El santo que era amante de Dios.

1.2K 48 108
                                    

El pendejo estaba sentado en la cama, leía,  prendía un porro, tenía las zapatillas mugrientas y un tatuaje en el muslo derecho... parecía que era un convicto real, un hijo de la calle, de la delincuencia, como si hubiese nacido entre ladrones y mafiosos, tenía las manos algo sucias y sus labios rojos mantenían el porro mientras leía un libro de política que le había regalado su viejo. En la mesita de luz estaban sus cosas, las cuales por suerte nadie tocaba, eran algunos libros, algo de marihuana y algunas giladas que tenía ya de antes de caer en cana, como también los regalos que le daba Dios.

Hablando de éste tan especial pibe, entró al pabellón con ese caminar tan suelto y desprendido, al llegar vio solamente a Cristian (o como él le decía, Moco) sentado fumando mientras tenía un libro entre las manos, parecía ni siquiera haber notado su presencia ya que su mirada estaba fija en la lectura, ya no parecía tanto un cheto asustado, aunque seguía siendo un cheto, pero no un cheto refugiado.

—E moco, no sabía que leías.

Cristian levantó la cabeza de la lectura y lo miró con gracia, sonriendo a medias, a medias como tenía abiertos los ojos, ya que parecía empezar a hacer efecto ese churro.

—Leo desde que soy pibito, aunque nunca fui muy fan de esto... lo hago más que nada para matar el tiempo.

Diosito se rió y esos dientes tan repugnantes salieron a la luz, era raro verlo contento, aunque sentía que podía tener alguien con quien charlar de boludeces, esas que no se charlaban con Marito, o con Barney, ni con el pajero de Calambre, o con Colombia.

—¿Y qué estás leyendo?— Preguntó mientras se servía un poco de jugo en un vaso de plástico.

—Nada, un libro de política, me lo regaló mi viejo para que me "instruya" según él... pero no entiendo una mierda.

—Mirá vos, que te veías tan aplicado, tan concentrado, jé— Apoyó los codos contra la barra del pabellón, mirando con su típica media sonrisa al distraído Cristian.

—Na, ni ahí...

Quedó todo en silencio por unos segundos, a Dios se le ocurrió una idea, al fin y al cabo el pibe era su responsabilidad, por lo tanto, también puede ser su amigo. De hecho, ya eran amigos, habían construído un muy buen lazo, se confiaban ciertas cosas y la pasaban piola juntos.

—Moco, ¿estás aburrido?— Le preguntó con ese tono intencional.

—Cuando no me están metiendo una faka en el esófago, sí— Ironizó y Diosito borró la sonrisa. —Waaa era una joda, si estoy aburrido, ¿qué querés hacer?

—¿No te cabería... que se yo, hacerte así como un tatú conmigo?— Parecía que toda la viveza del dientudo se había ido abruptamente al decir todo eso.

El contrario quedó desconcertado, parecía joda lo que le estaba ofreciendo, y creía no estar tan drogado como para alucinar. —¿De tatuarnos los dos decís?

—Sí, sí— Habló nervioso — tipo así como amigos viste, hacernos alguna gilada que nos represente, así como la telaraña que tenemos con los muchachos, pero esa es algo más jodido que tenemos que hablarlo con todos a ver si ya te podes tatuar eso...— y como siempre, se iba de las ramas, tenía que reiniciar el cerebro, ese consumido por la merca —coso, en cuestión, hacernos algo nosotros dos... tipo de amigos viste.

El adolescente se quedó pensativo, no tenía previsto volverse a tatuar después del regalito que le había hecho su amigo por haberse aguantado el fakazo y no haber hecho escándalo a pesar de todo. Al final se decidió.

—Dale, pero que sea algo piola eh, como una poronga que diga nuestros nombres— Diosito se tiró una carcajada que resonó por todo el pabellón, haciendo que por consiguiente su amigo se ría levemente, aunque más que por el chiste era por la droga que tenía en sangre.

El santo que era amante de Dios (Moco x Diosito) Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu