Capítulo 2 - Marcos

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Con un sonoro chasquido hidráulico la puerta del autobús se abrió y un puñado de alumnos comenzó a bajar en tropel. Un joven Marcos de 14 años se despidió apesadumbrado de su amigo Hugo y bajó también del autobús. Llevaba en su mochila las notas de la interevaluación. Había suspendido Lengua, Geografía e Historia y Matemáticas, y al día siguiente tenía que llevar el justificante de las notas firmado por sus padres al colegio.

Marcos sentía una enorme ansiedad porque sabía cómo se lo iban a tomar en casa. Los castigos no le preocupaban. Ojalá todo pudiera resumirse a no tener paga, no poder salir durante un mes o que le quitaran la GameBoy. No, su madre se tomaba las notas mucho más en serio que todo eso. Marcos podía sentir su decepción, su dolor y su amargura cada vez que fallaba en lo académico, que era muy a menudo. Podía sentir el abismo al que se asomaba su madre frente a la idea del fracaso de su hijo.

Sentía un profundo odio por sus profesores, por lo que le estaban haciendo pasar a él, a su madre, y al resto de su familia; intoxicada por el ambiente que se generaba. Seguramente fuera el chaval que más libros había leído de su clase porque le gustaba leer. Pero ahí estaba, Lengua y Literatura: suspendido.

Marcos había tomado la decisión de falsificar la firma de su madre para evitar la debacle. Pero, hacia las ocho de la tarde su madre abrió la puerta de su cuarto:

—Marcos, la madre de Álvaro me ha dicho que os han dado las notas de la interevaluación.

«La puta madre del subnormal ese», pensó Marcos mientras la rabia, el odio y el asco le inundaban. Sospechaba (con acierto) que Álvaro, con todo aprobado, con mala saña y con su carita de inocente, le había contado a la cotilla de su madre que Marcos había suspendido tres, a sabiendas de que ésta, con más mala saña todavía, se lo restregaría a la madre de Marcos.

—¿Qué? ah, sí...

Y se puso a rebuscar en su mochila barajando la opción de decir que se las había dejado en el colegio. Finalmente concluyó que con eso no iba a ganar nada, así que sacó el papel y se lo extendió a su madre, quien lo escudriñó durante unos segundos.

—Todo suspendido... todo suspendido. Otra vez. ¡Joder!

—No he suspendido todo, he suspendido tres, y la difícil la he aprobad...

—Es que no doy crédito. No lo entiendo. ¿Pero cómo se te ocurre?

Y se marchó. Marcos sabía que eso no había hecho más que empezar. Que en ese instante el cerebro de su madre estaba inundado de ideas tóxicas que la iban a reconcomer por dentro, y que volvería a explotar muy pronto. Todo lo que quería en ese momento era que llegase a la hora de irse a la cama para agarrar un libro y sumergirse en un mundo menos deprimente que el suyo.

Hacia las nueve de la noche escuchó a su hermana pequeña gritar.

—¡Mamá! ¡Al teléfono, la abuela!

Marcos decidió coger el teléfono inalámbrico para espiar la conversación y saber qué tenía su madre en la cabeza para poder enfrentarse mejor a ello.

—Otra vez ha suspendido todo, de verdad, yo ya no sé qué le pasa ni qué hacer con él...

—Pobre... el chico necesita respirar, hija mía, es sólo un chaval, no tienes que preocuparte tanto.

—Pero si es que se pasa todo el día pegado al puñetero ordenador, no estudia, no hace nada, se le está quedando la cara rara, no tiene amigos...

Marcos tuvo suficiente. Algo mareado, porque era la primera vez que escuchaba a su madre hablar así de él, colgó el teléfono. ¿No tenía amigos? ¿Y qué pasaba con su cara? ¿Cómo que no hacía nada?

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⏰ Last updated: Feb 09, 2020 ⏰

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