Parte 1

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Alex se subió al coche y se sentó a su lado. Ella habría preferido que ocupase el asiento del copiloto.

—Buenas noches, Marilia —Alex saludó cortésmente a la madre de Sofía, que conducía el coche, antes de girarse hacia ella—. Hola, Sofía.

Ella emitió un apático gruñido que parecía un "hola", pero podría haber sido cualquier otra palabra corta. Eran las primeras palabras que cruzaban después de dos años sin verse. Dos años habían pasado desde la última vez que se vieron obligados a compartir espacio. Desde su último enfrentamiento.

Sofía miró de reojo a Alex. Se había sentado con la espalda muy recta y se estaba poniendo el cinturón. Llevaba puesta una mascarilla, cómo no. Le miró con desdén. Para ella la mascarilla era un detector de idiotas. Se sabía que las comunes como la que él llevaba no prevenían el contagio y que era mucho más eficaz lavarse las manos. Además, tanto él como ella habían estado en contacto con enfermos de un virus altamente contagioso, no tenía sentido evitar contagiarse.

Lo único que tenían en común era la edad y que ambos tenían que aislarse hasta que les hicieran la prueba del COVID-19, más conocido como coronavirus. La enfermedad había llegado a Madrid hacía apenas unos días y desde entonces las cifras de contagios se habían disparado, obligando a la población a quedarse en casa.

Sofía no podía correr el riesgo de contagiar a su abuela, con la que vivía, ya que la enfermedad podía ser fatal para ella. La hermana pequeña de Alex también era población de riesgo debido a una enfermedad. Ninguno de los dos podía quedarse en casa.

—¿Quieres una? —Alex alargó la mano ofreciéndole una mascarilla—. Tengo de sobra.

—¿Para qué quiero eso si seguro que ya me lo han pegado? —Sofía no se esforzó lo más mínimo en ser amable.

—Esto no evita el contagio, sirve para no contagiar a los demás —por sus ojos se notaba que él sonreía, pero estaba tenso.

Sofía no le contestó. Se limitó a mirar por la ventana mientras su madre y Alex comentaban que ya se había agotado el papel higiénico en muchos supermercados.

Madrid parecía la misma ciudad de siempre. Asfalto, granito gris, las luces rojas y verdes de los semáforos y árboles pelados, pero no lo era. Algo se había roto y lo notaba cada vez que veía a alguien con bolsas de la compra demasiado llenas o a alguna persona llevando mascarilla. Era muy tarde, pero en aquella ciudad siempre había coches circulando. Hasta ahora solo se habían cruzado con media docena. Esa no era su ciudad. Madrid no era Madrid sin filas de coches esperando a que un semáforo se pusiera en verde.

Que suspendieran las clases había sido un alivio. Estaba muy agobiada por la universidad y unos días de descanso le vendrían bien. Pero, descanso aparte, Sofía estaba harta de aquella epidemia y la obsesión e histeria que generaban. Harta de que todas las conversaciones giraran alrededor de aquel virus. Hastiada, pegó la frente a la ventanilla del coche.

—No deberías hacer eso, luego lo tendrán que limpiar —le dijo Alex.

Ella restregó la cara por la ventanilla. Primero una mejilla y después la otra.

—Qué lista la ingeniera... —murmuró Alex con sarcasmo.

Sofía abrió la boca, sacó la lengua y dio un lento lametón al cristal de abajo a arriba. Luego se quedó mirando a Alex desafiante. Este se limitó a resoplar de forma que solo ella le oyera.

No tardaron en llegar al piso que el amigo de Alex, Bruno, le había prestado para que pasara la cuarentena. El dueño del apartamento trabajaba como piloto y no regresaba a Madrid hasta dentro de varias semanas, así que la casa estaba a su entera disposición. Cuando los padres de Alex supieron que Sofía también necesitaba un lugar donde pasar la cuarentena ofrecieron a los padres de esta que también se quedara en aquel piso. Sin consultar a Alex.

En cuarentena con mi enemigo INCOMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora