Prólogo

9 2 0
                                    



Canela


  La sangre es una rendición inevitable

y eso sólo lo recuerda mi corazón seco, agonizante .


No tengo ni idea de cómo llegué a las gradas, difícilmente me reconozco a mí y a la varilla gigantesca que me atraviesa el muslo.

Por un momento no puedo apartar la mirada de la piel sobresaliente, de la sangre chorreando por mi piel, la carne, el olor a metal y... empiezo a marearme.

Aparto la vista, me obligo a reincorporarme.

¡Bendita sea la mortalidad, cuánto arde!

El lugar... ¡au! es un desastre. Un agujero inmenso en el ala oeste, escombros, un... ufff, un tejado doblándose, estructuras convaleciendo, cables chispeando y de pronto el dolor físico pasa a segundo plano.

Pronto recuerdo, no hay nada que pueda hacer para filtrar las imágenes que amenazan mi cordura. Una explosión, muchos cuerpos, gritos enmudeciendo, fuego devorando y vidas agonizando. Se me nubla la mirada. Todos son compañeros de mi infancia. Un coro de almas jóvenes retozando junto a su juventud, sin saber que el futuro se les burlaba.

Un chasquido interrumpe las ganas que tengo de esfumarme junto a ellas.

Gradas más abajo yace una sombra acuclillada.

—¿Díaz?

Su rostro me devuelve la mirada. Quien sea que haya sido mi compañero, ahora no es más que una criatura de esqueleto endeble que huele torpemente el aire para encontrarme. Tan pronto como me ve, deja caer de su boca un pedazo de carne y de sus manos torcidas una extremidad humana.

De lo más ficticio, de lo más irreal, de lo más perturbador.

Una cochinada.

Díaz emite un sonido extraño y empieza a arrastrarse por los niveles inferiores hacia mí. Busco algo próximo para defenderme. Resulta casi irónico que entre los escombros de tan mortal explosión no haya nada... letal.  Tal vez no sea lo que pienso, tal vez siga atrapado allí; bajo la carne putrefacta y lo deliberante que es el instinto.

Pero Díaz no se detiene. Yace demasiado ausente y, a la vez, demasiado cerca.

Intento arrastrarme lejos de él pero muy pronto, y no tan sutilmente, comprendo que la vara no solo ha perforado mi piel, sino también el asiento debajo de mí. Empiezo a temblar.

Y es allí cuando la veo: una multitud de estatuas ansiosas observando la escena.

Tal vez hambrientas de la vida que acaban de perder.










NO apto para vegetarianosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora