El presente agobia

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—Willow.

Madeleine volvía hacer acto de aparición una vez que las puertas se cerraron y estuvo completamente convencida de que los perros no entrarían.

—Su nombre es Willow no Willard, y primero hay que mostrarles su habitación, ¿es que no tienes nada de educación?

El muchacho se mostró apenado, y enseguida les condujo él mismo escaleras arriba.

Serían las ocho menos cuarto, Susana estaba sobre la cama acomodándose el cabello y dejando que la mucama le arreglara el vestido, y Terry estaba en el cuarto de baño con nauseas

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Serían las ocho menos cuarto, Susana estaba sobre la cama acomodándose el cabello y dejando que la mucama le arreglara el vestido, y Terry estaba en el cuarto de baño con nauseas.

—Ha de ser el olor almizcleño de las sábanas —sentenció con seguridad la enfermera —. A mí también me están mareando, mañana mismo Elena y yo las lavamos.

—Si haces eso ten por seguro que pasas el resto de nuestra estadía en las caballerizas —dijo Terry reingresando a la habitación para terminar de arreglarse, aceptando el vaso con agua que le ofreció la chica.

—Ese maldito perfume que le tiene que poner a todo, te gritará que desprecias su generosidad.

—¿Dormiste en las caballerizas? —preguntó incrédula Susana, realmente no tenía idea de lo mala que fue su infancia en esa casa. Él negó con la cabeza.

—Pero sí la chica que las lavó por mí. Si se hubiera atrevido a hacérmelo...

No terminó su frase. ¿El Duque la habría reñido? No lo había pensado, pero tampoco era como si el hombre realmente tuviera mucho qué decidir, aunque tenía que reconocer que por su autoridad no le habían echado de la casa y la violencia a su persona se limitaba a burlas y sarcasmos por ser el bastardo. Pese a lo mal que podía escucharse, tenía su propia habitación, su propia ropa, sus propios juguetes, un caballo...

Pero nunca le dejó tener un perro.

Resopló, se anudó el corbatín y se puso la levita.

Llamaron a la puerta, se trataba de Bill.

—Eh... estaba bajando las cosas del auto y... un perro se subió en el asiento copiloto, y no ha habido fuerza que lo baje, de hecho, ya está dormido. Sir Richard lo ha llamado, pero tampoco ha tenido éxito. Por cierto, los Duques han llegado.

El mundo se volvió pequeño de golpe, casi capturando en una limitada burbuja a Terry donde el aire le empezaba a faltar por milésima vez desde que iniciaron el viaje.

—Gracias Bill, deja que el perro se quede, no tardará en resentir el calor y él mismo pedirá que lo dejen salir.

—Sí, señora.

Luego se retiró.

Los Duques ya estaban en el comedor

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Los Duques ya estaban en el comedor. Los dos hermanos de Madeleine y ella misma aguardaban en la recepción apartados de sus padres solo por una puerta. Escucharon algo de ruido proveniente de las escaleras, eran los implementos metálicos bajando con cuidado, por un momento la joven pensó que el muy bruto de Terry había bajado a Susana en la silla, pero enseguida notó que no era así y solo se trataba de la sirvienta que encontraba pesado el aparato como para levantarlo y no hacerle sonar. Hizo una seña a un poco acomedido empleado que aguardaba haciendo nada en particular a un costado de la puerta para que acudiera en auxilio de la muchacha.

Una vez abajo, la sirvienta volvió a subir, evidentemente ella no estaría durante la cena.

—Terruce, Susana. Ellos son mis hermanos, a Richard lo han conocido por sus poco adecuados modales, y él Edward James Grandchester, caballero de la Nobilísima Orden de la Jarretera —anunció señalando al muchacho robusto que era perturbadoramente parecido a ella, tal vez por el inminente hecho de ser hermanos gemelos, aunque la presentación solo fue respondida por tan engreído caballero, con una inclinación de cabeza.

—Richard, Edward. Terruce y Susana Grandchester. Pasemos al comedor, nos esperan.

Madeleine fue primero, seguida por Edward. Richard esperó a que Terry empujara a Susana y caminó detrás de ellos, aunque por un momento creyó que debería él mismo llevar a los dos pues la parsimoniosa determinación con la que su medio hermano se movía terminó de convencerlo de que realmente no quería estar ahí. Se agachó para alcanzar la altura de su oreja, era realmente pequeño a comparación suya.

—Mamá no dirá nada, el doctor le pidió que no le diera disgustos a papá.

El actor inclinó la cabeza entrecerrando los ojos y avanzando un poco más deprisa. Solo debía saludar, tomar la cena y a la mañana siguiente se irían, ya vería la manera de escaparse de Madeleine para no estar hasta la cena de fin de año como ella había planeado.

—Buenas noches —fue lo único que se le ocurrió decir, una línea segura, perfectamente natural y muy de acuerdo a la ocasión, completamente infalible, imposible que no lograra la intención de dar un buen comienzo, la más usada, pero con cierto aire de autenticidad que lo sorprendió. Hasta parecía que hacia menos tiempo que no se veían, muy casual.

—Buenas noches —respondió la mujer.

Terry se atrevió a abrir los ojos.

Ella seguía siendo obesa, los pliegues de su cuello incluso se habían hecho más notorios que la papada que recordaba, el cabello castaño tenía el mismo peinado de siempre, solo que se mezclaban hebras platinadas que parecían ser una continuación de la peineta que le servía de tocado. El vestido era amarillo con encaje blanco y botones dorados. Un collar de perlas que casi se perdía en el grueso cuello sostenía también un colgante con una cruz de considerable tamaño trabajada en oro.

A su derecha, también de pie para saludar como era la costumbre...

No pudo evitar humedecerse los labios en un acto de nerviosismo.

—Buenas noches, Terruce.

—Duque...

Se le veía terriblemente delgado, los pómulos sobresalidos de su rostro sumían los ojos, y estos mismos matizaban opacos atisbos de vida. Estaba encorvado, los hombros caídos, las manos huesudas se afianzaban a la empuñadura de un bastón que le brindaba el soporte que sus rodillas levemente flexionadas al frente ya no podían darle. Su pelo no era color plata, como recordaba las primeras canas que distinguían su cabellera, era amarillo. La piel arrugada y ligeramente colgante lucía demasiado pálida y frágil. Percibió incluso un temblor en la boca.

—Siéntate de una vez, Terruce, hemos tenido un día largo —se quejó la mujer ayudando a su esposo a tomar asiento en su lugar a la cabeza de la mesa.

—Ella es mi —mustió reuniendo todo su valor —. Ella es... Susana...

Fue todo lo que pudo decir sin despegar los ojos de aquél fantasma que pretendía ser el Duque de Grandchester.

Richard me agrada, aunque toda la información que encuentren de Terry dirá que tuvo una malísima relación con su madrastra y medios hermanos

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Richard me agrada, aunque toda la información que encuentren de Terry dirá que tuvo una malísima relación con su madrastra y medios hermanos. Sin embargo, en la única imagen que hay de ellos (ojo, yo solo vi el anime) hay un niño y una niña gorditos con cara de pocos amigos (Edward y Madeleine aquí, que además los he hecho mellizos) y el menor, que era un bebé de cuna, así que con él tenía libertad de hacerlo como quisiera.

Como sea, la última palabra la tienen ustedes como lectores.

¡Gracias por leer!

El honor de un caballeroWhere stories live. Discover now