10. Olivia - Merecerla o no merecerla

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Hay un ruido

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Hay un ruido. Un ruido en alguna parte. Estiro la mano y tiro de la sabana para cubrir mi rostro con ella, pero ese molesto ruido vuelve a aparecer con más fuerza e intensidad.

¿Qué demonios pasa? ¿Qué es ese ruido?

Son...

Son golpes y... el timbre. Sí, el molesto sonido del timbre que hace eco en todo el apartamento. Gruño un poco y envuelvo mi cabeza con la almohada. No sé qué hora es ni me importa, pero no quiero abrir la puerta ni quiero ver a nadie. Todavía no me encuentro recuperada del resfriado que pillé por quedarme bajo la fría lluvia, cuando Cameron me dejó en la gasolinera de aquella área de servicio. He estado con fiebre, mocos y tos.

—¡Abre la puerta, Olivia! —Oigo la molesta voz de Grace gritando desde el rellano—. ¡Sé que estás ahí!

Más golpes y timbrazos. Por más que aprieto la almohada contra mi cabeza, no dejo de escuchar el escándalo que está formando mi amiga desde el descansillo. A este paso se van a enterar todos los vecinos de que está frente a la puerta de mi casa, pero se equivoca si cree que eso me va a hacer reaccionar. No me encuentro bien, no tengo ganas de hablar con nadie y no pienso ceder.

—¡Olivia! —vuelve a gritar más alto—. ¡Tengo toda la mañana libre y no me pienso mover de aquí hasta que me abras la maldita puerta!

Vuelve a tocar el timbre en pequeños intervalos hasta que descubro que realmente está intentando reproducir la canción de la cucaracha.

—¡Lárgate, Grace! —le ordeno.

—¿Te gusta la canción de la cucaracha o prefieres algo más dramático tipo la canción de Titánic?

Abro los ojos y resoplo para apartarme el pelo rebelde de la cara. 

—Oh, por el amor de Dios. —Lanzo la almohada con rabia a un lado—. ¿Es que no se puede ir a molestar a otra parte?

—¡Te estoy escuchando! —replica canturreando mi amiga desde el otro lado de la puerta principal.

Me incorporo en la cama, me pongo las pantuflas y me dirijo hacia la puerta con muy mala leche.

Abro la puerta de golpe y Grace pega un pequeño respingo al verme.

—¡Oh, Dios! ¡Parece que te haya atropellado un camión! —Da un paso atrás por instinto—. ¿Y qué es ese extraño olor? —Mueve su pequeña nariz llena de pecas—. Huele a... a jaula de hámster.

Se me tuerce el gesto por el cansancio. Llevo cinco días en la cama muriéndome y aunque hoy ya no tengo fiebre, me siento como si me hubiesen dado una paliza. No estoy para tonterías.

—¿Has venido hasta aquí para tocarme los ovarios, Grace? —le digo intentando mostrarme lo más seria posible—. Porque, sinceramente, no estoy para muchas bromas.

Vuelve a mi caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora