Parte 11: Barrio de Monserrate

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—¡Independencia de los pueblos! Conformemos una nación india-mestiza-criolla con armonía y respeto hacia nuestras creencias. — se levantó una mujer mestiza con vestimentas oscuras.

—¡Restitución del poder y respeto a las mujeres! — Alba no se esperaba que María se aunara a dicho clamor. Las mujeres presentes se levantaron y gritaron: "Libertad", se aunó la rubia más pequeña a dicho grito con el puño en alto.

—Esta tierra que ha sido usurpada por los Reyes de Castilla, vendedores de justicia con una fe a quien mas puja y a quien mas da, estropeando como a bestias a los naturales del reino, quitando la vida a todos los que no supieron robar, todo digno del mas severo reparo. Por eso y por los clamores que con generalidad han llegado al cielo, ordenamos y mandamos que ninguna de las personas presentes y las que liberaremos, pague ni obedezca en cosa alguna a los ministros europeos intrusos. —terminó el hombre mientras todos se levantaban aplaudiendo.

—¡Bravo, Don José! ¡Inca! —se escuchaba a un hombre que se acercaba a abrazar a dicho hombre.

Poco tardaron todos en empezar a cenar, una serie de alimentos de todos los tipos se servía sobre la mesa. Extraño fue para Alba ver a tal hombre llamado José acercar los platos cargados de comida hacia otras mesas. Estaba acostumbrada a que las mujeres de tez oscura se encargaran de aquello, pero este no era un ambiente constituido bajo educación española. Estas eran las costumbres de los indígenas, no importaba el género entre ellos, todos ayudaban desde un inicio en las labores, no servían un banquete, servían lo necesario para saciar tu hambre, daban gracias por cada bocado y no tenían nada que envidiar a la educación que los blancos recibían.

Que equivocada había vivido en su burbuja noble.


—Hemos revisado la lista de los lideres principales a derrocar, no tendremos piedad como ellos no la han tenido con nosotros. —habló la misma mujer mestiza de vestido oscuro.

—¿Qué le parece? —María se había acercado a Alba, arrastrando su silla.

—La he visto muy animada. — respondió la rubia.

—Nunca me había sentido tan identificada en mi vida.

—He de decirle que hasta el último de mis cabellos se ha removido con tal discurso. Todos merecemos ser libres.

—D. Mikel Lacunza, alcalde del crimen de la ciudad de Lima. —mencionó la mujer y Alba levantó la mirada prestando atención a lo que tenía que decir.

—Ese señor está en todos los líos. —soltó María.

—¿Qué habrá hecho para estar dentro de aquella lista? —preguntó Alba en voz baja.

—¡Qué no ha hecho! Ya sabrá, sumercé. —interrumpió Marilia, las dos rubias solo atinaron a mirarse entre sí y seguir oyendo tal lista.


Sentadas las bases, dieronse los nombres de aquellos a los cuales debían derrocar e investigar para aprovechar sus puntos flacos. Dentro de esto, sentaron puntos estratégicos para guardar la artillería que irían trayendo y especificaron lugares clandestinos para no repetir las ubicaciones de las reuniones. Como punto final, pidieron que buscaran tapadas para servir como espías en los solares de los nobles. La siguiente reunión se daría el martes.



—¿Vendrá su merced a la siguiente reunión? —irrumpió María en el silencio que se había formado entre ellas, caminaban a paso lento y sin prisa ya casi cerca a la pulpería.

—Vuestra merced no debería dudar de aquello. —sonrió Alba a su amiga.

—Y, ahora que estamos a solas... podrá decirme ¿quién es la persona misteriosa a la que ve cada jueves?

María hizo una mueca de falsa inocencia pura, sabía que su amiga se veía con alguien a pesar de que ella siempre le dijera que daba cortos paseos para poder despejarse y disfrutar un poco de su soledad. Alba pasó la lengua por sus rosados labios y dejó entreabierta ligeramente su boca.

—Es una conocida. —soltó escuetamente.

—Si de conocer, ya la conoce... Se ven hace poco más de un mes. —asintió deliberadamente.

—¿Cómo? —quiso preguntar, pero sabía que era en vano. ¡Si tonta no es! —Estaba sentada un día cerca al puente y ella tropezó conmigo, desde ese momento quedamos en vernos. Somos afines y nos llevamos bien, es todo.

—Afines... ¿En un solo día notó aquello?

Alba observó a su compañera y entrecerró los ojos, dudó si responder... No le gustaba el tono con el que le había preguntado aquello.

—Es una amiga y ya. Ahora si vuestra merced terminó tal interrogatorio como si fuera a caer en calabozo, entraré a casa a descansar.

—¿Qué interrogatorio? De "conocida" pasó a "una amiga"

—Descanse, vuestra merced lo necesita. —exigió Alba y entró hacia su morada bufando.



Una conocida.


Una Amiga.


¿No era difícil de comprender... o sí?



olvídate de míWhere stories live. Discover now