5. Vía de escape

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5. Vía de escape (actualizado)

Oscuridad, pasadizos de piedra enmohecida, agua, humedad...

Llevaban horas recorriendo las galerías que componían el alcantarillado de Vetrara y aún no habían encontrado una salida que no se hallara bloqueada y estuviera lo suficientemente lejos de Vetrara para poder escapar sin ser descubiertos.

Caminando apresuradamente tras Cirdán, Luth intentaba concentrarse en mantener una respiración acompasada. La densa negrura le agobiaba de tal manera que se creía atrapada, como un ratón en una jaula. No es que no pudiera ver, no era eso. La vista de un vampiro era perfecta tanto de día como en la noche más cerrada, pero notaba cierta claustrofobia ante aquella oscuridad. Imaginaba que aquel espeluznante laberinto les engulliría en cualquier momento y no era capaz ni de sentirse aliviada cuando los haces de luz se filtraban a través de las bocas de tormenta. Aquello era una maraña interminable de pasillos y recovecos de la cual necesitaba salir, pues a pesar de que parecían estar lo suficientemente aislados del exterior, los disparos y estallidos continuaban tronando bajo tierra creando un eco que les taladraba los oídos y les hacía dudar de la procedencia exacta del sonido.

Más adelante y tras varios cambios de ruta, el ruido se fue atenuando hasta convertirse en un silencio absoluto que les hizo sentir más a salvo con cada paso que daban. Parecían haber cruzado los límites de la ciudad y aunque podían respirar tranquilos, no debían confiarse.

— No sabes cuánto echaba de menos el silencio —susurró Luth deteniéndose e inspirando profundamente, relajándose.

No se escuchaba nada a excepción del fluir del agua por el alcantarillado junto con sus respiraciones. No había hedor, no había suciedad... A diferencia de la humanidad, las alcantarillas en Delhn no eran cloacas. Su misión era recoger el agua de lluvia que caía desde las calles para reconducirla a cada hogar. El sistema de ahorro fluvial de los Delhârs —quienes eran naturalistas ante todo— constaba de un circuito cerrado que reciclaba el agua limpia utilizada en lavabos y duchas, pasando después a fregaderos y lavadoras hasta llegar al inodoro, desde donde bajaba a las purificadoras para reconvertirla nuevamente en agua potable.

— Es rarísimo, ¿verdad? —comentó Cirdán—. Sin gritos ni tiroteos, sin explosiones...

— Sin miedo.

Él la miró. No podía estar más de acuerdo. Habían transcurrido semanas desde el inicio de la guerra y los momentos de total silencio habían sido prácticamente nulos. A ese ruido constante de violencia le seguía el temor a ser descubiertos, a que una bomba les alcanzara o no lograran escapar.

— Por cierto, cariño —le llamó Luth cuando retomaron de nuevo la marcha—. Sé que intentas protegerme y te lo agradezco en el alma, pero no me ha gustado nada lo que ha pasado ahí arriba.

— ¿A qué te refieres? —preguntó extrañado.

— Al instante en que has perdido la humanidad.

Sabiendo que se le avecinaba una enorme discusión, Cirdán pasó de responder. Quiso huir, pero no tenía a dónde, así que aceleró el paso continuando por el pasadizo de la derecha, obligando a su madre a seguirle hasta ponerse a su altura.

— ¿Me estás ignorando? —le preguntó ella al ver que esquivaba la conversación—. Sabes muy bien que es cierto.

— Lo que sé, es que tú debías huir hasta la alcantarilla más cercana —contestó él con tono monocorde procurando no alterarse. Debía cargarse de paciencia porque, con aquel tema, siempre acababan enfadados—. Exponerte es contraproducente, haciendo eso no me ayudas.

— ¿Crees que seguiría adelante al ver que no venías?

— Te dije que yo me ocupaba de ellos —comentó—. Podrías confiar un poco más en mí.

Réquiem por la Inocencia I -Leblos-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora