Prólogo

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Prólogo
Comienzo

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Poco a poco, lágrimas caían de mis mejillas sin ningún sentimiento, pero ver la traición frente a mis ojos, no hacía más que darle vueltas a mi cabeza, preguntándome todo el rato como había acabado así refunfuñé sobre mis pensamientos. Ella no me miró, no sabía ni que me encontraba allí.

Aquella chica gengibre con el cabello muy anaranjado, pequeñas pecas por toda su cara, el rubor que contenían sus mejillas y los ojos cerrados dejándose llevar por un beso apasionado por otro chico con cabello castaño, me parece recordar; uno que cuándo estábamos en Hogwarts siempre estaba con la pelirroja, aunque yo estuviera presente.

Debí darme cuenta antes de como aquella arpía me llevaba engañando por un par de años. Maldita interesada de mierda.

A decir verdad, yo no sentía nada por ella, sólo estabamos juntos por mi compañero, el cuál en unas semanas se iba a casar, y teníamos que estar ambos en su boda.
Ver esa penetrante imagen que entraba por mis ojos color esmeralda, hacía que mi cabeza resonara... Lo único que pensaba era en esos tres años que había malgastado.

Esos tres años en los que yo podría no haber estado con ella y haberme marchado con él.

Pero no, por una niña estúpida con la que solo estaba por una fuerte amistad tuve que ver como ese día me engañaba, y las veces que lo tenía hecho sabía que no eran pocas.

Maldije por lo bajo.

Mi sangre cada vez se calentaba más haciendo que quisiera retomar venganza. Así que me fui de allí, limpié mis mejillas con mi manga de la camisa y me dirigí a mi habitación, en la cual, estaba mi pequeña lechuza:

Hedwig.

Me aproximé a mi mesa de trabajo no sin antes agarrar un pergamino y una pluma para empezar a escribir una carta en donde confesaría mis plegarias.

—Draco Malfoy.—fue lo único que le dije al animal, el cuál giró la cabeza dubitativa. Levanté una ceja preguntándome porque seguía ahí—Hedwig no tengo todo el día...—hice una breve pausa—porfavor llévasela a Draco.

La lechuza agarró el pergamino con sus patas y salió por la ventana para poder entregarle ese trozo de papel a aquel rubio chico.

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Maldije en un susurro. Ese gato mocoso, había roto lo que quedaba de sofá. Si, lo que quedaba... Por que por esta estúpida cicatriz en el brazo no he conseguido un hogar.

Hace mucho que no veo realmente a mis padres y no es que no se preocupen por mí si no que la última noticia que obtuve de ellos era que estaban en Azkaban. Mi padrino, el cual sigue en Hogwarts, no se ni cómo la verdad tampoco es que me ayude con el problema que tengo; y yo sólo estoy en un sucio barrio muggle, en un escueto callejón oscuro y con un gato que ni es mío. Solo un día apareció y lo dejé quedarse ya que me recordaba a mí.

—Mi padre se enterara de esto.—le dije señalándolo, y él seguía arañando mi único lugar en el que sentarme o dormir para no tener que pudrirme en el suelo—¡Achís!—el gato se sorprendió y se fue corriendo—Maldita sea, voy a morir congelado y congestionado, no es muy propio de un Malfoy a decir verdad—Me dije a mí mismo mientras me abrazaba acurrucándome en el sofá qué estaba debajo de un tejado no muy seguro y por el que entraban pequeñas gotas de agua.

Estaba lloviendo.
Bueno no... Tronando.

Los rayos dislumbrantes me cegaban la mirada y mi nariz estaba roja mientras intencionadamente me la sorbía para que no cayera agua de mis fosas nasales.

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