—Así que eres popular —André se acomoda en el asiento, me pregunto si no le estorbaran ambos cascos.

—¿Yo? No, para nada.

―Parece que tú y Ruthy se conocen bien.

―Vengo desde que tengo diez y ella ha trabajado aquí toda su vida.

―¿Y el que te ha lanzado miradas desde que llegamos?

Señala a alguien detrás de mí. Sin pensar en las consecuencias giro la cabeza siguiendo la trayectoria de su dedo y el corazón me da un vuelco. Trago saliva, ¿cómo es posible que no halla notado a ese chico? Tiene cabello rubio rebelde, piel clara y una perforación en el labio inferior. 

Y se llama Abel; un universitario que por alguna razón desconocida mandaron a hacer trabajo "social" en nuestra preparatoria. La teoría más aceptada es que se trata de un castigo porque lo atraparon fumando marihuana. Hasta donde sé, eso ameritaría expulsión, pero solo lo mandaron a ayudar a la profesora de Cálculo.

La mitad de las chicas de preparatoria quisieran acostarse con él, o eso es lo que he escuchado.Nuestras miradas se encuentran y jadeo. Aparto la vista y tarde me doy cuenta de que seguramente quedé como una acosadora. Me acomodo el cabello y digo lo primero que se me viene a la cabeza.

—¿Sabías que el orgasmo de un cerdo dura treinta minutos?

¿En serio? De todo lo que pude pensar, de todo lo que pudo salir de mis labios como que Noruega nombró caballero a un pingüino o que las huellas de la nariz de los perros son como las huellas dactilares en los humanos o que es imposible imaginar un nuevo color, tuve que decir lo 

más idiota y poco elegante.

Buena noticia: Abel ya ni me interesa en este momento. Mala noticia: A pesar de ser morena, me 

estoy sonrojando demasiado. Menos mal no soy blanca, ya parecería tomate.

—Bien por los cerdos...supongo —responde André, se rasca distraídamente la barbilla—. ¿Sabías que las cabras tienen acentos?

Uh, oh, volvemos con las cabras. Esa no me la sabía, al ver mi expresión de pasmada porque me contestó con otro dato curioso en lugar de escapar de la chica loca, continúa.

—¡Es en serio! —para enfatizar, habla más serio—. Acento del norte, del sur, costeño. Apuesto a que las cabras inglesas balan más bonito que las americanas.

¡Genial! Mi memoria está preparada para guardar ese dato inútil por toda la eternidad.

André echa un vistazo a su reloj, momento exacto en que siento algo caliente bajo mi nariz. Al tocarlo y ver una mancha roja en mi mano, entro en pánico.

―Prefiero memorizar el dato de las cabras que los nombres de presidentes ―digo mientras me pongo de pie―. Ya vuelvo.

Corro al sanitario, antes de entrar por la puerta, echo un vistazo hacia Abel quien guarda su computadora. Después vislumbro a André de espaldas a mí y me pregunto si no aprovechará para escapar. ¿El orgasmo de un cerdo? Vaya forma de hacer plática.

La puerta se atora y recibo un golpe en la cara. No es tan fuerte, pero definitivamente me sorprende y me enoja. Suelto una maldición y corro hacia el cubículo más cercano en busca de papel. Una vez que me sueno y me cercioro de que no hay más chorros de sangre saliendo por la nariz, voy al lavabo para limpiarme.

Pensé que sería más complicado parar el sangrado, primero sale espontáneamente y después me golpeo con la puerta. Lo bueno es que ni siquiera me duele. Aprovecho para lavarme la cara y echarme un poco de agua fresca en el cuello, últimamente ha hecho mucho calor. Será porque el verano se acerca.

Cómo declararte a tu crush...sin morir en el intentoWhere stories live. Discover now