01 | La profundidad del sentir

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Lismore, Australia

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Lismore, Australia.

Pasado

—Es la cuarta vez que despiertas, espero que dures más esta vez.

La cabeza le palpitaba, y la vista le había sido privada por una venda áspera que raspaba su piel.

Estaba golpeada, llena de moretones y sangre seca. El contacto con el cemento era suficiente para hacerla quejar de dolor. Su boca estaba seca, su voz atrapada en paredes de concreto. Sentía un hormigueo constante que se expandía desde las puntas de sus dedos. Sus dientes temblaban tan fuerte que apenas se entendía lo que balbuceaba.

Estaba vacía. Le habían arrancado algo, y lo peor de todo, no sabía que era. Pero lo sentía. En lo profundo de su mente. En cada fibra de su cuerpo.

Se dejó caer contra el piso cuando sintió una descarga en su cuerpo.

—Mereces lo que te está pasando, cielo —le respondió.

—¿Por qué? —preguntó en un susurro tan bajo y oxidado que apenas resonó en las paredes del lugar. Estaba cansada. Los huesos le dolían, pedían un descanso. Solo unos segundos de paz.

Escuchó una risita que le erizó la piel. Sintió un dedo helado por su frente, siguiendo el recorrido hasta su nariz, y finalizando en sus labios. Su cabello rojizo, ese que tanto amaba, ahora estaba lleno de lodo y suciedad acumulada al pasar las semanas.

—Unos pocos cortes aquí —la mano palpó sus brazos, sintió ganas de vomitar— Unas quemadas aquí —su dedo áspero se arrastró por su abdomen— Y unos cuantos moretones por todo el cuerpo —añadió, la satisfacción en cada letra pronunciada.

Una lágrima rebelde le rodó por la mejilla. Gimió bajito cuando sintió una vara de acero clavándose en sus costillas.

—Que preciosidad... —murmuró frente a ella, arrastró uno de sus asquerosos dedos por el rostro de Iana— Lloras sangre... ¿Sabes? Ahora tengo curiosidad, así que vamos a jugar.

Oyó el choque eléctrico de ambos aparatos que, desgraciadamente, con el pasar de los días conocía tan bien. Aunque su cuerpo protestó, se encogió. No otra vez. No de nuevo.

—Oh no, no te muevas, cielo. Veamos tus lágrimas una vez más.

Le dio la primera descarga, dejándola casi inconsciente; estaba tan débil que no aguantaba nada más. Se mordió el labio tan fuerte en la segunda, que saboreó su sangre.

A la tercera, se había desmayado.

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Praga, Europa

Presente

—¡Sé postiva Ivyyyy! —alargó la pequeña, sacudiendo la mano. Ava aún tenía dificultad para pronunciar algunas palabras. Cuando unos chicos de su edad la molestaron, ella orgullosamente había respondido que estaba creando su propio idioma y que, si les molestara, que se pusieran gafas. Si, bueno, Ava había comenzado a agarrar alguno de sus hábitos. La chica asintió, devolviéndole el gesto.

InefableWhere stories live. Discover now