Catalina Bladel

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 Estaba gorda. Muy gorda. El espejo me lo decía. Mamá me lo decía, me lo recriminaba.

Debía adelgazar más si quería participar en el concurso de belleza de la ciudad. ''Señorita Dulce María''. Me doy asco a mí misma. Me da asco la comida, me da asco ser gorda. Debía adelgazar más.

Me corrí del espejo y fui a mí armario para vestirme. Escogí una ropa decente. Mamá siempre dice ''O te vistes como puta o te vistes como reina, y tú hija mía eres una reina y las reinas son delgadas''.

Luego de vestirme, bajé a la cocina para desayunar. Mamá escuchaba música de la radio a alto volumen mientras se preparaba un batido. Le toqué la espalda para llamar su atención, volteó a verme y sonrió. Era hora de nuestra rutina de siempre.

Me empujó suavemente contra la pared, me hizo quitarme mis baletas negras, con voz dulce dijo que me irguiera y acto seguido me midió.

—Muy bien, un metro con cincuenta y ocho centímetros. Dos más y estarás a la altura.— Dijo feliz, crecí un par de milímetros.— Ahora vamos a pesarte, gorda.

Pasamos al otro lado de la cocina olvidando mis baletas allí, aunque para pesarme no las necesito . Me puse encima de la balanza y cerré mis ojos rogando que no saliera un peso demasiado alto.

—Aún estás muy obesa, Caty. —Dijo mamá con voz seria.— Pesas 47 kilogramos. Debes bajar al menos dos kilos más si quieres tener esa corona en tu cabeza.

Mamá tenía razón aún estaba muy gorda, con todo este peso y con lo enana que soy no tendría ni una sola oportunidad para ganar. Los jueces me destrozarían apenas entrar.

Mamá me sirvió el desayuno, un vaso con agua y un fino y pequeño trozo de queso. Miré a mamá. Hace algunos días la bebida había sido un vaso de té.

—Lo siento querida.—Me dijo con tristeza.— Pero tienes que adelgazar.

Mamá tenía razón.

Tuve dificultad para tomar el agua y con el queso fue muchísimo peor. Me dolía para tragar pero pude lograrlo. Mamá notó el momento en el cual terminé de comer y seria me dijo:

—Ve a vomitar, hija.

Subí al baño del segundo piso y lo hice. Coloqué dos de mi dedos dentro de mi boca y el resto de mi cuerpo hizo todo el trabajo. Unos minutos más tarde ya había expulsado todo lo que  había dentro de él. Me sentía asqueada por la comida. Odiaba tener que comer. ¿Por qué no podía ser delgada?

Luego de lavarme mi boca y cara. Bajé y me despedí de mamá.

—Ve corriendo para que bajes de peso, gorda.- Dijo mamá.— Yo a tu edad era mucho más delgada y hermosa. Debes adelgazar querida. Yo sólo quiero lo mejor para ti. 

Crucé la puerta de mi casa, salí de ella y la cerré. En el barrio todos decían que era delgada, pero yo sabía que era mentira, lo decían sólo por lástima, para hacerme sentir bien.

Desde niña, mamá me crió para ser una reina. Me colocaba fajas muy ajustadas para poder tener una cintura perfecta, me hacía hacer miles de ejercicios para adelgazar, bebidas y comidas extrañas para mantener mi cuerpo. Maquillaje y ropa fina, aprender a caminar con tacones, comportarme con etiqueta, usar trajes de baños ajustados. Mamá decía que todo era por mí bien, que las dos únicas cosas que me darían felicidad serían una corona y ser delgada.

Corrí hasta la escuela como mamá me dijo. Eran las 7:20, llegué con diez minutos de anticipación, crucé la entrada y me dirigí directo a mí salón de clases. Algunos chicos me miraban extraño, decían que era rara por ser tan delgada. Pero como siempre, todos mentían.

Las siguientes dos horas fueron aburridas, sólo pude pensar en el concurso de belleza. Sería en tres meses y competiría contra chicas mucho más delgadas y altas que yo. Tendría que esforzarme para poder ganar.

Sonó el timbre para salir al receso, la mayoría de chicos y chicas salieron corriendo al patio del colegio, yo me tomé un poco más de tiempo y salí despacio. Odiaba el receso. Había siempre mucha gente y todos me miran. Odio eso. En algunas ocasiones me dan ganas de gritarles que dejen de juzgarme por ser muy gorda. Pero debía comportarme como una reina.

Caminé despacio a los lados de la baranda de la escuela, toco las rejillas y luego de un rato escucho algunos sollozos y me asomo por las barandillas. Vi a una chica llorando, parecía de mi edad.

 — Soy Caty.— Dije.—¿Cómo te llamas?— Pregunté.— ¿Por qué estás llorando?

Sólo se me quedó mirando fijamente. 

AmistadWhere stories live. Discover now