Permíteme pensar en ti

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Nunca le diría nada. ¿Y si se reía? ¿Y si no quería saber nada más de él? Además, el resto... Nacho sacudió la cabeza intentando apartar ese pensamiento de su mente. Vale que muchos en su situación recibían trato diferente, pero muchos otros no. Se preguntó por qué unas personas eran distintas a otras.

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Las personas no son diferentes, es su alrededor lo que es distinto, se dijo Jorge. Eran muchos los discriminados y eran muchos los respetados. Supongo... que depende del cristal con que se mire. Las vistas no son iguales si miras por ventanas distintas, pensó. Una vez vio a una pareja de chicos en la calle. La mayoría de la gente pasaba. No les importaba. Pero otros muchos susurraban por lo bajo. Tanto personas mayores como jóvenes. Desvió la mirada al suelo. Triste. A ellos parecía darles igual. La verdad es que a Jorge tampoco le importaba tanto lo que dijesen de él, pero no se arriesgaría.

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Nacho sí que había fantaseado con él. Muchas veces. No podía evitarlo. Le gustaba mucho Jorge. La verdad es que él siempre había tenido claro que no le atraían nada las chicas.

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Jorge nunca lo había tenido claro. Cuando los demás ya mostraban cierto interés en las chicas, él todavía pensaba en terminar el álbum de cromos. Y más tarde, cuando los chicos de su edad ya hablaban de lo mucho que les gustaba esta o aquella, Jorge todavía no pensaba en eso, no le atraía ninguna. Pero entonces llegó Nacho y algo se rompió dentro de Jorge. Nacho rompió sus esquemas.

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Nacho siempre había sabido que le gustaban los chicos. Pero el conocer a Jorge se lo confirmó. Nunca le había interesado ninguno, aunque sabía que no tardaría en ocurrir. Cuando conoció a Jorge ocurrió.

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Miró a Nacho desde su sitio en lengua. Por un momento, no pudo evitar pensar en cómo sería besar a Nacho.

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Jorge daba la impresión de ser inteligente. Nunca dudaba al salir a la pizarra. Nacho era mucho más torpe. Siempre se le quedaba mirando. Le gustaba ver como ágilmente escribía con la tiza, con movimientos rápidos. Intentaba no hacerlo, puesto que estaba seguro de que ponía cara de tonto cuando miraba a Jorge. Pero a la vez se preguntaba cómo no hacerlo. Cómo no perderse en sus ojos grandes. Cómo no prestar toda su atención a su expresión cuando, durante solo un segundo, Jorge fruncía el ceño al no estar seguro de lo que hacía. Y sobre todo, cómo no querer a Jorge.

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No sabrías decir quién lo pasaba peor cuando Nacho estaba en el encerado. Nacho se tiraba tres horas para resolver un ejercicio y se moría de vergüenza cuando el profesor le decía que se diese prisa. Jorge, pendiente de todas sus acciones, cada cual más insegura que la anterior, era oyente de más de un comentario de burla hacía el chico. Jorge no lo soportaba. Odiaba que se metieran con él. ¿Pero qué podía hacer? Solo atender al gesto nervioso de Nacho, ese que a veces incluso parecía que tenía que contener las ganas de echarse a llorar. Y eso, eso podía con Jorge.

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Ya había asumido que nunca tendría nada que ver con la vida de Jorge. Jorge y Nacho eran dos polos opuestos.

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Sabía que nunca estaría en la mente de Nacho. Nacho y Jorge eran muy distintos.

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¿Y si todos sus miedos se hiciesen realidad? ¿Y si su hermana no quería volver a saber nada de él? ¿Y si sus compañeros dejaban de verle igual? ¿Y si...? Tantas preguntas, tantos miedos.

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¿Y si le echaban de capitán? Pues que le echasen, eso no le importaba. Pero Nacho... Nacho no sentía lo mismo que él. No podía sentirlo. No pondría su vida patas arriba si no recibía nada bueno a cambio.

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Nacho nunca le diría a Jorge que le gustaba.

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Jorge nunca le diría a Nacho que le gustaba, a no ser que él lo hiciese primero.

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El miedo consumía a Nacho.

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Las dudas mataban a Jorge.

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Nacho nunca se atrevió a decirle a Jorge lo que sentía, haciendo que Jorge nunca le dijese que le correspondía.

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Por culpa del miedo.

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Por culpa de las dudas.

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Se limitaban a rogarle al otro en el silencio de sus mentes, un favor tan grande como diminuto; tan simple como necesario. Permíteme pensar en ti.