Quedan dos asientos

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Al final de la acera había una casa poco más grande que las demás, pero su aspecto era gris, acentuado por su austera decoración consistente en un par de luces en la planta baja y una corona en la puerta. El camino estaba completamente obstruido por la nieve, parecía que de aquél lado de la ciudad la nevada había sido más intensa.

Susana suspiró. El frío hacía que le doliera la herida de la pierna, y la nieve le limitaba la estabilidad al caminar, pagó el importe y se armó de valor para salir. Tan solo un par de pasos después, pudo constatar que llegar al pórtico sería verdaderamente imposible.

El hombre vio su trastabille y bajó a toda prisa, al tomarla en brazos fue que se percató de la prótesis, aunque no hizo comentarios al respecto. Abrió la puerta una mucama bastante sorprendida por la presencia de la señora, sin embargo, les condujo hasta la sala de estar sin decir nada, en donde se encontraban además, una enfermera y una anciana señora vestida completamente de negro. Ambas se pusieron de pie para poder recibir a los recién llegados.

—¿Te has sentido mal? — preguntó la mayor de las mujeres.

—No, es solo que decidí mejor cenar en casa —dijo Susana permitiendo que le quitaran las medias empapadas y los zapatos.

—Creo que deberá cambiarse el vestido también —propuso la asistenta ayudándola a ponerse de pie para salir del salón y llevarla hasta su habitación.

Susana se detuvo por unos instantes, miró al hombre para enseguida dirigirse a su madre.

—Espero que no te moleste que haya traído un invitado.

—¡Oh, no señora, no es mi intención causarles molestias!

La anciana movió la cabeza de un lado a otro mientras se acercaba a él.

—No son molestias. Mi nombre es Mary Ann Marlow —dijo extendiendo su mano.

—August McNaspy.

—¿Conoció a mi hija en la fiesta?

—... No exactamente.

La anciana le indicó que tomara asiento y tomó la tetera para servir una taza. Su hija y la ayudanta salieron de la sala para cambiarse de ropa como habían anunciado.

—Lamento mucho decirle que en esa casa no se consume alcohol.

—No se preocupe señora, no bebo.

—Hace bien.

En el tiempo que le tomó a Susana reaparecer ya cambiada, no hubo mayor conversación entre los dos, que se limitaban a beber su té casi por turnos, la anciana no hacía nada en particular, pero él se había dedicado a mirar la decoración, que era una buena colección de medias de lana, figurines de duendes tejidos con gran habilidad y otra dotación de carpetas tejidas con ganchillo e hilo muy fino.

—Mi madre me enseñó, y yo de verdad lo intenté con mi hija, pero Susana —soltó un suspiro, aunque no de desolación absoluta, pues enseguida sonrió con la dulzura de una madre que ha aprendido a comprender las limitaciones de su descendencia.

—Suele suceder, según mi padre, yo debería ser médico, igual que mi abuelo y que él mismo, pero al final terminé conduciendo un taxi.

La mujer endureció el rostro, aunque solo por unos momentos.

—Así es, señora —dijo inclinándose al frente —. No soy ningún invitado especial, solo soy el chofer.

—¡Oh! No era mi intención...

—No importa, no pretendo la mano de su hija, alguien como ella merece algo mejor.

Mary Ann bajó el rostro.

—Ella ya tenía lo mejor, pero es demasiado necia, y una romántica sentimental, insiste en que en ningún diccionario merecer puede interpretarse como amar y que la necesidad de los tiempos modernos pide algo más que un compromiso para felicidad.

El hombre miró por la ventana con aire distraído.

—Ya lo sabré yo...

—No se qué espera encontrar ahora, el tiempo de los caballeros con honor ha terminado, con su condición actual y a su edad...

—No debería decir eso. Su hija es muy hermosa, y bueno —no terminó la idea, Susana entraba al salón ya cambiada con un vestido más sencillo, aunque extrañamente más atractivo.

—Supongo —dijo la anciana dando una escueta aprobación—, que podemos ir a cenar como es debido.

El comedor, en el salón contiguo, se encontraba decorado con mayor esmero y un gran cuidado, demostrando un gusto impecable respecto a lo que se consideraba claramente elegante sin llegar a lo banal. La mesa era de seis plazas, todas estaban dispuestas y el hombre pensó que habría más invitados. Él provenía de una familia poco más desordenada de lo que se consideraba prudente, pero había sido educado a aceptar ciertos protocolos, como por ejemplo la asignación de lugares.

Tal como sospechó, la anciana tomó la cabeza de la mesa, a su derecha, Susana fue acomodada y la enfermera y la ayudanta, tras asegurarse de que todo estaba en orden, tomaron los lugares frente a ella, por lo que quedaban dos asientos...

—Al lado de mi hija siempre había estado mi anterior yerno, y frente a mí, mi difunto esposo — señaló la mujer mayor complicando la decisión que tenía sobre cuál de los dos tomar.

La campana de la puerta sonó, y una de las dos jóvenes que ayudaban en la casa se puso de pie para abrir. Susana aprovechó la distracción para indicarle a su acompañante que tomara el lugar de su ex esposo.

—Espero no haberlo ofendido habiéndolo obligado a aceptar mi invitación —susurró —. Pero es que no me hacía a la idea de que pasara la Navidad solo.

Sin embargo, él no tuvo oportunidad de responder, el recién llegado era formalmente anunciado, y August McNaspy comprendió que le correspondería el sexto sitio en la mesa.

—¡Terry! —exclamó Susana intentando fallidamente ponerse de pie.

El honor de un caballeroWhere stories live. Discover now