La luz de una vida

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— ¿Yo? No —respondió alargando las "o".

El departamento era más grande de lo que comúnmente se llamaba departamento, sin embargo, una ligera sensación de claustrofobia se hizo presente

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El departamento era más grande de lo que comúnmente se llamaba departamento, sin embargo, una ligera sensación de claustrofobia se hizo presente. Los libreros llenos de ejemplares impresos de todo tipo abarcaban gran parte de las paredes, por no decir que todo menos las puertas. Dos de los sillones también estaban ocupados solo que por revistas y las pequeñas mesas donde usualmente las personas colocaban jarrones o relojes, también estaban ocupados. Para pasar debieron saltar algunos obstáculos por los que Albert se disculpó alegando que realmente no esperaba visitas.

Pasaron hasta la cocineta donde el hombre dejó a Richard en una silla y sus compras sobre la barra de servicio.

—¿Está bien si solo hago huevos fritos con panceta?

El ofrecimiento causó nauseas en el muchacho, el actor asintió levemente, él si tenía hambre, y el alcohol siempre era mejor con algo de comida que no fueran las botanas del pub. Terry seguía mirando a su alrededor y no podía evitar el preguntarse si realmente se trataba de un hombre casado, pues mucho parecía que en ese lugar había de todo menos presencia femenina, porqué sí, tenía que reconocer que Candy al final si tenía ese encanto hogareño, la última vez incluso notó una ligera manía por el orden y la limpieza propio de su profesión, y ello estaba totalmente ausente en ese desorden monumental.

—Son cosas de amigos, otras mías, de Stear también. Cosas que la tía abuela Elroy no permite en la villa.

—¿Esa señora se enterará algún día que el jefe de la familia eres tú?

Albert soltó una carcajada.

—De vez en cuando se hace a la idea.

Ya había puesto la tetera en un quemador de la estufa para preparar café, y rompía los cascarones vaciando el contenido en la sartén donde la panceta ya daba la señal de tiempo apropiado para freír.

—¿Y qué asuntos te traen por aquí? —preguntó de improvisto, su amigo tardó en reaccionar, el susto le había bajado la sensación de borrachera, pero no así el alcohol del sistema. Dudando un poco en cómo plantearle la tragedia de su vida abrió y cerró la boca algunas ocasiones pero sin emitir algo en realidad.

Mirándolo desde esa nueva perspectiva en que, junto a su medio hermano al que había conocido hacía dos días, o tres, estaba ebrio en el departamento-bodega de Albert a quien no le había dirigido la palabra en años y este le ofrecía desayuno casero como si se hubieran visto apenas un día antes... sí, daba un poco de risa.

Y literalmente, se había empezado a carcajear causando cierta expresión de incomprensión en el otro, que solo unos momentos después serenó su semblante acercándose hasta el otro lado de la mesa.

Terry de pronto dejó de tener treinta y dos años, se vio así mismo de dieciséis con ropa ligeramente holgada, blanca, el pelo largo, más borracho, con unos buenos golpes distribuidos en el cuerpo. Vio a Albert barbado, con esos enormes lentes oscuros que le tapaban de la cara lo que el bello no podía y el olor a zoológico...

El honor de un caballeroWhere stories live. Discover now