Noche en Lucy Forge

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El turno de vigilancia por las noches me resultaba cada vez más y más tedioso. Miraba el reloj cada pocos minutos y cuando parecía que había pasado por lo menos una hora, sólo había transcurrido media.

Durante aquellas semanas me habían asignado la vigilancia de unos grandes almacenes situados a pocos kilómetros al norte de mi residencia. Era bastante sencillo, pasaba la mayor parte del tiempo leyendo artículos y revistas en el puesto de vigilancia y cada hora daba alguna vuelta por el almacén. Noche tras noche se repetía esta rutina. Aquel día finalicé mi turno alrededor de las ocho de la mañana. Nada más llegar a casa decidí ducharme y dormir algunas horas. Cuando desperté vi que tenía varias llamadas perdidas de mi jefe. Decidí llamarlo de vuelta.

—Buenas, Mark, soy Jack. No he podido contestar antes porque estaba durmiendo, lo siento.

—No te preocupes, Jack. Te llamaba para decirte que mañana tienes que cubrir una baja en el tanatorio de la calle Lucy Forge, creo que está a unos seis kilómetros de tu casa. El vigilante que trabaja allí tiene una operación importante y he pensado en cubrir ese puesto contigo. Aún no sé con seguridad si habrá algún velatorio o no esa noche, pero como ya sabes, siempre tiene que haber algún profesional vigilando el lugar.

Tras varios minutos de llamada, acepté. Veía innecesario resistirme a ello. No me entusiasmaba realmente la idea de hacerlo, pero al cabo de un instante me parecía completamente absurdo sentir algún tipo de temor. Al fin y al cabo llevaba meses trabajando de vigilante en diversos lugares que presentaban el mismo aspecto solitario y sin vida más allá de la mía. Esta sería una noche más.

Siguiendo las indicaciones de Mark, a las once me encontraba aparcando en un pequeño aparcamiento público situado a escasos metros de aquel tanatorio en la calle Lucy Forge. Era una calle que tenía fama de ser bastante transitada a todas horas. Yo no pude afirmarlo aquella noche. Las farolas que iluminaban la calle estaban situadas a una distancia notable la una de la otra, y en medio sólo se distinguía un vacío abismal que helaba la sangre. No había nadie, a veces sentía que ni yo mismo estaba allí.

Nada más entrar en el tanatorio me crucé con el encargado que llevaba a cabo el turno de día, que apenas cruzó palabras conmigo. Yo ya conocía algunas de las características de aquel lugar, había tratado con algunos compañeros de trabajo que habían estado allí con anterioridad. Para empezar, había seis salas diferentes y todos aquellos que desgraciadamente hicieran uso de ellas tenían derecho a completa privacidad con la opción de mantener la sala cerrada y que nadie pudiera entrar. Poca gente solía emplearlo ya que por norma general se suelen recibir muchas visitas en estos sitios, lo que supone un constante entrar y salir de las salas, por lo que siempre las tenían abiertas. Las seis salas se mantenían comunicadas con una pequeña habitación, donde los vigilantes solían sentarse durante toda la noche y salían para fumar, como era mi caso.

A las once y media ya había ocupado mi puesto. Aquella sala presentaba características claustrofóbicas, la silla chirriaba al mínimo movimiento que hacía y la luz era muy poco estable, aumentaba y disminuía su intensidad con frecuencia e intenté ajustar la única bombilla de aquella lámpara sin mucho éxito. El único sonido que me acompañaba en aquel reducido espacio era el del aire acondicionado. El cual podía ajustar a mi gusto con un pequeño mando a distancia que había en lo alto de la mesa. Decidí sacar un par de revistas de astronomía que había preparado para aliviar la pesadumbre de la noche.

No había preguntado al anterior vigilante si había o no algún velatorio esa noche, pero a esas alturas la ausencia de bullicio me había respondido esa cuestión. Poco duró la seguridad de esa respuesta cuando alrededor de la una un estridente sonido encendía una pequeña bombilla situada en la parte superior del telefonillo correspondiente a la sala seis. Aquel ruido me sorprendió por completo. Aparentemente nadie se dirigía a mí, sólo escuchaba el llanto de una mujer, un llanto discordante, desgarrador, de eterno sufrimiento que lejos veía consuelo. Un pánico repentino me dominó, pero traté de mantener la calma y activé el botón del telefonillo para entablar conversación con ella.

—Disculpe, señora. No tenía ni idea de que había alguna sala en uso. Si necesita usted algo, por favor, cuente conmigo.

—No se preocupe —intervino al cabo de un rato una voz femenina entre sollozos de un alma que había sido asestada por una dosis de sufrimiento—. Llevo aquí todo el día velando a mi hermano. Opté por una sala completamente privada porque no quiero recibir ningún tipo de visitas.

No quería molestarla más. Algunos minutos después decidí salir a fumar y echar un vistazo al coche. Desde aquel desierto aparcamiento se veían todas las salas desde fuera, todas ocultas tras una enorme cortina amarilla. La sala seis estaba encendida, destacaba la silueta de una mujer que parecía llevar un largo vestido. De repente, la luz de la sala se apagó. Corrí hacia la pequeña habitación para preguntar desde el telefonillo si todo iba bien. No recibí ninguna respuesta. Nada rompió aquel martirizador silencio. No sabía qué debía hacer en ese momento, salí de la habitación para dirigirme hacia la sala seis. Atravesé aquel lúgubre edificio que sólo era iluminado por la luz de la pequeña habitación que quedaba atrás conforme atravesaba los angostos pasillos, decorados con los cuadros de todos los directores que tiempo atrás dirigían aquel tanatorio. Las miradas de aquellos testigos de épocas antiguas me perseguían conforme avanzaba hacia la sala seis, quedando cada vez todo más oscuro. De nuevo, un solo sonido, el de las probablemente oxidadas tuberías del edificio acompañaban aquel eterno recorrer del pasillo.

Al fin llegué a la puerta, di varios golpes desesperados con los nudillos.

—¿Se encuentra bien?

Escuché cómo la chica apretaba el botón para desbloquear la puerta. Una hermosa mujer de pelo castaño se escondía tras aquella pesada puerta. Sus ojos negros se veían eclipsados por la huella de un largo día de llanto, su mirada desprendía desesperación y abatimiento. Me invitó a pasar. Estuvimos hablando durante algunos largos minutos. El mayor problema al que me enfrenté era que no sabía cómo manejar aquella situación, no me veía con la capacidad de dar consuelo a aquella chica, que claramente estaba viviendo una situación horrible. El tiempo comenzó a fluir de manera vertiginosa, ya casi era la hora de relevo, mi turno terminaba. A pesar de las circunstancias que nos envolvían, fue una noche agradable, su ánimo se fue suavizando.

Al despedirnos nos fundimos en un largo abrazo, que envolvía palabras de agradecimiento por haberla acompañado aquella noche. No pregunté por su nombre, quizás la volvería a ver algún día, quizás no.

Cuando dieron las ocho, me dirigí al coche. Me sentía realmente agotado, pero algo en mí era testigo de la satisfacción de haber vivido semejante experiencia, y de haber podido a aliviar el dolor, aunque fuera durante un breve periodo de tiempo, de aquella mujer. Estaba seguro de que nunca olvidaría aquella noche. Realmente tenía ganas de volver a encontrarme con aquella chica.

Durante el trayecto, recibí una llamada de mi jefe, cuyo tono era más alegre de lo común.

—¡Jack! No sabía si te pillaría despierto aún. ¿Qué tal la noche? Estuve hablando con el encargado actual del tanatorio y me dijo que se te ha tenido que presentar tranquila, no tienen ningún velatorio desde hace algunos días. Pero aun así te quería preguntar qué tal la noche tan solitaria en aquel lugar. ¿Se te ha hecho larga? ¿Volverías a repetir? Soltó una risa simpática, que describía un estado de alivio y comprensión.

Colgué el teléfono rápidamente. No sentí nada en aquel instante. No terminaba de comprender con exactitud qué había ocurrido. ¿Quién era aquella chica? ¿De verdad he estado sólo toda la noche? Había sufrido una repentina ruptura con toda realidad, si es que alguna vez había sabido realmente qué es la realidad.

De repente, un familiar ruido estridente salía de la radio del coche. Sonaba igual que el telefonillo de aquella angosta habitación cada vez que alguien llamaba desde alguna sala. Reconocí rápidamente la voz de la chica del tanatorio.

—Ha sido una noche estupenda, ¿no crees, Jack? —Una inocente risa acompañaba las palabras que me mantenían paralizado mientras conducía como podía—. A mí se me ha hecho muy corta, pero no pasa nada. Pronto, créeme, nos podremos fundir en un eterno abrazo de nuevo, del que nunca más podrás escapar, te lo aseguro.

Tras una risa que se distorsionaba en la radio, el horrible sonido se detuvo de repente.

Al cabo de dos días, los bomberos encontraron el coche de Jack destrozado entre los árboles que rodeaban la autopista. El cuerpo de Jack no estaba allí. Nunca lo llegaron a encontrar.

Aquella mujer, de nombre Agatha, asistiría esa misma noche de nuevo un velatorio en Lucy Forge,acompañaría a Jack en la incesante soledad de la noche. Noche en la que Jack jamás volvería a ver un nuevo amanecer.

Noche en Lucy ForgeWhere stories live. Discover now