𝕌ℕ𝕆

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Si tuviera que definir con una palabra lo que siente cada vez que sobrevuela el reino a lomos de Black sería, sin duda, libertad.

El viento afilado empuja y crea corrientes de aire magníficas para volar, el sol brilla siempre por encima de las nubes y saber que está tan, tan alto, le llena el pecho de algo muy parecido a una supernova. Ahí arriba, él tiene el control; sobre la tierra, sobre el cielo y sobre sí mismo. Ahí arriba, tiene el único poder que como heredero parece no corresponderle; el poder de decisión, así que aprovecha para saborearlo cada vez que puede, aunque sean tres segundos contados que se hacen cada día más y más cortos.

Una nube traviesa le saca de sus pensamientos, y él alarga la mano y ríe porque esa sensación, más la de echar la cabeza hacia atrás y respirar fuerte, es la mejor del mundo entero.

Entonces, con convicción, aprieta los tobillos y Black desciende de golpe, caída libre y en picado hacia el agua que hay bajo sus pies, y la adrenalina le cala los huesos mientras el frío le eriza la piel, pero vale la pena, porque cuando da una pequeña patada con el pie izquierdo el dragón extiende sus alas y queda a apenas dos centímetros de la superficie. Si se inclina un poco, puede tocar el agua con los dedos y ver cómo las ondinas han empezado a derretir la escarcha para la llegada de la primavera.

Cuando decide que ya lleva mucho tiempo a lomos de Black y, deduce, él tiene que estar cansado, le hace aterrizar sobre la playa. Es una playa fluvial pequeña que hay al lado del reino, situada hacia el final del puente principal, bajo uno de sus enormes arcos. Es un trozo de sencillez bajo tanto efecto recargado, un espacio libre de padres dictadores y madres más pesadas de lo habitual, un espacio donde no miden los pasos que das ni te comparan como heredero con el actual rey. Allí puede respirar; tranquilo, libre, solo.

Solo.

El dragón se tumba a la sombra cuando empieza a caminar descalzo sobre la arena, que está fresca y se le cuela entre los dedos de los pies, haciéndole cosquillas. Le saca una sonrisa de placer y detiene sus pasos cuando llega a una enorme roca situada en dónde la playa hace esquina y dobla para pasar a ser territorio del reino contiguo. Apoya la mano en la pared buscando el hueco de siempre y entonces lo encuentra, una parte que se mueve demasiado, es ahí. Agarra el trozo de piedra y la retira dejando ver sus zapatos y su morral de piel de importación de asaberdónde, el que le regaló su padre hace unos cuantos cumpleaños (si no recuerda mal, a los catorce), y que ahí sigue, dando guerra a sus veintidós.

Abriendo el saco se encuentra con las bayas que guardó cuidadosamente antes de salir. Si su padre se enterase de que las robó del huerto prohibido se pondría hecho una fiera, pero como suele decir: él no tiene que estar al tanto de nada. Sonríe antes de llevarse un par a la boca y lanzarle otra al dragón, quién la pilla al vuelo. El efecto es rápido y duradero, le hace falta el chute de energía si quiere volver al castillo andando; Black está cansado y él no va a hacerle volar otra vez.

Antes de irse, se coloca los zapatos, y cuándo está a punto de recolocar todo tal cual estaba, sus ojos caen sobre una marca justo al lado del lado agujereado. Pasa los dedos por la huella del arma que ha hecho eso y rueda los ojos, porque sabe exactamente de qué se trata, y maldice en voz alta cuatro veces seguidas.

—Maldita Miriam.

No puede ser otra persona, nadie maneja el arco con tanta destreza en todo el reino, ni siquiera los mozos mejor entrenados, ni los cazadores de las torcaces más rápidas. Sólo ella, con el pelo siempre suelto y revuelto y brillante, y los ojos escupiendo fuego. Sólo Miriam. Sólo su hermana.

Hermana la cual ha invadido su espacio.

Se anota mentalmente tener unas palabras con ella cuando llegue a palacio, y empieza a caminar la larga y empinada cuesta que da al puente principal. Cuando está ya arriba, y ve el castillo a lo lejos, aprieta los puños. El reino es su hogar pero le quita libertad, espacio y tiempo. No quiere pensar en qué pasará cuando le toque heredar el trono, y menos aún en qué será compartir vida con otra persona que seguramente ni va a elegir él. Contiene una lágrima y Black le envuelve en el ala izquierda, grande y protectora como nunca han llegado a serlo los brazos de su padre.

BOICOT (o el sabotaje de una boda real) Where stories live. Discover now