4. Huída

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4. Huida (actualizado)

Luth atravesó la calle a toda prisa sin volver la vista atrás. Tenía que ser sigilosa y muy rápida para que no la descubrieran. Tanto ella como Cirdán llevaban semanas sin probar una gota de sangre y, aunque su hijo aún tenía fuerzas para defenderse, ella no iría muy lejos si la atrapaban.

Por suerte para ambos, las bombas de humo de sus contrincantes les habían ayudado a ocultarse, sólo tenían que avanzar un poco más hasta llegar a la alcantarilla e introducirse en los subterráneos. Debían huir de allí, alejarse de aquel entorno viciado de pólvora y azufre. No obstante, algo en el aire captó su atención: una irresistible fragancia que le resultaba familiar. Su cuerpo, hambriento, respondió instintivamente humedeciendo su boca, contrayendo sus pupilas.

Sangre, no podía ser otra cosa.

Enfadada por su reacción ante aquel aroma que tanto detestaba y necesitaba por partes iguales, maldijo para sus adentros escondiéndose tras una columna. Su intención era esperar a Cirdán, pero como ya suponía, su hijo no la había seguido.

A pesar de que Luth no se había dado cuenta de ello, los seis cazadores les vieron cruzar la plaza a través de la espesa neblina

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A pesar de que Luth no se había dado cuenta de ello, los seis cazadores les vieron cruzar la plaza a través de la espesa neblina. Cirdán sabía que su madre no podría luchar, hacía años que había renunciado a la sangre humana y eso la hacía terriblemente débil, una presa fácil. Por eso, antes de que pudieran tener la más mínima posibilidad de alcanzarla, dio media vuelta y se dispuso a enfrentarles.

El grupo de radicales no tardó en atacarle, pues así actuaban ellos. Herían con madera, plata o verbena a todo aquel que se topara en su camino, lo que fuera que les ayudara a identificar a un inmortal. Por eso, cuando la saeta de plata atravesó su gemelo, contuvo el dolor, pero la respuesta de su piel fue más que evidente. La plata reaccionó a través de su ropa como el ácido en la carne, corroyéndola, revelando su naturaleza: un demonio.

Los Delhârs y terrestres huyeron despavoridos al ver que sus atacantes habían encontrado una víctima mejor. Le dejaron solo, indefenso, pero a él no le importó. Apretó los dientes obviando el daño y se arrancó la flecha antes de que pudieran rodearle. Sin embargo, no fue lo suficientemente rápido.

Los seis se abalanzaron contra él en manada obligándole a defenderse. Les golpeó. Se deshizo del primero y lanzó bien lejos a tres más. Los dos restantes consiguieron sujetarle por la espalda, inmovilizándole los brazos. Él se soltó. Les agredió para desarmarles mientras el resto volvía a cargar arremetiendo en su contra.

Podían asesinarle con un simple disparo al corazón, estaban bien preparados y eran mayoría, pero, siendo ultras, no le matarían sin cebarse antes con él, sin disfrutar del momento y hacerle sufrir. Estaba acostumbrado a ello, a aquellas peleas, a ese tipo de odio hacia su condición. Por eso en cuanto sintió en su rostro el tercer derechazo, pasó a la acción y arrojó a su enemigo contra el pavimento con una fuerza sobrehumana. Se defendió de su segundo agresor con una patada en el mentón y se deshizo de quien le sujetaba para ir directo a por el tercero.

Réquiem por la Inocencia I -Leblos-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora