Capítulo 2

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Gabriela llegó al instituto con un mal sabor de boca. Aquella desconocida se estaba moldeando en su novela a su imagen y semejanza, y sin embargo no tenía ni idea de cómo era aquel pálido rostro que siempre la interrumpía para dejarle con la palabra en la boca. Después de su encuentro, o mejor dicho desencuentro, en el metro, Gabriela empujó la puerta del instituto para chocarse con el jefe de estudios.

—¡Dichosos los ojos! Pensé que la próxima vez que te viese sería en la librería de mi barrio. ¿Qué tal estás? —Gabriela se aproximó a darle dos besos mientras contestaba con incómodos monosílabos y demasiadas preguntas para poder encontrar a Sofía—. Está en su despacho. ¿Necesitas que te acompañe o aún recuerdas el camino? —Una socarrona risita hizo sospechar que quizás su secreto no lo era tanto.

—No, gracias. Creo que sé ir sola. Muchas gracias, me alegra mucho haberte vuelto a ver.

—A mí también, espero que nos veamos pronto.

Gabriela comenzó a recorrer el angosto pasillo, repleto de trabajos de todo tipo. Aquel año se estaba trabajando las mujeres que con sus viajes habían cambiado el mundo. Paola llevaba muchos años con ganas de hacerlo, y al fin, lo había conseguido. Siguió caminando, sin detenerse demasiado. Paso a paso, adoquín a adoquín, el reflejo de su falsa sonrisa se dibujaba en el suelo que no quería mirar hacia los lados. Los recuerdos le devolvían la mirada y sus taconeos rebotaban igual que las tardes en las que trataba de esconderse de su vida fingiendo que todo iba bien.

—¿Se puede? —preguntó tímidamente, a pesar de encontrarse ya dentro del despacho de la directora.

—Gabri —Sofía se abalanzó sobre ella y la abrazó con pasión—. ¡Cómo echaba de menos este olor! ¿Qué tal estás?¿Has adelgazado?

—Sí, bueno. Un poco.

—¿Estás comiendo bien? —se interesó Sofía preocupada.

—Sofía, no he venido a decirte lo que como.

—No, claro que no. ¿Estás bien?

—En plena creación. ¿Jorge y los niños?

—Bien, como siempre.

—Ya, como siempre. —Respuesta más que satisfactoria en un coloquio social donde se espera que la vida de la otra persona siga bien. Respuesta incorrectísima cuando pretendes que alguien cambie su vida por ti.

—Siempre es como siempre.

—Gabri...—Sofía cogió las llaves de su mesa, cerrando con dos vueltas la vieja puerta donde tantas personas habían tratado de dirigir aquel ingobernable instituto—. Te echo de menos —añadió al volver hacia ella y tratar de cogerla por la cintura.

—Ni se te ocurra. No. Te dije que esto se había acabado hace mucho.

—Por favor.

—No. Ni siquiera debía haber empezado. ¿Puedo firmar ya el papel ese?

—Está bien —Sofía sacó un papel del primer cajón con desgana y se lo entregó.

—¿En serio? Esto podría haber esperado —Gabriela notó la furia subir por su cuerpo.

—No podía. Necesitaba verte. Fírmalo y nos vamos a comer —Lo firmó cabreada y se lo devolvió con apatía.

—Me voy a casa. Nos vemos, Sofía.

—Gabriela me prometiste que...

—Creo que esta promesa no tiene nada que hacer si compite con todas las que tú has estado rompiendo durante meses. —Interrumpió molesta y cabreada.

—Está bien. Siento mucho haberte hecho venir hasta aquí. Yo solo quería...

—Tú solo, tú, tú...—Gabriela cogió las llaves de la mesa y abrió la puerta—. Tú solo piensas en ti, los demás te importamos una mierda. Buena suerte, Sofía.

Avanzó furiosa por el pasillo, con ganas de irse de allí y olvidarse, una vez más, de la engreída y creída de Sofía. Siempre había manejado sus sentimientos sin apenas haber encontrado una tregua para apaciguarlos y ver que no era tanto como ella se imaginaba. Solo aquella chica misteriosa del tren había deshecho el tapón que su mente necesitó para sacarla de aquel instituto. Sin embargo, esto solo es el comienzo y Gabriela ni siquiera había publicado la novela en este punto de la historia. Se encontraba en el pasillo de su antiguo instituto, perdida entre un mar de sentimientos hacia una mujer que jamás le ha correspondido como ella se merecía. Casi corriendo y a punto de lograr la puerta de salida, se detuvo ante uno de los corchos con un colorido poster. Amelia Earhart la despistó tanto, que por su culpa sus pasos se detuvieron y su mente se lanzó a volar de nuevo. Detrás de aquel panel informativo de una mujer que apenas cuatro alumnos podrían decir con seguridad quien era, se encontraba un corazón, que con tiza permanecía intacto a pesar del tiempo que había pasado por él.

—Mierda, joder Amelia, joder. —La voz de Gabriela se apagó con prisa. Miró su reloj sabiendo que los alumnos saldrían al patio en pocos minutos, y aunque sus alas iban dispuestas a alcanzar la puerta de salida, bajó con prisa las escaleras que la llevasen hacia el sótano del instituto. Empujó la puerta y se encontró con las cajas vacías de los folios, sillas rotas, cartulinas viejas de trabajos antiguos y un puñado de recuerdos. Rozó con la mirada la estantería sobre la que Sofía se abalanzó la primera vez que la besó. Tocó con la yema de sus dedos la mesa donde la sentó y remató sus pulsaciones, bajándolas y subiéndolas a su antojo. Su corazón latía de nuevo. Creía haberla olvidado. No necesitaba aquellos recuerdos y aún así se sentía segura entre ellos. Tantos meses tratando de hacer que nadie supiese nada, quedándose a reuniones fantasmas y explorando sobre aquellas viejas y olvidadas cajas la anatomía de su compañera, casada y con dos hijos. Preguntas, preguntas y más preguntas se amontonaban en su cabeza cada tarde bajo el chorro de su ducha caliente, donde trataba de comprender por qué se había metido en aquel lio. Preguntas que al día siguiente pretendía lanzar, una tras otra. Preguntas que al final siempre eran silenciadas por los labios de Sofía sobre los suyos, por sus manos quitando botones y su piel arrebatándole la frescura de la ducha del día anterior sobre la suya.

—¿Gabriela? Pensaba que ya te habías marchado —dijo Sofía sonriendo mientras cerraba la puerta con cuidado. El timbre del recreo había sonado un par de minutos antes. 

Se busca protagonista.Where stories live. Discover now