se refleje con claridad.

—  ¿Por qué tanto odio en tu lindo corazón, bonita? —su tono es suave y juguetón. Haciendo que de los labios de ella aflore un profundo suspiro.— Tenemos que regresar.

Sus ultimas palabras, firmes y serias, hacen que Julieta vea nuevamente las dos mitades de él. No le disgustaba para nada, sabe que aquello permite que el cambio entre sus dos formas se de con fluidez y hasta simpatía.

No agrega nada más. Deben regresar y así lo harían.

Alza la espada, viendo como el color bermellón poco a poco va desapareciendo. Desliza la diestra por la hoja, acariciando suavemente el metal y dejando a la vista, con ayuda del roce de sus dedos, garabatos. Éstos sólo pueden ser activados y entendidos por ella, su propietaria.

— El clérigo mencionó una tumba... —dice ella.

El viento cambia de dirección y con ella trae los murmullos lastimeros de alguien en plena súplica. La bruja guarda la espada en su cinturón, sin activar ninguna runa, tentada a seguir la voz en medio del cementerio.

— Esta noche no —declara él, con firmeza.

Centrado en su misión le recuerda que hacer y que no; necesitan volver al hogar del Viejo Sabio. Su cuerpo desnudo avanza entre las lápidas y sus inscripciones, ignorando los murmullos que azotan sus sensibles oídos.

Ella le sigue a un par de pasos atrás. Sin poder evitar clavar la vista en sus glúteos naturalmente redondos y expuesto ante la vista de cualquiera.

— Deberías traer ropa de repuesto —aconseja ella en un tono neutro. Sin embargo, con los años de amistad él pudo reconocer el ápice de diversión en sus palabras.

— ¿Acaso no disfrutas de la vista? —sonríe él.

Egocéntrico y confiado, se gira para empezar a caminar de espaldas. Ella alza la vista a sus ojos, café oscuros, cuando su miembro masculino queda de frente.

— Te vas a caer —advierte, volcando los ojos. 

Podría, simplemente, usar sus habilidades para moverse entre las sombras pero eso significa dejar atrás al lobo y no quiere eso. La conversación muere en el justo momento en que pisan las afueras del cementerio y el inicio del territorio de Simón.

El azufre marcado en cada pequeño espacio y la capa espesa de niebla que por lo general ahuyenta a los curiosos les indica la cercanía al hogar. 

La vivienda es solemne y arcaica, de colores opacos y sin retocar, en sus estructuras se puede entrever la soledad deambulando. Carece de cercado por lo que el acceso es sencillo si se sabe como llegar. La puerta principal no tiene cerrojo ni manilla y sólo cuenta con una aldaba en forma de un león.

Diego extiende su mano para sujetar la aldaba pero la bruja se adelanta y es ella quien llama.

— El clérigo está adentro, si no puedes con eso márchate —murmura ella estando a pocos centímetros de él, aún con la mano sobre la pieza articulada de metal.

Él gruñe, dando un paso atrás. La pureza que irradia aquel sujeto y sus creencias hacen que el lobo experimente una sensación incómoda, haciéndolo doblegarse en el sitio. La bruja por su parte es capaz de controlarlo siempre y cuando no se le aproxime mucho.

— Ya me contarás que ocurrió.

Y sin más se retira. Dejando a la bruja con el Viejo Sabio y el clérigo.


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Legión Sempiterna; Los Sacrificados ©Where stories live. Discover now