Las culpas de un hijo

Magsimula sa umpisa
                                    

¡Él la había condenado! ¡Él le había permitido que en su juventud ella se acercarse a su melancolía a sabiendas de que Candy aguardaba por él! ¿Por qué no la apartó como a otras mujeres? ¿Por qué dejó que se hiciera las ilusiones suficientes como para intervenir por su vida aquél fatídico día de invierno?

Otelo respondía a las primeras declaraciones colocando las palabras imaginariamente en la voz de su esposa:

"En seguida. Confiesa, pues, tus culpas, una por una, que aunque las niegues con los más firmes juramentos, no has de disminuir en un ápice mi firme convicción. De todas maneras, morirás."

¡Sus pecados! Tristemente no podía responder como la heroína de aquella obra, su pecado no era amarle sino haber rechazado por años el cariño que ella le profesaba manteniendo sus sentimientos enlazados al recuerdo de una enfermera pecosa. Culpable de que se confinara a una silla, culpable de que no pudiera tener un hijo con el cual consolarse, culpable de que se consumiera desde joven al no poder hacer nada más por su condición, culpable de no darle a tiempo el amor que merecía...

¡Baja la almohada Susie! ¡Acaba el tormento que te carcome! ¡Dame el merecido castigo por tu desdicha que yo no me moveré ni lucharé por mi vida que ya no es mía! Porque desde el momento en que me salvaste de tan trágico final, te perteneció enteramente...

—Ya que estás despierto, ¿puedes levantarte para que te ponga la almohada?

Susana estaba con la almohada en lo alto sobre el rostro de Terry, habría querido ponérsela por debajo para que dejara de roncar y ella pudiera dormir un poco, pero él había tardado bastante en reaccionar y ella estaba por perder el equilibrio. Lentamente, Terry se incorporó un poco y ella puso la almohada bajo su cabeza mulléndola un poco de dos manotazos.

—Vuelve a dormir, tenemos que madrugar.

El otro obedeció, aunque igualmente lento y aturdido, mirándola acomodarse entre las sábanas, cerrando los ojos cansados, tan tranquila como si todo aquél drama jamás hubiera pasado, pues para ella no había ocurrido en realidad. Se sintió avergonzado por creer que Susana hubiera siquiera pensado en matarle mientras dormía.

Se arropó sintiendo aún el cuerpo frío, de verdad se había asustado. Escuchó al perro siguiendo con su nada agraciada serenata, como siguiera así, pondría histéricos a los caballos...

¡Los caballos!

Se levantó de golpe asustando a su esposa que no pudo ni terminar de preguntar lo ocurrido cuando él ya había salido con los zapatos en mano para calzarse en el camino.

¡¿Cómo se le pudo olvidar?!

¡Claro que no llego caminando hasta San Pablo!

Al estar todas las luces de la casa apagadas dio algunos tropiezos, pero rápidamente alcanzo las escaleras parcialmente vestido, despertaría a Bill, tomarían el auto y esperaba que los animales sobrevivieran la nevada que había caído, o que en su defecto, algún piadoso viandante se los hubiera llevado a su casa esperando el reporte de desaparecidos, incluso agradecería si un ladrón se los hubiera llevado antes para venderlos en otro lado ¡Todo menos encontrarlos congelados!

¿En dónde dormían los sirvientes?

Esa era una buena pregunta para empezar, no podía recordar haber visitado a alguno cuando vivía ahí así que no tenía ni idea, por lo que detuvo su carrera en medio del vestíbulo ¿El vigilante estaría afuera?

La luz se encendió, él giró el rostro en dirección a la puerta no pudiendo esconder su sorpresa tanto como su desagrado con la situación. Todos los días que llevaba ahí, habían bastado para mantener la entereza, el mentalizarse, el tratar de convencerse "no está ahí" para evitar problemas, pero finalmente el encuentro era ineludible, el Duque de Grandchester estaba esperándole en el vano de la puerta.

El honor de un caballeroTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon