Capítulo 26: Monstruo

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- No sé a quién invocaba.- Lara se frotó los ojos – La vida era más fácil antes. Tumbas y viajes y artefactos, únicamente. Nada de hijas ni maridos ni familias en peligro.

Dunstan rio suavemente.

- Tener seres queridos implica responsabilidad. Y el sufrir por ellos, sí.- el sacerdote se levantó lentamente – Así es el amor, con todo lo que nos ilumina, también nos lleva a través de la oscuridad. Ningún amor que no sea verdadero lleva consigo esa dulce carga. – sonrió – Entonces, ¿cómo está nuestra pequeña Anna?

Lara se encogió levemente de hombros y se frotó los ojos otra vez.

- Aún no ve. Está ciega. – suspiró, agotada. – Kurtis dijo que recobrará la vista...

- Entonces la recobrará. Él ha pasado por esto. Debemos tener fe en su experiencia. – la sonrisa del sacerdote se ensanchó. ¿De qué se reía tanto? – Por cierto, querida, ¿he oído bien?

- ¿Oído bien? ¿El qué?

- Te has referido a él como marido.

- ¿Yo?

- Has dicho, "nada de hijas ni maridos ni familias en peligro."

- ¿He dicho eso? – Lara se llevó la mano a la frente, como si le doliera la cabeza, pero las comisuras de sus labios temblaron ligeramente – Debo estar muy cansada. Ya no sé ni lo que digo. – alzó la vista, y la leve sonrisa voló de su rostro – Oh, no.

Miraba hacia el pasillo. El sacerdote se dio la vuelta. Una mujer de mediana edad, elegantemente vestida, se acercaba a ellos pisando fuerte, taconeando con violencia contra el suelo de linóleo. Al padre Dunstan no le hacía ninguna falta que le dijeran quién era. La mujer tenía el rostro hinchado, y el maquillaje corrido, de tanto llorar.

- Lady Hartman. – dijo Lara, saludándola educadamente, con voz queda.

La mujer parecía dispuesta a arrojarse sobre Lara, pero el sacerdote la detuvo, colocándole una mano en el hombro. El aura de autoridad que el hombre consagrado llevaba consigo por el mero hecho de ser sacerdote funcionó. La mujer se detuvo, se mantuvo a distancia.

- ¡Tú! – masculló, con el rostro desencajado - ¡Tú y tu... tu hija...!

- ¿Cómo está Maggie? – murmuró Lara, con el rostro serio, súbitamente inexpresivo.

La mujer se retorció como si la hubieran pinchado. El padre Dunstan apretó su hombro con más fuerza.

- ¡No te atrevas a pronunciar su nombre! – le gritó - ¡Tú... tú...anormal! ¡Monstruo! Siempre has sido un monstruo. Y tu hija es otro monstruo. Vives como un animal y la has educado como el animal que eres. ¡Bestia! Tus padres hicieron bien en echarte de casa... en retirarte tu herencia. Es lo menos que te merecías. ¡Asesina! ¡Y tu hija, también, otra asesina!

- Basta.- la voz del sacerdote irlandés se volvió severa. – Basta ya, lady Hartman. Con insultos y amenazas no vas a ayudar a Maggie.- la dama lo miró, confusa a través del velo de sus lágrimas - ¿O yo tampoco puedo pronunciar su nombre?

La mano de Dunstan seguía apoyada en su hombro. Ella no la retiró. Parpadeó y sollozó.

- Mi niña... mi Maggie... ella está en coma.- miró de nuevo a Lara - ¡Está en coma! ¿Lo oyes, Lara Croft? Porque no pienso llamarte lady. Tú no eres una lady. ¡Mi hija querida está en coma! ¡Llena de tubos, vegetal! Con las marcas de los dedos de tu hija en su cuello. ¡Bestia asesina!

- Lady Hartman.- el padre Dunstan elevó la voz – Si no controlas tu ira y tus modales tendrás que irte. Lady Croft es difícilmente culpable de lo que ha sucedido entre vuestras hijas.

Tomb Raider: El LegadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora