-¡¿Quién eres?!- gritaron muy cerca mío. Me sobresalté y volví a gemir en respuesta. Logré mover el brazo y apartar los mechones transpirados para encontrarme con la atenta mirada de un chico de piel oscura y ojos preocupados.

-Ayúdame- susurré entre dientes.

Señalé mi vientre y él reaccionó de la manera más rápida que había visto jamás. Me tomó en brazos y me llevó hasta una habitación de la pintoresca casa. Me acostó en una cama y destrozó lo que quedaba de mi blusa. En otro momento hubiese protestado, pero ahora solo me dejé invadir por la vergüenza al estar en sostén frente a un chico desconocido.

-¿Cómo te llamas?- pregunté para distraerme de la fea sensación.

-Michael Weth, ¿tú?- dijo mientras preparaba una aguja y alcohol para coser mi herida.

-Chloe Zurina- susurré -. Dos nombres horribles, lo se.

-Son bonitos. ¿No tienes apellidos?

Me costaba hablar y qué decir de mantener mis ojos abiertos; pero el dolor que me producía la aguja entrando y saliendo de mi carne me mantenían bien despierta. Era obvio que Michael estaba buscando lo mismo que yo: distraerme.

-Es una de las pocas cosas que dejaron mis padres para mí. Me llamo Chloe Zurina Madox, aunque es el apellido de mi madre. Mi padre no quiso darme el suyo, tal vez creyó que no era digna.

Solté otro gemido y permití que las imágenes de mi solitaria infancia llenasen mi mente. Por alguna razón no me sentí incómoda al hablar con Michael y quiería seguir haciéndolo. Cuando estaba a punto de abrir la boca para decir algo más él se levantó y buscó unos trapos mojados con agua fría.

-¿Te duele mucho?- me preguntó mientras apoyaba uno en mi frente, toda sudada por correr más de la mitad de Manhattan.

Asientí y cerré los ojos. Tenía calor, hambre, sueño y sed. La garganta me escocía y si no regularizaba mi respiración de inmediato, mis pulmones se harían daño. Solté una pequeña tos e intenté sentarme pero una puntada me lo impidió y mi brazo aulló de dolor.

-Michael... mi brazo.

Me volvió a mirar y tomó mi extremidad afectada. La evaluó con extremada atención y luego negó con la cabeza.

-No está roto- afirmó -, pero debería llevarte a un hospital. Estas hecha añicos.

Abrí los ojos como platos y todo mi cuerpo se tensó. Debía salir de allí, inmediatamente.

-No, no- casi exclamé e intenté levantarme una vez más -. Me voy a mi casa.

-¿Segura que no quieres ir a un hospital?

Cuando más de cinco mafias completas te perseguían, no era muy difícil evitar las instituciones públicas como los hospitales o los institutos. Aunque a este último ya lo había frecuentado en un curso acelerado de noche. Haber terminado la secundaria y no tener amigos porque todos eran mayores daba asco.

-Más que segura.

Michael asientió y me tomó en brazos, sorprendiéndome. Lo miré con los ojos bien abiertos intentando formular una palabra coherente pero nada salió.

-Yo te llevo- susurró concentrado en no caer.

Ni siquiera me tomé la molestia de asentir o quejarme, él no cambiaría de opinión. Concentré mi atención en un reloj de pared y me di cuenta que llevaba solo media hora en la casa. Eran las once de la noche y llevaba corriendo desde las cinco de la tarde. Escapando, mejor dicho.

La luz de la luna se filtraba por la ventana y me di cuenta de que mis perseguidores podían estar aún afuera.

-Aguarda- le espeté mientras me revolvía en sus brazos para que me dejara bajar.

She's a Fighter ©Where stories live. Discover now