Esta ama de llaves sale a correr

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–¿Qué?– se sorprendió su prometido– Voy contigo.

Sebas empezó a levantarse de la silla, pero Isabel le detuvo.

–Cielo necesito estar un rato sola– dijo, simplemente–. Te recuerdo que no me he separado de ti en estos últimos días.

–Ayer estuviste a punto de morir, Isabel. ¿De verdad crees que voy a dejarte sola? ¿Y si te da algo en medio del bosque, cómo me entero? ¿Y si vienen esos a por ti?

–Sebastian– se dirigió a mí– ¿puedes decirle a tu yo del futuro que es un maldito exagerado?

No contesté. Tampoco creo que me lo pidiera de verdad.

–Les dimos tal paliza que no creo que se presenten en un par de días– continuó la señorita–. Además, si me quedo más tiempo encerrada en esta mansión, entonces sí que me va a dar algo.

Sebas se sentó. Las mujeres humanas, cuando se encaprichan, y por todos en el universo es sabido eso, tienen más poder persuasivo que cualquier demonio.

–No vuelvas tarde, o te la cargas– dijo él.

–¿Desde cuando te has convertido de nuevo en mi padre?– Isabel se acercó a su prometido y le beso, dulce y fugazmente, en su fría mejilla.

No le dio tiempo a contestar. Se dirigió corriendo a la puerta y, antes de desaparecer a través de ella, se giró un momento, para dedicarnos una de sus vacías sonrisas radiantes.

–Hablamos luego, Ciel. Hasta luego Sebastianes.

Y todo quedó en silencio. Tan solo el tic tac del gran reloj del comedor y los cantos de los despreocupados pájaros del exterior quebrantaban aquella tranquilidad propia más de un funeral que de un desayuno en compañía. Aunque tan solo mi amo y yo parecíamos callar por el simple hecho de no saber qué decir. Sebas estaba muy tranquilo, como si tan solo estuviera esperando el momento para soltar lo que tenía en mente.

Al final, lo hizo.

–¿Y bien?– sonrió, mirándonos.

–¿«Y bien», qué?– preguntó Ciel, mientras bebía un sorbo de su té.

–¿Qué os pareció el espectáculo de anoche?

Todo el té que pudiera haber tenido mi amo en su boca acabó desparramado por el mantel cuando lo escupió. Entonces pareció que le daba otro ataque de asma por la exagerada tos que le había provocado al atragantarse con la bebida. Agarró como pudo su servilleta de sobre la mesa y se tapó la boca, pero aun así no se le pasó la tos.

Madre mía ¿en serio no se lo esperaba? ¡Por favor! Somos demonios, olemos las almas. ¿En serio creía que no iba a detectarle estando justo en la habitación de al lado?

–¿Está bien, conde?– preguntó Sebas.

–Joven amo ¿necesita que le ayude?– pregunté yo.

–¡Callaos los dos!– gritó, medio hablando medio tosiendo, notablemente enfadado. No hay nada que le cabree más que el que le dejen en evidencia. Y más si soy yo el que le causa el bochorno– ¡¿A qué viene esa pregunta?!

–Bueno ya que espía mis momentos íntimos con mi prometida, al menos creo que me debe una explicación– contestó Sebas, sin deshacerse de su sonrisa. En ese momento entendí por que el joven amo la encontraba tan irritante. Menuda sonrisita más hipócrita y de superioridad.

–Tu querida prometida fue la que me dijo que os espiara– en cualquier otra situación no habría podido aguantarme la risa al ver lo colorado que se había puesto–. Yo solo le hice caso, por educación.

Kuroshitsuji: solo soy una simple ama de llavesWhere stories live. Discover now