Reencuentros en la nieve

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Bill también estaba sorprendido, él no sabía que esa ropa llevaba tiempo olvidada, pese a que si la notó algo pasada de moda. Lo que en llamó su atención era el color: blanco. Desde que le conocía, su guardarropa estaba limitado a una escala cromática entre el beige y el café con dos excepciones azul marino y una negra para ocasiones formales. Fuera de eso solo trajes de teatro que evidentemente no usaría para pasear por el parque, a propósito de lo cual, tampoco lo veía en paseos casuales.

Sin faltar a la verdad, le sentaba bien, se veía incluso más joven y animado.

Luego pensó que pudieron suplantar a su patrón en algún momento de descuido suyo.

Albert les dijo que su auto estaba abajo, que él los acompañaría para ver si con eso la Duquesa bajaba su furia/preocupación. El chofer de Terry también había llevado el auto, el Duque le había indicado la dirección de la única persona que su hijo podría conocer cerca de ahí, pero la forma en la que había llegado directamente a preguntar por Albert hasta el momento no había causado curiosidad de ningún tipo en su jefe que empezaba a quedarse dormido con la cabeza recargada en el cristal del auto.

El día brillante que había empezado pronto se vio reemplazado por copos de nieve, hacía varios días que no nevaba, lo que insistía en hacer énfasis en aquél clima extraño. El viaje era un poco largo, los dos fugitivos Grandchester habían desaparecido tras la cena a eso de las diez de la noche y notaron su ausencia a las nueve de la mañana cuando no pudieron encontrarlos para el desayuno. Ya para esos momentos serían las tres de la tarde, imposible que la mujer no se abalanzara sobre Terry, tal vez le mataría si se notaba en exceso el estado de su hijo.

Los dos autos se estacionaron frente a la entrada de la casa, ni siquiera habían apagado los motores cuando a toda prisa salió la Duquesa; trasudada, colorada y profiriendo gritos en los que llamaba al menor de sus hijos

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Los dos autos se estacionaron frente a la entrada de la casa, ni siquiera habían apagado los motores cuando a toda prisa salió la Duquesa; trasudada, colorada y profiriendo gritos en los que llamaba al menor de sus hijos. Albert rápidamente se colocó frente a ella deteniendo una casi caída, producto de un tropiezo con su propio faldón.

—¡Oh! ¡Pase por favor! ¡Hace un viento horrible! —exclamó en cuanto le vio haciendo evidente que los Grandchester conocían de anterioridad a su vecino, y la furia apaciguada por el decoro que debía mostrar ante el hombre de negocios sin duda representó un gran alivio para el resto de los recién llegados. La tarde caía, casi era de noche nuevamente, Albert había escogido buenas palabras para calmarla y de su brazo la condujo al interior dejando que Bill se hiciera cargo de Richard.

El viento arreciaba heladamente, ahí la ventisca que se había desatado en Londres solo alcanzaba los remansos de las ráfagas, el clima extremo e impredecible era un buen referente que Terry no dudaría en usar como excusa para su retraso.

Justo cuando el calor del vestíbulo principal cobijaba sus entumidas mejillas asimiló que no pudo haber llegado caminando al Colegio San Pablo, y que tampoco fueron en auto porque Bill lo tenía.

—¿Qué sucedió? —preguntó Susana ayudada por la enfermera.

Terry la miro sacando la nariz de la bufanda en la que se había envuelto pero no se animó a responder por lo comprometedor que todo eso resultaría luego del esfuerzo de su reencontrado amigo por mantener su piel pegada al cuerpo.

El honor de un caballeroWhere stories live. Discover now