Prólogo

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La curiosidad siempre ha sido uno de los mayores rasgos del ser humano. Y aunque sabíamos que meternos donde no nos llamaban era temerario. Lo hicimos. Sabíamos que aun éramos ignorantes. Lo poco que descubríamos solo nos demostraba lo mucho que aun no podíamos comprender. Pero eso no frenaba nuestras ganas de encontrar alguien ahí fuera. De reforzar nuestra identidad y buscar un hermano mayor, que nos guiara en las vicisitudes de la existencia. Un aliado que nos iluminara en la oscuridad. Lo que nunca imaginamos es que esas otras civilizaciones en realidad eran muy humanas.

Siempre hemos pecado de creernos únicos, especiales, tanto como raza como individuos. Buscábamos en el cosmos alguien, algo. Un igual para compararnos. Por que si fuéramos los únicos que habitamos en este vasto universo, no seriamos especiales. Los otros animales de nuestro planeta no podían competir. Hemos buscado, medido, probado a todas las criaturas que tenemos alrededor. Buscando la constatación de que somos diferentes, de que somos especiales. Pero ellos no pueden darnos lo que buscamos, aprobación. Por tanto ahí está ese anhelo, enfocado a la vastedad del universo. Por que si el universo es infinito, una esfera contenida en una cuarta dimensión, o nos encontramos en un multiverso rodeados de universos paralelos, la pregunta es siempre la misma. ¿Cómo vamos a poder estar solos?.

Keith y yo siempre nos escapábamos para contemplar el cielo, para contrariedad de nuestras madres. Él quería ser astronauta y a mi me encantaba escucharlo hablar. Sus palabras estaban cargadas de pasión y esperanza. Conseguía que cada estrella, cada planeta, cada porción de polvo estelar pareciera cobrar vida. Como si fuesen personas a las que había conocido bien. Al principio solo lo escuchaba, pero poco a poco me fue atrapando en su red, y secretamente anhelaba esos momentos. Tumbarnos sobre la hierba en las colinas lejanas. Donde las luces de la ciudad solo eran un pequeño reflejo que no podía hacer palidecer el fulgor de los astros.

— Venga vamos, haz un esfuerzo. - Keith me miraba esperanzado, pero yo no conseguía unir los puntos del firmamento con la misma facilidad que él. – No es tan difícil. Hasta un bebé seria capaz de encontrarla. No puedes pedir un cielo más despejado.

— Es inútil, solo son un montón de puntos dispersos en la bóveda celeste. ¿No podemos buscar estrellas fugaces? Esas son fáciles de reconocer. – Keith refunfuñó y volvió a recostarse en la hierva.

— Solo un intento más, es que no entiendo como no puedes verlo. Venga, que orión es la más fácil. ¿No la ves?. Esos tres puntos en línea son el cinturón, a partir de ahí hacia arriba encuentras los brazos y hacia abajo las piernas. – La mano de Keith se recortaba contra el firmamento señalando los diminutos puntos de luz – Un cazador con su arco bien asentado. – Iba a responder que era una tontería, que solo eran un montón de puntos. Cuando algo cambió. Y encontré tres estrellas muy brillantes, ligeramente en diagonal en el cielo. Una sensación indescriptible me recorrió. Al fin pude entender de verdad la fascinación de Keith con el cosmos. Él notó rápido el cambio en mi y volvió a incorporarse mirándome con excitación contenida. Tragué saliva sin querer apartar la mirada de aquellos tres brillantes que se mostraban ante mi.

— Creo que lo veo. Esas tres estrellas – dije señalando los tres puntos resplandecientes – Son orión – Keith me miraba feliz y orgulloso.

— Acabas de descubrir las maravillas del cosmos.

Ese momento está clavado en mi retina y en mi corazón. Todo mi campo de visión estaba repleto de estrellas. Orión en el centro brillando como un nuevo descubrimiento y la sonrisa de Keith, que brillaba más que las estrellas, justo al lado del cazador.

Aquella fue la última vez que observamos juntos el infinito del universo. La última vez que pude sentirme libre al mirar las estrellas. Después de aquello todo cambió. El mundo cambió y nosotros con él.

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⏰ Last updated: Apr 27, 2021 ⏰

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