Maldito silencio

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Maldito silencio

©Lucía González Lavado

No os voy a decir mi nombre, no creo que importe, porque esta historia es más común de lo que creéis. Una amiga, vuestra hermana o muchas de las me estéis leyendo, es posible que estéis viviendo un silencioso infierno

¿He contado mi historia durante estos años? Sí, y muy pocos comprenden porque no huí cuando me levantó la mano y es lo que voy a contar...como empezó todo.

Yo era una adolescente alegre y despreocupada. Había tenido alguna que otra relación, pero nada serio y lo prefería, porque tenía muchos planes para mi vida tras el instituto. Y entonces llegó él. Encantador, amable, que se metió en mi cabeza y en mi corazón. No había sido más feliz en mi vida. Sabía todo lo que me gustaba, me sorprendía con detalles que me quedaban sin habla y sabía contentarme de manera inexplicable. Así empezó todo, regalándome grandes momentos, viendo lo bella que era la vida con él y sin saberlo, ya había caído en sus redes. Era como un niño al que embaucas con dulces, al que después se los quitas, y con tal de que se lo devuelvas, hará lo que le pidas.

Todo empezó con pequeños detalles:

—¡Tu ex no deja de mirarte! Seguro que aún siente algo por ti y tú sigues hablándole. ¡Yo no hablo con mis ex!

¡Tonterías! Le decía. Le quitaba importancia a lo que me decía y él me correspondía con un sepulcral silencio que me rompía el corazón, así que poco a poco, fui haciendo caso de sus peticiones, para no ser castigada con esa mirada fría o ese cortante silencio.

Después, todo volvía a la normalidad. Cariño, abrazos, hasta que todo comenzó a parecerle poco.

—¡Pasas mucho tiempo con tus amigas! Te echo de menos. Yo he dejado de jugar con mis amigos los fines de semana al fútbol para pasar más tiempo contigo. ¿Acaso no me quieres? ¿No deseas pasar más tiempo conmigo?

—Claro que quiero pasar tiempo contigo —le respondía.

—Pues no lo parece —me reprochaba. Después no había nada más que silencio. No le hacía falta utilizar voces o gritos. Ese maldito silencio, que me ignorase de esa manera, lo odiaba y lograba que hiciera lo que quería.

Aun así todo empeoró. Mi primo, a quien había querido como el hermano que nunca había tenido, se trasladó a la ciudad para estudiar en la facultad y fue ahí donde se desató su verdadera locura, cuando un hombre que no era mi padre vivía bajo el mismo techo que yo.

La fraternal relación que tenía con mi primo le parecía enferma e insana. No podíamos llevarnos bien y acusó a mi primo de ser un degenerado y de que me miraba como a una mujer, no como a su querida prima con la que se había criado desde niño.

—¡Ya no aguanto más! —le grité—. Estoy harta de que me preguntes cada mañana que voy a llevar a clase o elijas mi ropa y todo lo que estás diciendo de mi primo, no lo aguanto. ¡Se acabó!

Decidida salí de su coche; él se fue rápido y yo anduve un buen rato, hasta que me llegó un mensaje. Era de él, no quería leerlo, pero lo hice.

—Me he tomado pastillas, ¡no puedo vivir sin ti! Te he querido más que a mi vida.

Desesperada corrí hacia su casa. Estaba solo y me abrió la puerta. No se había tomado nada, ¡era mentira! ¡Pura manipulación!

—Lo voy a hacer.

—No, no quiero que mueras.

Mi ruptura con él solo duró unas horas. Volvimos juntos. El remordimiento de que se quitase la vida debido a mí, me reconcomía y al igual que hice con mis amigos, amigas, en esta ocasión, me alejé de mi primo, después de mi familia debido a mi cambio de carácter y lo cierto es, que no tuve elección.

—¡Lo voy a hacer! —me gritó en muchas ocasiones—. Acabaré con mi vida. Todos sabrán que ha sido por ti y tendrás que cargar con mi muerte.

No me atrevía a pedir ayuda, estaba sola y asustada. El miedo ya estaba dentro de mí. No podía quitarme de la cabeza que si me alejaba de él, su muerte recaería en mí y continué a su lado.

El tiempo avanzó. Mis sueños de irme de la ciudad, estudiar en el extranjero, no se cumplieron. Terminé un curso de formación profesional que hice junto a él, y durante un tiempo, todo fue calma, hasta que su enfermiza mente creaba situaciones que nunca habían pasado.

—¡Has estado hablando con él! —me gritó un día en el coche—. Por eso has tardado en salir. ¡No me mientas! Sigues hablando con el enfermo de tu primo, ¡dímelo! —me gritó.

—No he vuelto a hablar con él —respondí asustada.

—¡Mentira! —gritó, a la vez que comenzaba golpear el volante una y otra vez.

Insistió una y otra vez en que confesara, admitiera que había hablado con él. No le importaban mis palabras, ni mis lágrimas o súplicas porque parase. Solo lo hizo cuando en uno de sus brotes de cólera me golpeó en la cara. Y vino el silencio. Mi llanto se detuvo y sus palabras de rabia también.

Me iba a ir cuando me sujetó de la mano y me enredó entre sus brazos. No podía escapar. Todo su cuerpo temblaba. Estaba llorando y no dejaba de pedirme perdón, me suplicaba para que no me fuera y no lo hice, pero ese día, me rompí... me hice pedazos. No solo fue el golpe, si no también suplicar porque me creyera, negarme el consuelo que pedía cuando lloraba... acabó conmigo.

Después vivimos un tiempo de calma, me propuso irnos a vivir juntos y acepté. Pensé que de esa manera tendría más libertad. No estaría confinada a mi habitación por miedo a encontrarme con mi madre y reñir con ella, o con mi primo, que no dejaba de pedirme explicaciones.

Una noche estábamos en el baño y me vio tomarme la píldora anticonceptiva.

—¿Cuándo vas a dejar de tomar esa porquería? Quiero ser padre.

—No es el mejor momento y lo sabes. Los dos llevamos poco tiempo trabajando —le respondí. Habíamos sido seleccionados en la misma empresa de trabajo, algo que le complació, pues así podía ver que hacía en mi turno de trabajo—. Ya llegará el momento —le mentí. Había perdido muchas cosas en mi vida, había cedido a muchas de sus exigencias, pero de lo que estaba segura es que no tendría un hijo con él.

Vi su furia. Me tomó del brazo y me lanzó contra la cama y cuando quise levantarme, me dio una bofetada, para finalmente acabar encima de mí, donde tras quitarme la ropa, tuvo relaciones. Después se quedó dormido y cuando el reloj sonó a las seis de la mañana, hice lo de cada cada mañana. Nos encontramos en el desayuno y esta vez no hubo palabras de perdón.

—Tengo que irme antes —le dije, dándole la espalda—. He de que cubrir a una compañera, pero nos veremos en el descanso del desayuno —le dije aprisa, sin permitirle decir nada y dándole un beso en los labios.

Ansiosa me fui y conduje hacia la estación de autobús, compré un billete a kilómetros de allí, hacia la casa de mi abuela que él no conocía y ya más tranquila, tomé mi móvil.

Durante el tiempo que habíamos estado juntos, en pocas ocasiones había tenido encuentros con su familia, y en una ocasión intercambié teléfono con su madre y la llamé.

—Hola —la saludé—. He dejado a tu hijo y... no está bien. En muchas ocasiones ha dicho que iba a quitarse la vida.

Y con esas palabras, desaparecí de su vida.

Han pasado años desde aquello y ahora soy una mujer nueva que ha cumplido todo lo que siempre deseó. Además he recuperado a amigos y familiares. Yo salí a tiempo, salí lo suficientemente ilesa para contar mi historia y ayudar a otras mujeres que han vivido lo mismo o lo están viviendo.

Esta es mi historia, de cómo empezó todo, de cómo acabó con mi autoestima, del miedo que plantó en mí, y también, es una historia de supervivencia.

Porque los celos no son sinónimo de amor.

Porque las personas somos libres y no pertenecemos a nadie.

Yo sobreviví, salí y tú puedes hacerlo.

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⏰ Last updated: Apr 04, 2020 ⏰

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