Los Juegos del Humor

Salvador Cuak Cuak

Estoy exhausta.

Correr con tacones por el cementerio nunca fue buena idea. No sé cómo me dejé influenciar por mi mentor.

Después de pasar los mutos, mi siguiente objetivo era descansar y buscar refugio... ¿o era al revés? Jamás tomé clases de supervivencia por ser aburridas. Además, el hambre me está matando, no coordino mis pensamientos y me falta el aire porque la ropa me aprieta.

Si yo fuese el Señor Humor todo sería diferente. Quemaría esos trajes feos con los que visten y ordenaría que todos usen pijamas. También torturaría a la clase alta. Ellos deben pagar con sangre sus fetiches.

¿Y a quién se le ocurrió que arrancarnos las cabezas es gracioso? ¿Qué tiene que ver chicha con limonada?

Mi mami tiene otra frase para eso, pero es obscena.

Junto a mi malhumor, caminé hasta un edificio en ruinas y me adentré para investigar un poco. El recinto olía horrible, pero igual decidí subir las escaleras.

Mala decisión.

Uno de los escalones superiores se partió en dos apenas pisé y caí por el tramo como toda una protagonista de novela, dándome un fuerte golpe en la frente.

Quedé inconsciente.

Poco a poco mis pensamientos tomaron forma y luego cada uno de mis sentidos. Sigo confundida por el golpe, sin embargo, siento como una voz se apodera de mi mente y me dice:

"Tributo, ha llegado tu momento. Tú eres el nuevo Gobierno. Como Ministra de Información reúnete conmigo en la sala P.J del Capitolio cuando tengas un plan trazado y activado."

Y así fue como el Gobierno del Señor Humor acabó.

Ahora tenemos un salvador que invitó a todos los tributos vivos a formar parte de su equipo. En las múltiples reuniones, nuestro jefe siempre nos maravilla con sus discursos y la frase que me llega al corazón es la razón por la cual tomé el puesto de Ministra.

"Cuak cuak"

Ya puedo cumplir mi sueño de vetar la información que no me gusta. Los medios de comunicación hablarán sobre decoración de interiores y a quien no le guste, pues chao. Nada de temas aburridos y tristes que alteren al público.

Mi plan de trabajo era perfecto.

Pero los ciudadanos no quisieron aceptar la propuesta ya que se dieron cuenta que empezó a escasear la leche en sus hogares. Sinceramente, me daba cosita decir por televisión que ya no habría más ventas del producto, así que omití el comentario en los noticieros.

Ese fue el comienzo de una cadena de desgracias que terminó por acabar nuestro gobierno.

Antes de aceptar la derrota, el jefe apareció y nos dijo:

"Hora de irnos. Incluso para los patos como yo, esto es demasiado. Pulsa el botón y reinícialo todo."

Finalmente, el Capitolio explotó en mil pedazos.

Desperté a la mañana siguiente ¡Que locura! Todo se trató un sueño. Me llevé una mano a la cabeza por el dolor y pude jurar que vi a un pato sin cabeza caminar por los alrededores.

Seguía en los Juegos del Humor.