La comilona fina.

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―Bueno, queridos... ¡Bienvenidos! ―El Señor Humor realizó un gesto con la mano y nos sonrió como un gato en celo. Vaya que era grande el comedor, una lástima que estuviera tan lleno de porquerías brillantes. Yo tomé mi plato y me puse de pie para servirme. Si no, los desgraciados se acabarían todas esas cosas larguiruchas rostizadas a las que ya les había echado el ojo― Oh, parece que ella quiere decir algo ―. El bigotudo ese me miró, esperando.

―Eh... ―yo observé mi plato vacío, el objetivo lejos de mí, y a todos los tributos y demás raros prestándome atención. Entonces recordé el consejo de mi madre: "Trata de ser lo más estirada posible y no faltes el respeto" ―Magnanísimo Señor, ¿me pasa eso? ―señalé la fuente. Los ricachones ahogaron un sofoco de impresión― Ay, ya cálmense, estimada manga de histéricos.

El hombre emitió una risa apretada y comentó:

―Primero, son los mayordomos quienes deben servir la comida... Segundo, lo que señalas, es uno de los centros de mesa.

Pff, ¿y cómo iba a saber? En mi casa, todo lo que se pone en la mesa, se come. Y si son manos de otros, se muerden.

―Oh, comprendo perfectamente, su majesticencia.

Me volví a sentar en un gruñido fino. Al menos lo hice bien.

A los pocos minutos, una fila de tipos blancos y negros emergieron de la nada, y se pusieron al lado nuestro. A la derecha del Señor Humor, otro hombre con un gorro de hongo blanco, que, tras aclararse la garganta, dijo:

―Vengo a deleitarlos esta bella noche, con una sopa fría de tomate y queso agrio, hecho con el más delicado esperma de chivo montañés.

Los demás tributos hicieron cara de asco. Sí, a mí tampoco me gusta el tomate.

Cuando fui a agarrar el cubierto para tomarme esa basura aguada, me encontré con que tenía catorce cucharas y diez tenedores. Cada cual más pequeño que el anterior.

―¡Mira! Estos piensan en los detalles ―le dije a mi compañero― tienen para todas las edades― cogí el más grande y me puse a sorber.

―Señorita...

―Mmm. ―Alejé con la mano al viejo Domo, que se empecinaba en robarme la comida.

―Señorita... ¿Me devuelve el cucharón? ―prácticamente me quitó el utensilio de los dedos― Gracias.

Lo siguiente en llegar fue la cabeza de un mono con la boca abierta, se suponía que teníamos que arrancar sus amígdalas con un tenedor. A mí se me escapó una, y fue a parar a la peluca altísima de una vieja. Nah, se dará cuenta cuando huela mal.

Siendo el momento del postre, mi zarigüeya emergió del escote.

―Ay, mi vida, ¿tienes hambre? Toma ―susurré, y luego metí disimuladamente un racimo de uvas ahí.

Guillermina se sacudió con violencia, y eso captó la atención de todos otra vez.

―¡Me disculpo, mis senos están emocionados por tan hermosa velada! ―me levanté de golpe y alcé la voz― ¡Ahora voy a los tocadores a cagar, pomposienta gente de bien! ―Salí.

¡Lo hice, amá!

Los Juegos del HumorWhere stories live. Discover now