Capítulo cincuenta, parte dos.

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Birith la empujó, enloquecida por el frenesí al que su propia impaciencia la arrojó. Sin moverse, Piper la observó deslizando la pared hacia la izquierda con dificultad. Observó a Riley de reojo. Debió prever lo que haría, porque asintió. Se agachó lenta, muy lentamente, y con la mano tanteó el suelo bajo sus pies. Los largos dedos se toparon con una piedra lo suficientemente grande. Levantándose, la aferró con fuerza. Alzó la mano por encima de su cabeza y se preparó para asestarle el golpe en la nuca.

Birith se volteó hacia ella con una rapidez que le impidió detener el golpe que le propinó en la nariz con la empuñadura del arma. Con el latigazo del dolor, Piper dejó caer la piedra y se cubrió la herida sangrante. Pronto, sus manos se mancharon de sangre. El dolor se extendió hasta la cabeza, y tuvo que sostenerse del escritorio para no desplomarse, víctima del mareo aturdidor.

Riley ignoró el dolor de la pierna y se apresuró a acercársele, pero el arma apuntando a su pecho lo detuvo.

―Estoy cansada de ustedes dos ―movió la boca a prisa, gestos que desbordaban su locura―. Dame la llave y acabemos con esto.

Piper deslizó el pulgar por encima del labio en un intento por apartar la sangre de su boca. Dolía como el infierno y la desconcertaba lo líquida y caliente que la percibía. Una presión abrumador en el entrecejo la hizo soltar un quejido.

Introdujo la mano en el bolsillo y la sacó, manchándola con sangre.

―Apuesto a que tampoco sabes qué abre ―teorizó.

―Si lo sabes tú, dímelo.

―Sí lo sé ―se limpió la sangre del pantalón―. Deja que Riley se quede aquí. Apenas puede sostenerse por sí mismo.

―No ―sentenció él―. No dejaré que vayas sola con ella.

―Riley, por favor.

―¡Te dije que no! ―se puso en pie y la encaró, ignorando el hecho de que el arma apuntaba directamente a su corazón―. Si algo de control tienes es por el arma que llevas en la mano, nada más. Si de verdad fueras una mujer de poder, no habrías vivido diez años con la interrogativa de cuando se desplomaría tu vida. No voy a someterme al miedo de morir solo porque sostienes un arma por la empuñadura ―se interpuso entre ella y Piper―. Tendrás que matarme, porque es la única manera en que te permitiré que le hagas daño.

Piper se removió, esforzándose por abandonar la coraza que había construido alrededor de ella con su propio cuerpo.

―No, Riley, por favor ―le tembló la voz ante las posibilidades que le vio en los ojos castaños―. No lo escuches.

Birith se hizo a un lado.

―Entren ―movió el arma hacia la boca oscura del pasadizo―. No me hagan esperar más.

Piper se aferró a él, envolviéndolo con la cintura. Poco importaba el dolor de la nariz o la presión en el pecho. Se le humedecían los ojos con el simple pensamiento de verlo morir frente a ella. Una pena como aquella no podría soportarla.

Se le separó y guardó la llave en el bolsillo del pantalón para ayudarlo a sostenerse. Se armó de valor y avanzó por él, atravesando la oscuridad con pasos vacilantes. Los tragó un camino estrecho, tanto que al avanzar rosaban el codo con la piedra fría y húmeda. Tomó varios minutos llegar hasta la salida por lo difícil que se le hizo a Riley avanzar por el incómodo paraje. Al final, se toparon con una puerta a la que Piper tuvo que empujar para poder abrir. Arrugó la nariz por el olor a polvo que le hizo recordar la visita semanas atrás a la bóveda del rey.

Con la oscuridad mermando su capacidad de observación, pudo notar formas inconexas a la que les fue poniendo nombres casi que por intuición. Supuso que se trataban de cofres, muebles y quizá un montón más de chucherías con las que, en su tiempo, pensaron amueblar la propiedad. Teorizó que, al haber quedado a medias, decidieron guardar todo allí.

Las sombras de la Mansión Egerton [Serie La Corona 2]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant