—No era ninguna broma, Víctor. Te conocía de antes y me gustabas.

—Pero yo no sabía si te gustaba por lo que era ese año, más que por lo que era realmente. De repente era todo muy fuerte, muy intenso. Salí con varias chicas antes de ti. Estaba experimentando.

Tania tenía la taza de café en los labios, pero aquella conversación le traía amargos recuerdos. Consiguió tragar y decir:

—Para mí no era ningún experimento, sino una relación seria. Pero tú estabas distante, pensando siempre en… lo tuyo. Yo estaba segura de que quería estar contigo, pero tú no querías estar con nadie. Y yo estaba desesperada. Por eso pensé que no tenía nada que ofrecerte salvo lo obvio.

—¿Lo lamentas? —preguntó Víctor.

—Lo lamenté, pero porque eras el primero y me habría gustado que fuera más especial.

—Ya —dijo él y suspiró, mientras descorría la silla—. No fue la mejor situación, la verdad. Oye, ¿vamos a dar un paseo?

Ella asintió y se marcharon caminando en dirección al Parque del Oeste. Él llevaba las manos en los bolsillos e iba algo encogido. Cuando llegaron, se arrebujó en su cazadora como si tuviera frío.

—¿Estás bien? —preguntó Tania.

—No del todo.

—Te duele.

Víctor emitió una risa irónica.

—Claro que me duele, joder; pero no por lo que piensas. Estamos hablando de cosas que me duelen. Mira, lo que no soportaba era que lo relacionases todo con mi enfermedad. Te lo conté y me arrepentí, pero ya no había vuelta atrás. Si me encontraba un poco mal, ya era todo termómetros y túmbate y descansa y el número de Urgencias en la mano. Si hubiera sido por ti y por mis padres, me habríais tenido a biberones y encerrado en una jaula de cristal.

Tania sintió una ráfaga de rabia.

—Quizás no habría sido tan mala idea.

—Porque yo era malo, ¿verdad? —dijo Víctor, que pateó un montón de hojas caídas sobre la tierra mojada—. No me tomaba las pastillas que me hacían estar enfermo cada tres semanas y quería pasármelo bien. Qué atrevimiento. Y no permitía que nadie se riera de mí. ¡Qué canalla!

—Hay una diferencia —Tania se adelantó y dio una patada al mismo montón— entre eso y pegar a un compañero hasta destrozarle la ceja.

—¡Me tiró un rollo de papel higiénico a la cabeza! —gritó Víctor.

—¡Era un idiota, igual que tú! —gritó Tania—. Un idiota irresponsable. Y tú le pegaste tanto que te expulsaron una semana. Solo porque le tenías pánico a todo lo que tenía que ver con tu maldita enfermedad. No podíamos ni mencionarla, ¿recuerdas? No te dabas cuenta de que no podías beber hasta caerte en la calle si no querías acabar en el hospital. Y al final, así acabábamos, una y otra vez. Y así fue como lo supieron los demás: por ti mismo, no por nadie más, a pesar de tu paranoia. Todo porque no querías asumirlo, era tan simple como que no podías dejarte ayudar…

—Tú no lo entiendes. Nunca has tenido que pasar por momentos como los míos —Víctor encontró una lata tirada y le dio una patada tan fuerte que la reventó—. No has sentido el dolor, la vergüenza, el horror de no poderte controlar y hacértelo encima sin más junto a tu novia. ¿Qué crees que se siente?

Tania tragó saliva. Era cierto, no podía contestarle a eso.

—Aquella noche lloraste mucho —dijo al fin con voz más suave—. Te juré que no me importaba y entonces me prometiste que ibas a cambiar, que ibas a ser responsable. Pero no fue así.

—Lo sé.

Víctor se había vuelto de espaldas. Contemplaba el tronco húmedo y musgoso de un árbol. Tania se sintió de pronto culpable por haberle gritado tanto.

Caminó hacia él e hizo lo que había querido hacer desde el principio: le puso una mano en el brazo. Apretó suavemente por encima de la cazadora y sintió cómo el chico se estremecía. Luego él empezó a hablar:

—Ahora es distinto. Hace muchos meses que no me salto una revisión. Dicen que estoy bien; al menos, mejor. Me operaron. Esto fue cuando ya no nos veíamos, así que probablemente no lo sepas. No me mires así —Tania dio un bote: ¿cómo podía saber él que…?—. Sé lo que buscas, y no hay nada. Solo se llevaron unos centímetros. Ahora tomo muy pocos medicamentos y no he tenido otro brote desde entonces. No bebo, no fumo y no me meto en problemas. ¿Es esta tu idea de ser responsable?

Volvió los ojos húmedos hacia ella. Tania le sostuvo la mirada.

—Víctor, todos tenemos nuestras limitaciones —murmuró ella—. Solo me gustaría saber que estás bien.

—Lo estoy. Y es cierto lo que dices, solo que a algunos nos cuesta más admitir que no somos eternos. Lo que quiero saber es: ¿es esto lo que habrías querido? Un Víctor más aburrido, domado, que descarga su furia publicando cosas en Internet… pero que no haría daño a una chica otra vez. Un Víctor que hace planes para viajar, pero con un montón de toallas de bebé en la mochila. Un Víctor dolorido, pero menos. ¿Realmente está bien? ¿O te gustaba más salvaje y descontrolado, como era entonces?

Tania lo pensó un momento antes de responder:

—Tú nunca me creíste, pero siempre me gustaste tal como eras.

Y por el brillo de sus ojos supo que era la respuesta correcta.

© Diana Gutiérrez, 2014

¿Qué se siente al ser tan joven?Where stories live. Discover now